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«A través del espejo»

«A través del espejo»
Ilustración de John Tenniel para "Las aventuras de Alicia bajo tierra" de 1865.
Marisa Gallero el

La sensación cuando ves a Albert Rivera es como si cronometrara el tiempo mentalmente y se hubiera transportado al país de las maravillas de Alicia, que ahora cumple 150 años, y exclamara mientras corre: «¡Ay, Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!». Quizá por eso quiere que España retrase una hora todos sus relojes y se coordine con el meridiano de Greenwich, porque es consciente de que por más que acelere, no llegará a tiempo de cambiar los pronósticos y su lugar estará en la oposición. «La gran esperanza blanca» —en palabras de Ramón Tamames—, se presenta como el hombre de Estado, equilibrado y sensato, que no piensa apoyar la investidura ni de Mariano Rajoy ni de Pedro Sánchez. O, al menos, juega con esa «ilusión».

Desde la última vez que coincidí con él en Barcelona en mayo, el tiempo le ha dado la razón en sus pronósticos: «Después de las elecciones catalanas, no querrán ver la foto de que Ciudadanos sea el gran vencedor moral, y el PP y el PSC estén hundidos. Esa imagen sería letal para el bipartidismo dos meses antes de las generales». Con esa altanería de tener las ideas muy claras, bien ordenadas, a base de reiterarlas. O como me apunta un crítico de su oratoria. «Tengo la sensación de que es alguien que tiene tal dominio de la palabra, que puede defender una idea o su contraria». El presidente de C´s, que llegó a la política por el azar de una lista en orden alfabético, tiene marcada una hoja de ruta sin fecha definida, por mucho que inste a los españoles a que le voten para ganar las elecciones, porque es la mejor opción.

El virtuosismo de Rivera sigue unas líneas rojas que no traspasa, manteniendo la ambigüedad o la indefinición política. Su discurso ininterrumpido, como si no cogiera aire ni para respirar, defiende siempre el mismo guion, y no suele contestar dónde se sitúa Ciudadanos —derecha o izquierda—; si es el partido bendecido por el Ibex 35 para frenar a Podemos; o con quién pactaran después de las elecciones. «Aunque genere incertidumbre, no quiero jugar a qué va a pasar». Es más directo cuando no se dirige a un público determinado y te lo explica cara a cara: «No voy a ser un invitado de piedra en el Gobierno de Bárcenas. No queremos ser ministros, ni vicepresidentes de otro partido. Si sigue Rajoy, es el mismo Rajoy del Partido Popular en los últimos veinte años. Hay que abrir una nueva etapa política, de credibilidad».

Mirando a través del espejo, Albert Rivera sabe que su recorrido es a largo plazo, imaginando qué España quiere que se refleje en el futuro. Él no está cayendo por el agujero de la madriguera como Mariano Rajoy, viendo en su descenso cómo se esfuma el poder de una mayoría absoluta. Durante su carrera electoral, como buen campeón de braza, el estilo más lento de natación, sabe que es imposible que llegue el primero a la meta del 20-D. Necesitará otra legislatura y para entonces tendrá apenas cuarenta años. Como recordé al finalizar su perfil en #Ciudadanos. Deconstruyendo a Albert Rivera (Deusto), parece que se hubiera sentado a tomar el té con el Sombrerero imaginado por Lewis Carroll y asintiera cuando le dice: «El tiempo no soporta que lo marquen… Pero si estuvieras a buenas con él, él podrá hacer casi todo lo que tú quieras con el reloj».

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