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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

Alan Aldridge, ilustración y diseño psicodélico

Alan Aldridge, ilustración y diseño psicodélico
Pablo Delgado el

Tom Wolfe bautizó la década de los setenta como la “década yo” en un ensayo que la revista New York publicó en agosto de 1976. Mientras toda una nueva generación se entregaba despreocupadamente al hedonismo, escuchaba discos conceptuales y bailaba música disco, la recesión económica caía sobre Estados Unidos y Europa. El mundo entraba en crisis, y una especie de realismo sombrío se adueñaba de todo mientras la “generación del yo”, no dispuesta a dejar de pensar en sí misma, se refugiaba en libros de autoayuda y un tipo de terapia que provenía de ciertos reductos del espíritu hippie de finales de los sesenta, sólo que evolucionados.

Con lo movimientos contraculturales de la década que acababa de pasar, con el fin de los Beatles en 1970 y la muerte de Jimi Hendrix en ese mismo año, se estaba diciendo adiós a una década -la de los sesenta- la del idealismo utópico, y dando la bienvenida a otra década. La década de los setenta estaría marcada por los conflictos armados, golpes de Estado, terrorismo internacional y crisis económicas. Si la vida era dura a principios de la década, la cosa iba a ponerse conforme ésta avanzara. En semejante contexto de cambio y caos que afectaba a todo el planeta, los movimientos sociales antisistema fueron ganando popularidad a medida que avanzaba la década llenándose de discos conceptuales de rock progresivo, y además los ídolos musicales iban abandonando este mundo: Janis Joplin, Elvis Presley, Bing Crosby.

En Nueva York y Londres, estaba surgiendo un nuevo sonido, asociado a una estética y a un estilo de vida: el punk. La idea era cargar contra el sistema, inspirados en el odio y la guerra, como parte de una reacción al “paz y amor” de la generación anterior, y cambiarlo todo: la música, la moda e incluso el diseño. La película de Stanley Kubrick La naranja mecánica (1971), basada en la novela de Anthony Burgess, simbolizó de manera brutal el desencanto de la década, en gran medida gracias a Philip Castle, autor del cartel de la película y de todo tipo de merchandising.

El punk musical alumbró un diseño también punk. El lema “hazlo tú mismo” (do it yourself), se hizo un hueco en el mundo de las artes y el diseño que no hacían más que capturar la angustia del momento. Una nueva hornada de ilustradores pateaban las puertas del establishment deseando entrar en la sociedad, y lo consiguieron, como demostró el éxito de la tipografía tipo secuestro que encabezaba el mítico Never Mind The Bollocks de los Sex Pistols (1977).

Las cosas estaban cambiando en el mundo de la ilustración. Hacia finales de 1970, una nueva generación de ilustradores, se burlaba de todo aquello que había marcado los inicios de la década: desde las portadas de los discos de los artistas del momento, hasta los pulcros diseños para revistas de moda. Uno de esos hitos que marcó el comienzo de una nueva era en el diseño fue la portada del disco de David Bowie Diamond Dogs, diseñada por Guy Peellaert. Una imagen hiperrealista compuesta en collage que resultaba perturbadora, demostrando que en el mundo del diseño gráfico el punk también había entrado fuerte. Los ilustradores trataban de llamar la atención sobre los conflictos del momento, a la vez que reflejaban la sociedad en la que vivían.

Entre esos ilustradores se encontraba Alan Aldridge (1943-2017), una figura imprescindible del diseño gráfico. Artista/diseñador característico de un arte psicodélico a partir de imágenes que mezclan imaginación y realismo, que no han pasado desapercibidas en aquellos trabajos realizados y que han llegado a marcar un estilo definido a la hora de establecer la estética pop de los años setenta.

Alan Aldridge nació en el East End de Londres pero ha estado viviendo en Los Ángeles. Lamentablemente nos dejó el pasado día 17 de febrero. Aunque nunca quiso ser un ilustrador -él quería ser un poeta- fue uno de los ilustradores más influyentes en el diseño. Uno de sus primeros trabajos fue como director artístico de la editorial Penguin Books en 1965, donde se especializó en portadas de libros de ciencia-ficción. En 1968 fundó el estudio INK y, poco después, su estilo ciertamente psicodélico empezó a ponerse muy de moda. Es autor de las ilustraciones del conocido libro infantil The Butterfly Feast (1973) en colaboración con el poeta William Plomer, y lejanamente inspirado por los versos de William Roscoe y de Lewis Carroll, con una evidente influencia del ilustrador John Tenniel. Tras realizar el póster de la película Rock and Roll Circus a petición de los Rolling, se introdujo en el mundo del celuloide. En 1968 diseñó el póster de una película de Andy Warhol, Chelsea Girls, que figura entre las obras más audaces e influyentes de la cartelería cinematográfica. Además diseñó un sinfín de portadas de discos. Pero quizá por lo que más se le recuerde es por haber puesto imágenes a las canciones de los Beatles en el volumen Beatles Ilustrated. No en vano fue descrito por John Lennon en 1968, como “Maestro Real de la Imagen de Sus Majestades Los Beatles”. También trabajó como director de arte en The Sunday Times pero fue su nombramiento como consultor de diseño para el sello de los Beatles Apple Records y el lanzamiento de su libro The Butterfly Ball y la Ball and the Grasshopper’s Feast lo que selló su reputación como uno de los talentos creativos líderes del Reino Unido.

Además de ilustrar álbumes de los Beatles y portadas de los Rolling Stones (Rock and Roll Circus), los Who (A Quick One) y Elton John (Captain Fantastic and the Brown Dirt Cowboy), no hace falta insistir en que la relación del diseñador con la música pop fue muy intensa, y ha sido motivo de estudios y de comentarios de halago.

Con la textura del aerógrafo, dibujos caricaturescos y extravagantes, entre la mezcla de colores planos y muy vivos, composiciones tomadas del cómic, florituras y arabescos propios de esa psicodelia característica de la década de los setenta. Con estos elementos es con los que se formó el estilo de Aldridge: una fórmula estética que resume el espíritu dos décadas, y que prosperó en los tiempos más enloquecidos y memorables de la música.

Considerado por los críticos de arte ingleses como el William Hogarth (1697-1764) del rock’n’roll, Aldridge acometió una formidable variedad de encargos: creó diseños para la carrocería del Mini, ideó carteles políticos y dio vida a las páginas en color de un suplemento pionero en la prensa británcia, The Sunday Times Magazine.

Sus visiones en tecnicolor iluminaron los años setenta, la ilustración de Aldridge fue el instrumento en el que se reflejó e hizo visible realidades que, de otra forma, habrían podido pasar desapercibidas, a la vez manifestaban sueños y fantasías y la necesidad de encontrar una salida que el dibujo proporcionaba. La ilustración como arte de la calle, hablaba tanto de fantasía como de realidad; pese a todo, la edad de la inocencia de la historia, y ante el mundo se erigía una nueva era, marcada por la dura realidad. D.E.P.

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