«No presumo, pero lo cierto es que jamás tuve un problema judicial» fue el titular de la primera entrevista de Eduardo Zaplana a nivel nacional en septiembre de 2014 que sería el perfecto colofón del clásico refrán, te diré de que careces, tras su detención por agentes de la UCO de la Guardia Civil. Zaplana estaba seguro de que esas palabras activaron una búsqueda en los distintos casos de corrupción y no sé si se veía venir su vinculación en un sumario propio. Hace unos once días, cuando nos encontramos en la cafetería del Hotel de Las Letras por donde andaba sin despegarse el móvil de la oreja se disculpó diciéndome: «Todavía no me dejan tranquilo».
Su carrera política empezó el otoño de 1991 cuando la exbailarina de flamenco malagueña Maruja Sánchez, concejal del Partido Socialista, firmó la moción de censura que convirtió a un abogado de 35 años en alcalde. De Benidorm al cielo después de derrotar a los socialistas que históricamente habían vencido en la Comunidad Valenciana. «Nadie pensaba que iba a ganar en 1995 sacando una ventaja de 12 escaños. Decían los del PSOE: “¿Qué el alcalde de Benidorm, que nació en Cartagena, quiere ser presidente de la Generalitat?”». Estuvo dos mandatos como presidente. Cuando le pregunté si también tendría que renunciar en el futuro al título de «Molt Honorable» como Jordi Pujol me contestó tajante: «Esté segura de que no».
Zaplana siguió su meteórica carrera cuando José Mª Aznar le reclamó para el Gobierno como ministro de Trabajo, convirtiéndose a partir de 2004 en el feroz portavoz parlamentario del Partido Popular en la oposición con la teoría de la conspiración del 11-M como telón de fondo. Al inicio de la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero dejó de ser diputado para entrar de asesor por la puerta giratoria a Telefónica. Su agenda e influencia era inabarcable. Transversal. Amigo de políticos tanto a la derecha como a la izquierda. No podía provocar indiferencia. «Tengo amigos muy amigos y después gente que me ha tenido mucha manía y odio e ignoro el porqué». Era el caso de su sucesor en la Generalitat. Francisco Camps y Eduardo Zaplana eran antagónicos. No hubo paz entre ellos y sí mucha herencia recibida.
Cuando su nombre saltó en el caso Lezo no dudo en responder. «¿Dónde está la ilegalidad de comercializar la patente de un producto de desinfección de agua? ¿De dónde se puede sacar la conclusión de que es una operación delictiva? Es tan fácil cómo comprobar que Aguas de Barcelona lo está estudiando. No hay ni una peseta. ¿Acaso por ello soy un intermediario?», me comentaba Zaplana por teléfono tras enviar un comunicado desvinculándose de una de las operaciones que citaba el juez Eloy Velasco en el auto de prisión de su amigo Ignacio González. «Nunca he tenido ni tengo ninguna sociedad ni relación mercantil con él. Si hay algún indicio que me llamen a declarar».
Entre las maniobras orquestales de quién fue la sombra de Esperanza Aguirre estaría la proposición a Zaplana de crear una «estructura financiera» para «canalizar algún tipo de operación» a través de «sociedades opacas y testaferros». Punto que negaba. «Rechazo las interpretaciones por falsas y cualquier relación con un asunto de blanqueo». El blanqueo de capitales y el cohecho son los delitos que ahora le marcan. Y aunque no dijo que estaba en política «para forrarse» parece que ocultó más de 10 millones de euros de dinero en el extranjero.
A partir de hoy Zaplana ya no podrá presumir.
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