Ha sido un golpe mortal, duro y sin paliativos. Mariano Rajoy sacó ayer la mejor versión de sí mismo y aniquiló, al menos legalmente, la ofensiva secesionista en Cataluña. Para ello, utilizó la versión más dura de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, y cesó al presidente Puigdemont, a su Gobierno, disolvió el Parlamento y convocó elecciones para el 21 de diciembre.
Nadie podrá reprocharle ahora tibieza a Rajoy, que ha conseguido llevar a Pedro Sánchez a su terreno, y eso sí que es un mérito, y caminar mano a mano con Albert Rivera para que el frente constitucionalista diera una respuesta unitaria al desafío independentista.
Ahora quedan dos batallas que librar: la de contener a las masas en la calle, aunque yo creo que no durará más de una semana, porque la gente tiene que volver a la normalidad de sus trabajos; y la de ver a Puigdemont y los suyos abandonar físicamente sus despachos.
Las elecciones serán otra batalla, ya que si los partidos independentistas vuelven a ser mayoría, el golpe de Rajoy no habrá servido para nada, porque el marcador volverá a ponerse a cero. Depende de los catalanes no caer de nuevo en el abismo.
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