José Manuel Otero Lastres el 16 may, 2016 Hace unos días leyendo la novela de Pío Baroja “El árbol de la ciencia” me sorprendió por su increíble actualidad un pasaje en el que narra las circunstancias que rodearon la muerte de la mujer de un prendero al que llamaban el tío “Garrota”. La mujer yacía en la calle gravemente herida y todo parecía indicar que había sido arrojada por alguien desde la ventana de su casa. Fue atendida por Andrés Hurtado, médico del pueblo y protagonista principal de la novela, y a pesar de que estaba moribunda el juez intentaba interrogarla para saber qué había sucedido. Por fin, la mujer pareció recobrar el sentido y al preguntarle el juez quién la había tirado, ella solo podía balbucear “Garro… Garro…”. Andrés Hurtado y el juez decidieron subir al piso para inspeccionar el lugar en el que supuestamente podía haber tenido la pelea entre el tío Garrota y su mujer. Vieron una badila ensangrentada y una serie de manchas que seguían hasta la ventana. El tío “Garrota” tenía muy mala fa y corría por el pueblo que unos diez años atrás había sido acusado de complicidad en la muerte de dos jugadores. La mujer no tardó en fallecer, y tras el interrogatorio a Garrota quedó claro que la maltrataba, era un borracho y hablaba con mucha facilidad de matar a quien se cruzara en su camino. La gente del pueblo acusaba al tío Garrota de matar a su mujer, el juez tenía dudas, mientras que Andrés Hurtado creía que era inocente. Hubo que esperar a la autopsia, pero para que estuviera realizada con las máximas garantías de imparcialidad, asistieron tres médicos: el propio Andrés Hurtado, su principal enemigo, Sánchez el otro médico del pueblo con el que competía, y un tercer médico que actuó como árbitro, don Tomás Solana. Los tres coincidieron en los datos de la muerte, pero sus opiniones divergían acerca de las causas de la misma. Sánchez optó por la versión popular: todos creían culpable al tío Garrota y algunos llegaban a decir que aunque no lo fuera tenía que ser castigado porque era un desalmado capaz de cualquier fechoría. Andrés Hurtado defendió su inocencia afirmando que, como consecuencia de su alcoholismo, la mujer se había autolesionado con la badila y después se había arrojado por la ventana. El juez, después de repetidos interrogatorios, llegó a la misma conclusión que Andrés sobre la inocencia del tío Garrota y lo dejó en libertad. La prensa y los partidos políticos se dividieron entre los que defendían la inocencia del prendero y los que estaban convencidos de su culpabilidad. Y en el pueblo se murmuraba: “habrá que ver lo que habrán cobrado el médico y el juez”. Este episodio fue convirtiendo la simpatía del pueblo por Andrés en hostilidad y acabó por precipitar su marcha. El pasaje finaliza reseñando que a Sánchez lo elogiaban todos y aunque había alguno que sostenía que no había dicho la verdad, todos decían que había actuado con honradez y “no había manera de convencer a la mayoría de otra cosa”. No sé a ustedes, pero a mi el relato, además de parecerme muy actual, me suscitó numerosas reflexiones. Entre otras, me parecen admirables la prudencia, la minuciosidad y la valentía del Juez y el inquebrantable compromiso de Andrés con la verdad. Me desagradan, en cambio, la demagogia de Sánchez y el alineamiento de los periódicos y de los partidos políticos con una de las dos versiones en disputa. Y todo esto fue escrito en 1911. ¿Ha cambiado algo desde entonces? Respóndanse ustedes mismos. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 16 may, 2016