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Confusión en EE. UU. sobre el rumbo de su política exterior

Confusión en EE. UU. sobre el rumbo de su política exterior
Putin (i), Biden (c), Xi (d).
Jorge Cachinero el

El gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) está sumido en la confusion sobre su política exterior.

La raíz del problema es el diagnóstico erróneo que se hace en Wasington sobre la coyuntura que vive el mundo, ya que existe la convicción de que EE. UU. disfruta todavía del momento unipolar surgido tras el colapso de la Unión Soviética en 1989.

Este término fue acuñado por Charles Krauthammer en “The Unipolar Moment”, publicado por la revista Foreign Affairs, 1990, con el que argumentó que EE. UU. era la única superpotencia global indiscutible y que pasaba a disfrutar de un “momento unipolar” de dominio universal.

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Esta opinión fue compartida, desde entonces, por pensadores y por gobernantes por igual.

Francis Fukuyama, entre los primeros, imaginó el “fin de la historia“, una situación en la que la democracia sería universal, y otros intelectuales se atrevieron a predecir que, gracias a la primacía de ese momento unipolar, ya no habría guerras entre grandes potencias nunca más.

El gobierno de George H.W. Bush, entre 1989 y 1993, marcó como objetivo principal de la política de seguridad nacional de EE. UU. “impedir la reaparición de un nuevo rival“.

Desde entonces, todos los gobiernos de EE. UU. han seguido ese rumbo marcado por Bush Sr., gracias al cual el país debe “impedir que cualquier potencia hostil domine una región cuyos recursos bastarían, (…), para generar un poder mundial“.

Nadie explicó con detalle -fines, medios y maneras- cómo se iba a lograr ese objetivo.

Esa carencia ha situado EE. UU. ante el doble riesgo de abarcar y de exponerse demasiado.

En definitiva, el problema de la política exterior de EE. UU. en 2024 es que hay mucha gente que está convencida de que aquel momento unipolar no ha concluido todavía.

Algunas voces están surgiendo para intentar salir de esta trampa fatal, aunque, en general, no se quiera reconocer que el diagnóstico de partida sobre el momento unipolar está obsoleto.

Tres son las escuelas de pensamiento que intentan dar respuesta a la complejidad de los retos crecientes a los que hace frente la política exterior de EE. UU.

En primer lugar, los defensores de una “nueva contención”, simultánea y mediante division del trabajo, propugnan que Washington se ocupe de China y Europa, de Rusia.

Esta segunda edición de la contención se encuentra equidistante entre lo trágico y lo cómico.

El concepto original de la contención fue acuñado por George Kennan y marcó cuarenta años de política exterior estadounidense hacia la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Kennan.

Kennan, diplomático joven estadounidense destinado en la embajada de Moscú, envió al departamento de Estado un telegrama de 8.000 palabras -el que vino en llamarse “telegrama largo“-, en 1946, en el que se describía la naturaleza agresiva de la política exterior de Stalin.

Porsteriormente, Kennan, escondido detrás del pseudónimo “Mr. X“, publicó “The Sources of the Soviet Conduct“, en Foreign Affairs, 1947, en el que concluía que “el elemento principal de cualquier política de los Estados Unidos hacia la Unión Soviética debe ser el de una contención paciente en el largo plazo, pero firme y vigilante de las tendencias expansivas rusas“.

Los proponentes de la nueva contención no deberían olvidar que Kennan no sólo hizo un diagnóstico de la situación, sino que, además, su visión incluía dos corolarios prácticos para la política exterior estadounidense sobre la URSS, es decir, deslegitimarla y derrocarla.

Esta contención 2.0 ha traído la guerra en Ucrania y podría provocar una III Guerra Mundial.

La guerra en Ucrania ha puesto en evidencia el apoyo enorme con el que Rusia y China han sabido rodearse en el mundo y la rusofobia y la cancelación de lo ruso en Occidente han acabado por mucho tiempo con cualquier simpatía que, por éste, se pudiera haber albergado en Rusia.

Otros analistas defienden que EE. UU. acepte un equilibrio de grandes potencias, con China y con Rusia, ya que Washington podría permitirse que surgieran poderes regionales sin que amenacen necesariamente el papel estadounidense como hegemon mundial.

Este es un propósito vano, ya que el principio mencionado que Bush Sr. formuló para la política exterior estadounidense -EE. UU. debe impedir el surgimiento de potencias regionales, que puedan convertirse en globales- lo hace inasumible.

Por último, existen los valedores de que EE. UU. asuma que Rusia o que China tengan sus propias esferas de influencia regionales, ya sea en Europa o en Asia, y que sus intereses en éstas sean respetados por sus contrapartes respectivas.

EE. UU. formuló este principio para sí mismo hace 200 años.

El presidente Monroe advirtió, en 1823, que EE. UU. no permitiría a ninguna potencia interferir en el continente americano porque serñia considerado como un acto hostil.

Monroe (c, de pie).

Esta Doctrina Monroe se sintetizó en la proclama “América para los americanos” -eufemismo de que el continente americano era para los estadounidenses– y se convirtió en piedra angular de la diplomacia estadounidense durante generaciones.

La lógica de las esferas de influencia subyacente a este principio es la misma que se encuentra en el pensamiento estratégico ruso sobre la posibilidad de que Ucrania acabe convirtiéndose en un valladar defensivo del Oeste en la frontera occidental de Rusia.

EE. UU. rechaza aceptar que Rusia tenga su propia Doctrina Monroe y lleva cometiendo errores peligrosos al intervenir en la periferia de la esfera de influencia rusa en Europa, ya sea en Georgia, en 2008, en Crimea, en 2014, y en Ucrania, desde 2013 y, ahora, desde 2022.

El gran obstáculo para que EE. UU. formule una política exterior que no provoque conflictos es su hipocresía, ya que exige para su país lo que no está dispuesto a reconocer a otros.

El problema del momento presente es que ese juego de suma cero está llegando a su final porque EE. UU. no podrá gastar más que China y no podrá contener a Rusia.

 

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