Salvador Sostres el 10 jul, 2022 He visto dos capítulos de First Class (Netflix) y un tercero que no sé si cuenta porque creo que pasé la hora más dormido que despierto. First Class se anuncia como un reality sobre la vida y las fiestas de unos amigos de Barcelona que se creen pertenecientes a una élite artística e incluso intelectual. El tema no me pudo interesar más, porque tal como Roma tiene La gran belleza, de Sorrentino, Barcelona merece algo parecido sobre su genialidad y su decadencia. Que la directora fuera una mujer era ya poco halagüeño: el lujo está pensado por hombres y para que lo disfruten los hombres, y cuando participan las mujeres es porque las vestimos para que nos gusten. Y efectivamente se confirmaron los peores augurios en el primer minuto: en First Class muy pronto se ve -y esto es de agradecer, porque enseguida sabes a qué atenerte- que si la gran crítica que se le puede hacer a La gran belleza es que ataca a un grupo social y una banalidad a la que tanto el director como su obra pertenecen y sucumben, lo que invalida desde el primer minuto a First Class es todo lo contrario: es decir, que no pertenece, ni conoce ni siquiera intuye la clase social, la elegancia, la categoría, el aire del que tan protagonistas se creen sus personajes y son sólo unos payasos sin ningún contenido ni ninguna aproximación al lujo que pueda considerarse algo más que una burla. Me habría gustado un reality de jóvenes superficiales, ricos y despreocupados de Barcelona, con veleidades artísticas y ese deje encantador que tienen los personajes de algunos poemas de Jaime Gil de Biedma, sobre todo en Amistad a lo largo. Pero First Class es pretensión de plástico, todo como de decorado de esos culebrones de TV3 en que cuando muestran las casas de los personajes ricos enseguida se ve que la cadena va corta de presupuesto, y que por supuesto el lujo nunca lo entendieron. No hay ni un solo de los protagonistas de la serie que tenga el menor interés; los acompañantes de uno que es diseñador, que de lejos parecen Tadzios, cuando la cámara se acerca les descubre la sordidez, la pobre calidad de su piel, y una expresión como de ratero que sabe que le están filmando y tiene que quedar bien. Los que van de artistas son una parodia de cualquier altura creativa, y parecen definitivamente dañados por consumiciones excesivas, y las chicas constituyen el mayor alegato antifeminista que recuerdo desde que existe internet: nadie puede desacreditar tanto, y de tantas maneras posibles, el papel de la mujer en la sociedad y en el arte como lo hacen esta infame colección de cacatúas negadoras de cualquier talento y de cualquier inteligencia. Lo contrario del lujo, de la elegancia, del refinamiento intelectual, de la calidad artística o de la riqueza no es la austeridad, la sencillez, los razonamientos elementales, la línea recta o la economía modesta sino la pretensión. Lo contrario de las grandes virtudes no es no poseerlas sino pretender fraudulentamente que las tienes. Si algo es la elegancia es la verdad. Lo que son los personajes de First Class es un fraude. En lo que dicen, en su afectación provinciana, y en los supuestos trabajos que hacen, muchos de ellos inventados, como uno que se hace pasar por el director creativo de Chanel cuando en realidad ha recibido un encarguito de tres al cuarto. Hay una determinada Barcelona, como un determinado Madrid, supongo, que tienen un buen reality, o un buen documental. Pero incluso -y sobre todo- las cosas frívolas se tienen que hacer en serio, bien hechas. Un tema tan vaporoso y delicado, para que funcione, hay que tocarlo con máxima finura y encontrando a personajes de primerísima calidad, que por supuesto los hay, en lugar de hacernos perder el tiempo con cuatro pertardísimos amigachos. Porque First Class, además de tener una realización mediocre, y cobarde, unas localizaciones de nuevo rico de vergüenza ajena y ninguna intuición del tema que están tratando, es una bala gastada y una lastimosa malversación de recursos. Al próximo que le propongan un documental sobre la vida social de Barcelona le va a parecer perder el tiempo y el dinero porque tendrá la referencia de esta banda de mequetrefes tontos y engreídos. Netflix tendría que velar un poco más por la calidad de sus contenidos y no tirar su dinero a la basura en tonterías, porque luego llegan los proyectos interesantes y nos quedamos sin fondos para arriesgar con los autores que merecen una oportunidad. En First Class todo es mentira, todo lo que los realizadores y sus protagonistas quieren encarnar y explicar. La única compasión nace del hecho que no parecen darse cuenta de lo increíblemente patéticos que son. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 10 jul, 2022