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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Don Pelayo

Salvador Sostres el

No puedo entender de ninguna manera los beneficios que para el control de la pandemia pueda tener cerrar los restaurantes y los bares civilizados a la 1. En Via Veneto o en Dry Martini, en Sushi 99 o en Richelieu, los que estábamos a las 12 somos los que íbamos a quedarnos hasta las 3 y si el virus es la Cenicienta, es lo último que me faltaba por escuchar. No tiene ningún sentido, más que la costumbre intervencionista de una administración que no entiende que no vivir es peor que morirse y que la muerte es menos grave que perder el ritmo. Nos gobiernan infelices que por ello ceden con tanta facilidad al chantaje de la muerte. Yo tengo 45 y ya lo tengo todo hecho, vosotros en el lecho de vuestra muerte, aunque lleguéis a los 100, lo tendréis aún todo por hacer. Creéis que os da miedo la muerte, pero os da miedo la vida. Y la libertad, que es lo mismo. Por eso las tratáis tan mal. Pero es cierto que la derecha, y no sólo la derecha española, cuando es la hora de jugarse la vida por aquello en lo que cree, se deja impresionar por la funesta socialdemocracia y los resultados son igualmente una catástrofe. Quizá sin humillaciones innecesarias, pero igualmente un desastre, cosido por el mismo patrón y por la misma falta de esperanza.

Y luego llegan los abismos, claro.

Ayer, día jueves -como dicen las criadas-, nos echaron a la 1 de Dry Martini y no por el gusto de la casa sino porque la Ley esta hora señala. Bajando por bajar, sin rumbo cierto y sense saber on dar-la, hallamos en Urgel abierto el bingo Don Pelayo, perteneciente a la siniestra cadena Enracha. Ante la evidencia de que el lector de ABC espera siempre algo mejor de su columnista más dilecto, ingresé al punto con mi alegre claca en el local para dar cuenta del pa que s’hi donava. Nos dijeron que cerraban a las 4. Es lo que pasa cuando no entiendes la libertad, cuando la arbitrariedad y la ignorancia se convierten en tu modo de actuar y te ciega esa absurda obsesión de la izquierda -a la que la derecha, acomplejada, sucumbe, cuando llegan las horas más amargas- por reducir el mundo a su cuadrícula afectada y sanguinaria: qué cursi y estúpida ha sido tantas veces la muerte. Via Veneto y Dry Martini, a la 1. Esta banda de Enracha, a las 4. Cualquier excusa es basura.

En Dry Martini estábamos todos felices, tranquilos, dejándonos ser en amistad y algunas parejas dudosas. Pero indiscutiblemente contentos de celebrar la vida y de celebrarnos y sin hacer daño a nadie ni lastimarnos más de lo que un par de gintónics pueden lastimarnos. Un par o tal vez tres, sin entrar en detalles. No hay ningún posible motivo racional ni razonable para exigir a Dry Martini que cierre a la 1, en lugar de las 3, y dejarle sin una parte tan importante de su negocio, y obligarnos a los clientes a tener que invitar a nuestros amigos a beber en casa o a buscar sórdidos lugares como este deprimente bingo Don Pelayo que más allá de cualquier comprensión sí tiene licencia para abrir hasta las 4.

Es una burla y una humillación que la administración mantenga abiertos los más sórdidos tugurios de la ciudad, y las actividades que con más maldad se ensañan contra la debilidad de los vencidos, y perjudique a los empresarios más prestigiosos y relevantes.

En Don Pelayo, lo de menos sería contraer el Covid, porque ya la gente que acude está enferma de cosas mucho peores. Es un museo póstumo de la Humanidad. Cuando nos hayamos extinguido aún se repetirá cada noche el desfile de Don Pelayo. Cadáveres de todas las derrotas, un profesor chiflado les había dado cuerda y habían salido un rato del cementerio y sólo encontraron esto abierto. Y ahí estaban, vencidos, espectrales. Una mezcla de tristeza y de irrealidad, tenue como el Bela Lugosi de Tim Burton pero sin Tim Burton. No se parecía ni a la muerte porque la muerte ya había pasado. La única vitalidad la aportaban unas camareras que parecían vigilantes de un campo de concentración. La que mejor persona parecía era la enfermera de Alguien voló sobre el nido del Cuco. A mi me tocó una con cola de caballo que atendía en la barra y hablar con ella fue la experiencia más desagradable de mi vida desde que mi profesora Teresa Oterga me refregó, en el Parvulario Pedralbes, mis calzoncillos cagados por la cara para que nunca más apurara tanto antes de avisarla de que tenía ganas de ir al baño. Había otra, ya más entrada en años, con el semblante más dulce pero que igualmente hacía su trabajo, e igualmente asistía sin ninguna compasión al desolador abuso que se estaba llevando a cabo, como la madam que droga y maquilla a las niñas que han sido secuestradas justo antes de servirlas como un pedazo de carne. Ni Dios podría creer que aquello era nuestra libertad.

Tú ya sabes, Señor, que yo nunca te reprocho nada, y todo te lo agradezco, y me considero el hombre más afortunado de la Tierra. Pero en lugares como Don Pelayo es fácil preguntarse dónde estás. Existen atrocidades peores, desde luego, que también permites y también nos dejan boquiabiertos. Pero el pequeño mecanismo automatizado de Don Pelayo, la frialdad con que se reproduce una y otra vez el descarnado asalto; y la más desprotegida fragilidad de tu Creación expuesta de un modo tan atroz y despiadado, con los buitres acechando, he de decirte que es todo un espectáculo, y que luego no se puede volver de cualquier manera a casa. Pero vamos, si tú crees que esto tiene alguna gracia, yo te la agradezco de entrada.

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