Como si fuera un efecto colateral de las elecciones del 20-D, un año después de las generales que alumbró un bipartidismo imperfecto y una nueva política a la que muy pronto se le vieron las costuras, José Mª Aznar anuncio que deja la presidencia de honor del Partido Popular, para convertirse en un militante más, como un acto de rebeldía. Ya le contaba a Bieito Rubido, en junio de 2015, que «no hay votos cautivos. Ni siquiera el mío».
Aznar se vuelve a ir como si cantará un bolero con su propia letra: «Nadie me obligo a irme». Pero se marchó, primero un viernes 29 de agosto de 2003, cuando quedó a última hora con Mariano Rajoy para contarle que había sido el elegido. «Lo más conveniente era respetar el orden natural de las cosas, sin más emociones que las estrictamente necesarias», escribió intuyendo que su sucesor marcaría otro ritmo, reinventándose desde su estrategia perfecta, el «preferiría no hacerlo».
Antes de que escribiera su nombre en un cuaderno azul, fue el hombre que se comió los grandes marrones de Aznar. Siempre recurría a él cuando se desataba una crisis en el Gobierno. Los malditos «hilillos de plastilina» del Prestige, el comité para coordinar la vigilancia de las vacas locas, o mantener que en Iraq había armas de destrucción masiva como un «hecho objetivo», además de heredar su caja «B», que se inauguró -según el auto del juez José de la Mata- en abril de 1990 con ocho millones de pesetas. Al igual que Bárcenas señaló a Rajoy, Naseiro apuntó a Aznar como máximo responsable de «la supervisión, directrices y criterios» de la Tesorería del Partido Popular.
Pero la realidad demuestra que Aznar nunca se fue. Siempre quiso tener protagonismo de más. El día después del 26-J inauguró los cursos de la FAES en El Escorial contraprogramando a su partido. Sin esperar que el PP ganara otros 14 escaños. Su tono era como sí dictará un telegrama de condolencias, escueto y sobrio. Rajoy había aguantado el tirón y se impuso. Sin rival ante el próximo Congreso.
El que fue todo en el PP busca liberarse para volver más fuerte. Libre del yugo de la presidencia de honor para criticar la gestión de Rajoy a su antojo. Pero debería pensarlo mejor, en el juicio del caso Gürtel, que parece lejano porque se celebra en el polígono de San Fernando de Henares, no hay día que no se le nombre.
Escribía en sus «Memorias»: «Le insistí mucho a Mariano en que a partir de ese momento debía hacer las cosas a su aire, a su manera… Cuando lo consideres necesario, me llamas. Y si no lo consideras necesario, no me llamas».
Mariano en Nueva York estaba comunicando.
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