La sentencia de Gürtel condenó a 351 años de cárcel a 29 acusados en el juicio de la Primera Época del caso Gürtel y sentenció al presidente del Gobierno Mariano Rajoy. El Partido Popular leyó los hechos juzgados en diagonal sin capacidad de ver que esta vez era imposible pasar página. «¿Usted se ha leído la sentencia? No debe mentir en el Congreso de los Diputados», le espetaba Rajoy a José Luis Ábalos. Y daban ganas de preguntarle con su propio fin de cita: «¿Es que no quiere ver lo que todos ven o no quiere verlo?».
Rajoy vivía en su propia burbuja sin inmutarse. Había sido el hombre de los marrones de Aznar. Siempre recurría a él cuando se desataba una crisis en el Gobierno: los malditos «hilillos de plastilina» del Prestige, crear un comité para coordinar la vigilancia de las vacas locas, o mantener que en Iraq había armas de destrucción masiva como «hecho objetivo». Tras nombrarlo sucesor, por delante de Rodrigo Rato y Jaime Mayor Oreja, se chupó siete años en la oposición con una guerra visceral en la sombra con las distintas facciones del partido. Hasta conseguir llegar a la presidencia en diciembre de 2011. Justo un año más tarde se descubría la fortuna oculta en Suiza de su tesorero. Al mes siguiente aparecían los papeles de Bárcenas y se atrincheraba detrás de un plasma.
Se había creído su propia leyenda de superviviente. Nos la creímos todos con su peculiar forma de no hacer nada. Pensé que teníamos Rajoy hasta el 2021 como si se embarcara en su propia odisea en el espacio. Él tampoco lo negaba. No había ocasión que no dijera que se sentía con fuerzas para agotar la legislatura e intentar «que dure el mayor tiempo posible». Hasta que otro superviviente de su propia Ejecutiva, que había renacido de sus cenizas y cosechaba los peores resultados del PSOE de la historia, se atrevió a plantarle cara.
En la balanza que hará a Pedro Sánchez presidente sin pasar por las urnas y con tan sólo 85 diputados ha pesado más la falta de credibilidad de Rajoy y el relato de corrupción de la Gürtel que la incongruencia de un Gobierno Frankestein con la crisis abierta en Cataluña. Si le añades que se comerán con patatas los presupuestos del Partido Popular entiendes que Cristóbal Montoro se partiera de risa desde su escaño. Era el único de la bancada popular que estaba feliz. También a Pablo Iglesias se le congeló la sonrisa del destino como a Albert Rivera se le atragantó tanta encuesta dando a Ciudadanos como ganador para quedarse a solas con Mariano. El bolso de Soraya Sáenz de Santamaría en el sillón de Rajoy era una mala metáfora de ese señor al que le están haciendo una moción de censura, mientras se había bunkerizado con su núcleo irradiador en un restaurante durante ocho horas.
Como pronunció en uno de los Foro ABC a los que asistió arropado por todo el sector económico: «Cualquier realidad ignorada prepara su venganza». No hizo falta que Bárcenas tirara de la manta, la realidad ignorada estaba agazapada en forma de sentencia.
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