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Europa perdió a Rusia

Europa perdió a Rusia
Representación en el Teatro Bolshoi, Moscú, por Mihály Zichy (1827 - 1906).
Jorge Cachinero el

Rusia es una nación europea y asiática a la vez.

Observar con atención un mapa de pared a gran escala de ese país, desde Kaliningrado, a las orillas del Mar Báltico, en el oeste, hasta Yuzhno-Sajalinsk, en la Isla Sajalín, en el Mar de Japón, al este, debería ser suficiente para aceptar esa realidad geográfica incontrovertible.

Putin observa un mapa de Rusia.

Asimismo, la historia y la cultura rusas han configurado, a lo largo de los siglos, un alma rusa de naturaleza tanto europea como asiática.

Esto fue así, especialmente, a partir de la llamada Gran Embajada del zar Pedro I Alekseyevic, también conocido como Pedro el Grande, quien, en 1697 y en 1698, siguiendo el rastro de algunos nobles jóvenes rusos, a quienes había enviado a Europa para estudiar asuntos náuticos, recorrió Europa Occidental bajo la identidad, inventada para el caso, de un sargento de nombre Pyotr Mikhaylov.

Pedro I de Rusia o Pedro el Grande.

Aquella Gran Embajada estuvo formada por unas 250 personas y uno de los objetivos principales de dicha misión era recabar información sobre la vida económica y cultural de Europa.

De ese modo, viajando de incógnito, el zar Pedro el Grande se familiarizó con las condiciones de los países avanzados de Europa Occidental, estudió construcción naval, mientras trabajaba como carpintero de barcos en el astillero de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, en Saardam, y en el astillero británico de la Marina Real en Deptford y también visitó fábricas, arsenales, escuelas y museos.

De forma simultánea, la Gran Embajada se dedicó a contratar los servicios de expertos en diversos campos de Europa Occidental para trabajar en Rusia.

Posteriormente, el zar Pedro I supo transmitir este legado a sus sucesores, quienes mezclaron su sangre con la de las grandes familias reales europeas y supieron alumbrar en Rusia una cultura propia de gran densidad artística, cultural y científica.

Desde entonces, en Rusia se había percibido a Europa no sólo como una tierra de afluencia y de prosperidad económicas, sino, también, de libertad, de cultura, de gran belleza arquitectónica y de monumentos impresionantes.

Siglos después, al colapsar la Unión Soviética y al terminar la Guerra Fría, Europa, en particular, y Occidente, en general, intentaron imponer a Rusia, en la práctica, una suerte de Tratado de Versalles nuevo.

Occidente, de hecho, rechazó la oferta rusa de integrarse en la arquitectura de seguridad noratlántica y la carta del presidente de Rusia, Boris Yeltsin, de 1993, dirigida a Alianza Atlántica, con tal solicitud, a la que nunca se respondió, se encuentra hoy en la caja fuerte de la sede de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en las afueras de Bruselas.

Más bien al contrario, en 1996, la OTAN comenzó su expansión hacia el este, anticipando que su voluntad verdadera era buscar una confrontación directa contra Rusia.

A pesar de ello, en 1997, Rusia firmó la llamada Acta Fundacional OTAN-Rusia, a la que hoy se considera en Moscú como el error más grave de su política exterior, ya que dio carta de naturaleza a las ambiciones de expansión oriental de la organización militar.

Cumbre OTAN-Rusia, Paris, 27 de mayo de 1997, Boris Yeltsin (c).

Tanto fue así que, Bill Clinton, presidente de Estados Unidos (EE. UU.), cuando leyó el texto de dicha Acta, dijo que ese documento no le obligaba a su país a nada y que su país mantenía la libertad de hacer lo que quisiera.

La realidad es que Rusia firmó aquel documento en ese momento debido a su debilidad interna, dada la dependencia rusa de los fondos y de las ayudas occidentales tras el hundimiento de la Unión Soviética, al espejismo de pensar que un acuerdo justo con Occidente era posible y a las ilusiones que se hizo sobre una Europa a la que sus clases dirigentes habían idealizado durante siglos.

La deuda exterior acumulada de Rusia durante los años de la presidencia de Mijaíl Gorbachov llegó a ser de $120 millardos de aquel tiempo y el presidente Vladimir Putin se marcó como uno de sus objetivos iniciales amortizarla cuanto antes, como así sucedió durante los primeros años del siglo XXI.

El bombardeo de Yugoslavia por parte de la OTAN, en 1999, aparte de quebrar para siempre el concepto occidental del llamado orden liberal internacional, fue el timbre de un despertador para Rusia, que comenzó a darse cuenta de que el Acta de 1997 no era más que un tratado desigual -como los chinos se refieren a los tratados impuestos a China por las potencias coloniales occidentales, durante el siglo XIX- y que Occidente iba en busca de un enfrentamiento directo contra la Federación Rusa.

Bombardeo de la ciudad de Belgrado, Yugoslavia, 1999.

En torno a 2002, el sueño ruso de estar regresando a su admirada Europa, tras el paréntesis de los años del comunismo, se desvaneció definitivamente.

En primer lugar, las clases dirigentes rusas se dieron cuenta de que la economía europea y sus expectativas de desarrollo futuro no eran tan de color de rosa como habían llegado a imaginarse.

Además, en Rusia, que comenzaba a recobrar su autoestima perdida, tras el colapso posterior al hundimiento de la Unión Soviética, se digirió mal el rechazo occidental a la propuesta de Gorbachov de crear una arquitectura de seguridad europea en torno al concepto de la Casa Común Europea.

A comienzos del siglo XXI, Rusia comenzó a reconocerse a sí misma como una nación lo suficientemente grande, soberana y orgullosa de sí misma como para aceptar, sin más, una integración en Europa, en vez de ambicionar, en cambio, una integración con Europa.

Por último, para las clases dirigentes rusas fue un choque constatar, en 2002 y en 2003, que la comisión encargada de redactar una Constitución para la Unión Europea (UE), que fue supervisada por el expresidente francés Valéry Giscard d’Estaing, presentó un proyecto final de texto en el que no se hacía ninguna referencia a las raíces cristianas de Europa, ni al monoteísmo de origen judeocristiano, que, durante siglos, ha sido uno de los tres pilares de la civilización europea y, por extensión, occidental.

Valéry Giscard d’Estaing con la constitución europea, 2003.

Para Rusia, esta decisión produjo una fractura moral con una Europa, que, desde el punto de vista ruso, a partir de ese mismo instante, se vio inmersa en un curso extraño y antinatural, que no ha hecho más que agravarse, de imposición a sus naciones de valores, como pensadores rusos los definen, post humanos o antihumanos.

Para éstos, el proceso que se vive en Europa de negación de su propia historia y de sus propias tradiciones y de obsesión enfermiza y sectaria por instigar que se altere la biología de los seres humanos ha representado para Rusia una disociación moral con respecto a Europa, que se ha agrandado vertiginosamente desde 2010.

Almirante estadounidense Rachel Levine, anteriormente Richard Levine.

Rusia creyó que la Europa del siglo XXI sería la Europa de su ideal y no, la Europa que ha acabado siendo por culpa, según filósofos rusos destacados, de unas élites europeas antihumanas.

En Rusia se vive este proceso de ruptura con tristeza y con dolor, pero con la convicción de que es definitivo.

Rusia podrá eventualmente volver a vender petróleo y gas a Europa.

De hecho, ya lo está haciendo, en la actualidad, a través de países terceros, en una representación bufa de una hipocresía descomunal.

Aún si esa transacción comercial de materias primas pudiera ser, de nuevo, posible, para los rusos, el periodo que abrió el zar Pedro I el Grande ha terminado, a pesar de todo lo bueno que Europa le dio a Rusia y, de forma recíproca, Europa recibió, a posteriori, de los escritores, de los compositores, de los músicos y de los bailarines rusos.

En estos momentos, para los rusos, el futuro de Rusia está en el este, como potencia euroasiática, y, por ello, su gobierno ha pivotado decididamente en esa dirección.

500 años de dominación y de supremacía europeas del mundo están concluyendo, aunque, todavía, no se sepa a ciencia cierta cuáles serán los contornos y la arquitectura del mundo por venir, mientras que, al mismo tiempo, estamos siendo testigos del resurgimiento de civilizaciones antiquísimas.

 

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