ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs French 75 por Salvador Sostres

Ahora te acompañaremos al cementerio

Salvador Sostres el

Puigdemont perdió el 1 de octubre, al cambiarse de coche debajo de un puente; entregó las armas declarando la independencia para suspenderla luego y se rindió cuando al día siguiente de la segunda declaración de independencia, en lugar de defenderla, escapó a Bélgica. El independentismo político perdió en el instante en que decidió presentarse a las elecciones autonómicas convocadas por la aplicación del artículo 155; y la infantería del “procés”, la masa, la turba demostró que para ellos la independencia era una farra, y no un verdadero gran amor, cuando pese a la intervención de la Generalitat acudieron –sobre todo los médicos y los maestros de la pública– a sus puestos de trabajo como si nada hubiera pasado.

Las fuerzas secesionistas ganaron aquellas elecciones del 21 de diciembre de 2017 pero sin llegar al 50% de los votos y con una manifiesta incapacidad la articulación política. Al cabo de dos meses, cuando los que le conocemos supimos que Torra iba a ser el nuevo presidente, enseguida olimos a funeral de abuela de amigo al que acudes porque para él era muy importante, pero tú ni conoces a la finada y estás allí como podrías estar en la cola del supermercado, haciendo algo que ni sabes qué es por alguien que te lo ha pedido y quieres quedar bien.

Hay una cara de col hervida que Torra sabe poner, y que rebaja cualquier expectativa sin que los asistentes se sepan dar cuenta, y ellos creen que no han cambiado pero cada vez esperan menos. Hay una dialéctica en Torra, vacía y densa, odiosa y enternecedora, que te paraliza y no sabes qué hacer y él va ganando tiempo para llevarse el botín sin haberlo ganado.

En mi clase de Primaria, cuando tenía 6 o 7 años, una niña se llamaba Clara Morales. Era insoportable y más que fea, todo el día con sus mocos, daba asco. Yo estaba enamorado de mi maestra, Anna Hospital, y un día me puso el reto de hacerme amigo de Clara y como todos los enamorados obedecí a ciegas, y seguramente de aquella edad es lo único que recuerdo, aquel esfuerzo contra la repulsa, contra el hartazgo, contra lo desmoralizantemente borde que era Clara, que siempre se salía con la suya y tú quedabas como un imbécil en el centro y todos podían verte. Y todo por un beso de tu dulce amor, Anna.

Con Torra nos pasaba lo mismo cuando era nuestro editor y éramos demasiado duros. Nos proponíamos, mi amigo Enric Vila y yo, no ser tan crudos en el siguiente almuerzo, pero nos acababa saliendo siempre el rebote y yo no sabía exactamente contra qué, y Enric me decía que era contra la muerte, y que Quim era un sepulturero. Tenía razón. Sepulturero de todo con su cara de col, la muerte avanza con él y todo lo cubre de un velo que al principio parece inofensivo pero pasan los días y vas oscureciendo y no lo puedes entender. Así el independentismo se ha ido fundiendo bajo su presidencia y lo que tuvo de impetuoso se ha folclorizado, lo que tenía de vulgar se ha vuelto siniestro y lo que tenía de presunta superioridad moral terminó ayer con cuatro energúmenos mal pagados quemando un par de contenedores en Ronda San Pedro. Había más basura que manifestantes. Más basura: así se despidió el Quim Torra presidente. Como si no hubiera sido presidente. Exigiendo a los demás lo que ya les exigía antes de serlo y que jamás ha demostrado en los dos años y medio que ha sido presidente. Se va Torra como si no hubiera tenido nada que ver con su cargo, y se fue con el el rango y el dinero, tras haber exprimido todo lo importante hasta rebajarlo a su vacío, a su ridículo. Así lo hizo como editor, así lo ha hecho como presidente. Así lo hacía como activista y como amigo. Todo lo valioso, golpeado por su pala de sepulturero. Toda la vida convertida en muerte. Cuando fue designado presidente, los que le conocíamos sabíamos que llevaría al independentismo hasta el fondo de su desnudez, de vergüenza, de su impotencia, y que llegado el momento, se iría sin haberse manchado y con las ganancias aseguradas. Su fiesta de despedida fue la confirmación de nuestro presentimiento.

Y ahí llega Atragonès, como el triste consuelo que queda en los vivos que lloran a sus muertos, como la empleada de Mémora que te ayuda salir del tanatorio, te entrega los recordatorios sobreros y te dice, com voz muy tenue: “Ahora le acompañaremos al cementerio”.

Ahí se nos viene Aragonès, para reponer los pocos contenedores que ardieron anoche, para ponerte a dieta cuando ya has perdido el apetito, para asistir al sepelio de las esperanzas secundarias, las que ni Quim Torra se tomó la molestia de enterrar. Pere es un buen tipo, que no va a meternos en líos, y tendríamos que agradecérselo, Yo ya de entrada se lo agradezco. Gracias, Pere. Pero si uno piensa sea en lo que estos últimos tres años hemos estado haciendo los catalanes y trata de buscar alguna explicación para tanta amargura y tanto desconcierto; ponerse ante un retrato de Pere es sumirse en el desasosiego. Si eres independentista, porque éste ha sido tu destino, tú triste final, el recorrido que tenían tu vitalidad, tu visión, tu audacia. Si no eres independentista, porque es triste que con tan poco pudieran ponernos tan al límite. Si lo hubiéramos sabido os habríamos metido a todos en la cárcel, porque de caber, cabíais; si lo hubiéramos sabido habríamos salido a por vosotros hasta que no quedara ninguno, porque es exactamente lo que merecen los hombres que esta es la manera que tienen de tratar a su destino. Por supuesto que agradezco que por fin haya llegado Pere –coño, Pere, ¡bienvenido!– y es una gran noticia para Cataluña que tengamos por lo menos hasta febrero a este presidente tranquilo, que subraya lo pequeño con su presencia, por si algo tuviera la tentación de crecer, que rebaja cualquier expectativa, que hace el trabajo sordo y que no carga ni de intención ni de profundidad ni de relato ninguno de sus actos. Y lo que ves es lo que tienes, y podremos cada noche dormir tranquilos. Si yo hubiera estado casado con Pere, mi matrimonio aún duraría, porque estoy seguro de que se le habría acabado el deseo incluso antes que a mí.

Pere es el resumen de dónde termina el catalanismo político cuando se pone absoluto en su desafío. Y en secuencia lógica, y mítica, al sepulturero que retuerce los símbolos para inutilizarlos y se marcha cuando ya más no puede exprimirlos, le sigue este empleado de los servicios funerarios -eso sí, privatizados- que tú como yo sabes a qué ha venido, y aunque para justificarte dices: “bueno, es accidental”, también los dos sabemos que cuando en febrero haya elecciones las va a ganar y no quedará nadie más para que te libres del espejo.

Otros temas
Salvador Sostres el

Entradas más recientes