Roma aeterna, caput mundi, aurea, maxima, pulcherrima, sacra. Es conveniente acercarse a ella con cautela, de forma pulcra y laica, a una ciudad con la más alta concentración de bienes históricos y arquitectónicos del mundo. Conocida como la “Ciudad Eterna”. Corazón geográfico de la religión católica, fue fundada, según la tradición, por Rómulo y Remo, ambos amamantados por una loba, llamada Luperca, en el 753 a. C. Es una de las ciudades con más historia del mundo que durante las estaciones estivales -principalmente- se llena de turistas, que llegan para visitar las que se han convertido en “atracciones romanas” como el Coliseo, el Foro Romano, el Castillo Sant’Angelo, la Basílica de San Pedro y las otras basílicas papales entre las cuales están Santa Maria la Mayor, San Juan de Letran y la Basílica de San Pablo Extramuros.
En 1871, Roma se convirtió en la capital de la nueva Italia, una ciudad que cuenta con miles de años a sus espaldas, pero ha sido y es algo más, y ello lo podemos apreciar en la última publicación realizada por Taschen sobre la ciudad, Roma. Retrato de una ciudad. Un majestuoso libro (Tapa dura, 25 x 34 cm, 486 páginas) a través del cuál podemos hacer un recorrido histórico y visual gracias a la fotografía que desde el año 1840 la ciudad empezó a retratarse en los albores del inicio de la fotografía, en daguerrotipos y calotipos. Concretamente en junio de 1841, el pionero Lorenzo Suscipj empezó realizando una insólita panorámica de la ciudad con ocho placas. Además, varias imágenes de Roma se incluyeron en las Excursions daguerriennes, de Noél-Marie Paymal Lerebours (1840-1843). Por lo que en cuestión de unos años, la fotografía se difundió sobre la ciudad como aguas que avanzan por el Tíber a su paso por la urbe italiana, hasta el punto de considerarse una de las capitales europeas abanderadas de esta técnica.
En sus calles confluyen la historia de un Imperio que ha marcado a la humanidad, así como el espectáculo y la sensualidad de una dolce vitta que es acompañada por el dramatismo barroco que florece junto a las maravillas de la Antigüedad clásica. Una ciudad que llegas a amar a pesar de su caos y suciedad actual, un lugar en dónde las miradas se elevan en la Ciudad del Vaticano para admirar la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, donde el cine italiano y su neorrealismo marcó época y dónde también tuvo que pasar su penuria contemporánea con Mussolini que proyectó la ideología fascista sobre su arquitectura.
La fotografía como medio para documentar las iniciativas arquitectónicas y urbanísticas del papado, sobre todo, los rincones más apreciados por los viajeros. En las imágenes podemos ver toda una evolución decadente que ha sufrido la ciudad. Apreciamos ese provincianismo y analfabetismo de su población y cómo la ciudad fue creciendo a pesar de sus dirigentes.
«Roma, como una hoguera, purifica todo aquello que, a partir de su ruina, los errores, los caprichos, la extravagancia y la ignorancia de los hombres no han dejado de acumular». Maurice Maeterlinck
Los fotógrafos que empezaron a documentar Roma, muchos de los cuales eran extranjeros afincados en la ciudad, eran aristócratas aficionados o tenían intereses científicos; otros habían recibido formación como pintores o escultores. Se reunían personajes como Frédéric Flachéron, Giacomo Caneva, James Anderson, Eugène Constant, Alfred-Nicolas Normand, casi a diario en el famoso Caffé Grecco, un histórico y señalado café abierto en 1760 en el número 86 de Via Condotti, hasta el punto de que eran conocidos como «el círculo del Caffé Grecco. Fotografiaban sobre todo la arquitectura antigua, renacentista y barroca, el Tíber y las plazas pintorescas, pero muy raramente las calles.
En el libro encontramos alrededor de 500 imágenes en sepia, blanco y negro, y color, que reúne a esos fotógrafos que han servido de fuente de inspiración para muchísimas artes. Fotos de Giuseppe Primoli, Adolfo Porry-Pastorel, Cartier-Bresson, William Klein, Robert Capa, Herbert List, Jaques Rouchon, Winfield Parks, Ferdinando Scianna, Peter Lindbergh, Giacomo Caneva, Pompeo Molins, Alfred Eisenstaedt, Carlo Bavagnoli, entre otros. Retratan la vida de la ciudad, sus plazas como la Rotonda, Colonna, Navona, el barrio del Trastévere, el Coliseo, los paseos de los domingos por el Corso a finales y principios de siglo para ver y ser visto, o la dolce vitta italiana con Fellini, Marcello Mastroianni la despanpanante Anita Ekberg.
“En una palabra: era una población que vivía sin esfuerzo, que trabajaba lo justo para tener qué comer, contentándose con legumbre, pastas, carne mala de carnero, sin rebeldías, sin ambiciones de porvenir, sin más preocupación que la de aquella vida precaria y al día. Sus dos únicos vicios era el juego y los vinos rojos [sic.] y blancos de los Castillos romanos.
La Roma de la década de 1930 que estaba habitada por las divas de Cinecittá, los poderosos jerarcas y la nobleza papal de rigor, como cuando el Papa Pío XI en una de las fotos le vemos paseando por los jardines del Vaticano. Durante su papado se normalizaron las relaciones con el Estado italiano gracias a los pactos de Letrán del 11 de febrero de 1929, que aprobaron el nacimiento del nuevo Estado de la Ciudad del Vaticano tras la desaparición de los Estados Pontificios, bajo la soberanía del Pontífice, y el reconocimiento por parte de la Santa Sede del “Reino de Italia bajo la dinastía de la Casa de Saboya con Roma como capital del Estado italiano”.
“Hacía ya mucho tiempo que tomara a la vieja Roma por confidente, porque en un mundo de ruinas la ruina de su dicha parecía una catástrofe menos innatural. Apoyaba su cansancio en cosas que llevaban tiempo desmoronándose y aun así se tenían en pie.” Henry James
Con la incursión de Mussolini y el fascismo junto con la Segunda Guerra Mundial, no solo consiguió despojar a la capital de su provincianismo, sino que lo acentuó. En el clima de liberación y esperanza que siguió a la difícil posguerra inmediata, algunos cineastas decidieron representar las vivencias cotidianas, las privaciones y los sufrimientos del pueblo italiano desde el comienzo de la guerra a la reconstrucción. Roberto Rosselini produjo Camarada (1946) y Roma, ciudad abierta (1948). En 1948 se estrenó Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica. Fueron los inicios de la gran época del neorrealismo italiano. La dolce vita de Federico Fellini se estrenó en 1960, pasando a otro tipo de cine entre la crónica, la sátira, el drama y la comedia, la película iba más allá del neorrealismo y sentó las bases de lo que sería la comedia italiana. Por ello y más, a partir de este momento Roma y el cine siempre han ido de la mano.
“Al igual que todo lo que tocaba el rey Midas se convertía en oro, aquí todo se convierte en piedra.”
“Roma es la inteligencia y el primitivismo italiano a caballo entre dos climas, dos culturas, dos mundos, dos puntos cardinales, el septentrional y el meridional. El sur se ha quedado petrificado como un profundo estrato geológico y el norte se libera del hielo.” Corrado Alvaro.
Actualmente la ciudad romana una de sus características que la hacen especial es su gestión algo caótica del tráfico rodado. Con la transición de los carromatos tirados por caballos que circulaban por las calles a la incursión de la Vespa y la Lambretta (1947), éstas no solo eran medios de transporte, sino que simbolizaban las nuevas costumbres.
“El progreso / te ha hecho grande, / pero esta ciudad / no es la misma / en la que vivía años atrás. Ya no van / los enamorados / a orillas del Tíber / a robarse miles de besos / bajo los árboles.” Claudio Villa
En las últimas décadas de la historia de Roma, esta es traspasada y manchada por un largo reguero de cenizas a causa de las tramas políticas, la influencia de la Iglesia y la omnipresencia invasora del turismo de masas de una sociedad consumista en todos los sentidos. Un turismo que más que apreciar las ciudades que visita se dedica a coleccionar destinos, nada más y nada menos. Roma padece aún hoy una incapacidad crónica que le impide modernizarse del todo. En todos los periodos de su historia contemporánea, desde Pío IX, la elección como capital de Italia, el fascismo de Mussolini y así hasta hoy, su modernización nunca ha sido del todo. Su crecimiento urbanístico está fuera de control. Las enormes expansiones forman una masa continua e incoherente en un desorden que a día de hoy es muy difícil de enderezar. Se calcula que el 20 por ciento del territorio edificado es ilegal.
El mito de la ciudad eterna, su clima, sus protagonistas urbanos y humanos, las costumbres locales, la cocina y hasta el atraso en comparación con el progreso internacional de la época, es en suma, un mundo peculiar y pintoresco, que fascinó al turismo internacional, el del Roma Style. Es en definitiva una ciudad, la ciudad que no deja indiferente, la ciudad ordenada dentro de su desorden, la ciudad histórica, la ciudad amada, la ciudad del arte y la historia.
Ella es recogida por el profesor de Historia de la Arquitectura en la Universidad de Florencia, Giovanni Fanelli, en este libro bellamente ejecutado, para disfrutar de las magníficas reproducciones fotográficas, en dónde se mezclan la Roma antigua y la moderna, en un viaje de reconocimiento sin nada verdaderamente en juego, solo la quietud del papel y las fotografías de la ciudad, sin aglomeraciones, sin largas colas en las que el tiempo se diluye, solo el lector y la ciudad con sus monumentos, murallas y gentes que no necesitan publicitarse para demostrar que lo bello está a un paso de nuestra voluntad de aprender. Y nada es demasiado decantado cuando se aborda una ciudad en la que su luz transparente no puede hacer olvidar que hay en ella demasiado polvo en una eterna suspensión.
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