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Globalización regional de la economía en Asia

Globalización regional de la economía en Asia
Jorge Cachinero el

NB: Este artículo es una versión distinta del que fue publicado, con un título distinto, anteriormente, en El Economista.

El Economista, 29 de enero de 2024, p. 33.

Asia es el sistema propulsor de la economía mundial y, por el momento, ha conseguido mantenerse como una región más o menos estable en un contexto de conflictividad geopolítica creciente.

El concepto de la globalización económica se popularizó en los años 90 del siglo pasado para describir un fenómeno de interdependencia progresiva de las economías, de las culturas y de las poblaciones del mundo.

Esta corriente fue provocada por el comercio transfronterizo de bienes y de servicios, por el desarrollo de la tecnología y por los flujos de inversión, de personas y de información.

Asia está experimentando, dentro de este marco general, un proceso de regionalización de dicha globalización, o de globalización regional, que, en la práctica y de forma espontánea, está creando una especialización y una división del trabajo entre sus subregiones diversas.

Unas han reforzado su ventaja competitiva en torno al desarrollo y la manufactura de productos de alta tecnología, otras son escenario de la fabricación a gran escala de bienes altamente intensivos en mano de obra, algunas son ricas en materias primas y varias se han convertido en grandes centros de consumo.

Más del 60% del comercio de todos los países asiáticos se realiza con otros de esa región misma y las conexiones entre sus economías están creciendo más rápidamente que con las de fuera de Asia.

Asia está transformándose en un continente que es, cada vez más, autosuficiente y vive un tiempo de globalización dentro de los límites geográficos de la región.

La población de Asia era de más de 3 millardos de habitantes cuando, en el mundo, poblado por más de 5 millardos de personas, se volvió a hablar de globalización económica.

Desde entonces, el crecimiento de la población, y, dentro de ella, de las clases medias asiáticas, es imparable, hasta el punto de que sólo los habitantes de Asia Oriental que se consideran parte de esa clase media, es decir, aquellos que consumen por encima de $12 al día, son más numerosos que todos los de Estados Unidos (EE. UU.).

Asia será, más pronto que tarde, el mayor mercado de consumo del mundo, lo que transformará a ese continente en el líder mundial en procesos y en estándares de mercadotecnia.

Si el comercio de componentes era el predominante en las exportaciones chinas hacia EE. UU. hace diez años, hoy un tercio de todos los productos de alto valor añadido que se producen en Asia se queda en Asia.

Asia, asimismo, ha abrazado la inversión en investigación, en desarrollo y en innovación de las tecnologías más críticas para el futuro de las economías mundiales.

Gracias a ello, Asia está liderando un proceso de creación de infraestructuras -de transporte, financieras o energéticas-, que están ya adaptadas a las realidades nuevas del entorno operativo de las sociedades y de los modelos de negocio del siglo XXI.

En el sector de la energía, de forma específica, Asia vive cambios estructurales monumentales.

La demanda india de petróleo ruso cubre las necesidades del 45% de su mercado y la china ha satisfecho las del 15% del suyo.

Las exportaciones rusas de gas natural licuado -LNG, por sus siglas en inglés- a la India y a China están creciendo vertiginosamente y se espera que sigan esa tendencia en el futuro.

Pekín ha descubierto que, dentro del marco de la Asociación Estratégica que ha creado con Moscú -“sin límites”, como les gusta repetir a los dirigentes chinos-, no necesita construir instalaciones de acumulación de materias primas energéticas costosas en suelo propio.

China ahorra esos costes como consecuencia de que su relación privilegiada como importador de energía rusa sigue creciendo.

El riesgo más grande a todo este panorama de expectativas positivas es la amenaza geopolítica que vive Asia por culpa del nerviosismo con el que se está comportando EE. UU., que sabe que se enfrenta a la perspectiva de perder su papel como hegemon mundial.

La banda de los cuatro de la política exterior de EE. UU. -Biden, Blinken, Sullivan y Nuland- está empeñada en aumentar la confrontación contra Pekín y en provocar el desacoplamiento económico y tecnológico de China, utilizando el chantaje tecnológico, si fuera preciso, contra la opinión, incluso, de las propias compañías estadounidenses.

EE. UU. busca aliados con los que crear, reproducir o fortalecer relaciones y organizaciones militares, en vez de identificar socios con los que buscar un acomodo de intereses compartidos.

La globalización tecnológica y la conectividad regional crecen en Asia, con lo que su economía está caliente, mientras que la geopolítica con los jugadores ajenos a la región se enfría.

 

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