Guadix es una de las ciudades más singulares de España, entre otras cosas, por su historia: aquí se construyó la primera catedral y se instauró la primera diócesis, a cargo del obispo Torcuato, quien, antes de ser mártir y santo, hizo su primera conversión, bautizando en nombre de Cristo nada menos que a la madame del prostíbulo local. Claro que la cosa no terminó muy bien y el hombre murió poco después a manos de sus propios convecinos, con lo que se convirtió también en el primer mártir de nuestro santoral.
La actual catedral de Guadix es espléndida por dentro y por fuera. No hace falta estar doctorado en historia del arte para apreciar su magnífica planta y hermosa fachada, que deja con la boca abierta a propios y extraños. La magnificencia del interior, sin embargo, todo lo empequeñece. Especialmente llamativas me parecieron las magníficas tallas de madera que adornan los sitiales. La presencia cristiana se testimonia en Guadix desde el siglo I, cuando su patrón, San Torcuato, uno de los Siete Varones Apostólicos, discípulos, según la tradición, del Apóstol Santiago, fundó en la ciudad hispanoromana de Acci (la actual Guadix) el primer episcopado de nuestro suelo patrio. Por tanto, la historia de la Catedral de Guadix remonta sus orígenes espirituales a la aparición del Cristianismo en la Hispania romana, que es mucho decir. Pero la actual catedral comenzó a levantarse sobre una antigua mezquita, que, a su vez, los musulmanes habían construido sobre la primitiva catedral. Los trabajos fueron muy laboriosos y extendidos en el tiempo, por eso empezó siendo gótica, para continuar con un trazado renacentista y terminar con una explosión barroca, reflejada, sobre todo, en su fachada. Lo extraordinario de este templo catedralicio es la acertada simbiosis de sus diferentes estilos, que le confieren una gran armonía y personalidad. Por si cupieran dudas de su pasado romano, justo al lado se hallan los restos de un antiguo anfiteatro.
Pero siendo la catedral un hito en la historia y vida de Guadix, como lo es también su castillo, no podemos olvidar el conjunto de miles de cuevas horadadas en las paredes de los barrancos y en las faldas de los numerosos cerros y recovecos de esta singular región, caracterizada por una geografía extraordinaria, donde se dan los más sorprendentes fenómenos geológicos. Durante siglos, las cuevas han servido de bodegas, almacenes, apriscos, establos, graneros y, sobre todo, viviendas. En palabras de un viajero, “aquí los burros van por los tejados, los niños juegan con las chimeneas y la gente vive bajo tierra”. Y es que en esta comarca granadina hay más de veinte mil cuevas, que solo se distinguen a simple vista por las blancas chimeneas que erizan misteriosamente el paisaje. Así que podemos hablar tranquilamente de vida troglodita, que se concentra, sobre todo, en el llamado Barrio de las Cuevas de Guadix.
De hecho, el padre Poveda fundó en ese barrio la primera parroquia/cueva, llena de recovecos con capillitas y altares. Alrededor, son numerosas las viviendas trogloditas, algunas de las cuales pueden visitarse. Si van alguna vez por Guadix, cosa que les recomiendo vivamente, no dejen de acercarse por allí. Hay una especie de tren turístico que sale de la puerta de la catedral y recorre los lugares más emblemáticos de la localidad, hasta llegar al Barrio de las Cuevas. Dulce María Jiménez, que ha nacido en una de esas cuevas y conoce como nadie su origen y prodigiosas cualidades, me asegura que las cuevas de Guadix están ocupadas desde épocas remotas, ya que el terreno es de arcillas impermeables, fáciles de excavar, muy compactas y sin peligro de derrumbamiento. Mantienen una temperatura constante todo el año, entre 18 y 20 grados, lo que las convierte en frescas en verano y calientes en invierno sin ningún gasto energético. Para la ventilación y extracción de humos se suelen sacar respiraderos al cielo, lo que da lugar al característico paisaje de chimeneas blancas tan típico de la comarca. Los dueños de las tierras solían permitir a sus trabajadores hacerse sus casas excavando la arcilla de cualquier ladera, para terminar quedándose con ellas en propiedad cuando aquellos desaparecían, ya que estaban en su terreno.
Pero si la cultura troglodita ya es, por sí misma, un atractivo notable, lo verdaderamente fascinante de esta región, que se extiende desde las faldas septentrionales de Sierra Nevada hasta la Sierra de Baza, son las extraordinarias formaciones geológicas que la erosión y el tiempo han ido esculpiendo en su Geoparque, que se extiende por 47 municipios y está a punto de ser declarado, en su conjunto, Patrimonio de la Humanidad. Es difícil encontrar una sola piedra en los extensos páramos y dramáticos barrancos que los surcan. La llamada Hoya de Guadix fue un inmenso lago en tiempos geológicamente remotos. El arrastre de los deshielos de Sierra Nevada fue depositando cantidades ingentes de lodo hasta secar el lago y formar una gran meseta, que los propios ríos por donde evacuaba el agua, sobre todo el Gor y el Fardes, fueron erosionando, hasta dar lugar a profundos barrancos. Ahí se produjo un doble fenómeno de arrastre de sedimentos, por un lado, y de erosión por el otro. En un impresionante ejemplo, me mostraron una pequeña acequia que ha ido levantando, en solo unos miles de años, un muro de hasta 15 metros de altura con los sedimentos que arrastra, mientras el agua sigue corriendo por su parte más alta. Los paisajes desolados, caprichosos, hermosísimos, que han dibujado los elementos y el tiempo en la comarca de Gorafe, repleta de dólmenes y petroglifos, nos hablan de un hábitat prehistórico que recuerda al Cañón del Colorado.
Es tal el cúmulo de singularidades en esta desconocida región, que ya han empezado a levantarse apartamentos/cueva para que se alojen los visitantes con toda comodidad. El más conocido es el complejo de Almagruz, a solo unos kilómetros de Guadix, donde hay seis cuevas con chimenea, cocina, cuarto de baño y todo el confort de los hoteles modernos, sin olvidarnos de la piscina ni del hábitat troglodita. Allí se imparten, además, todo tipo de talleres y actividades culturales en las enormes cuevas del complejo. Sobre todo si se tiene niños, un viaje a esta región se convertirá en una fantástica aventura. Ah, y nadie pasará hambre. El restaurante Palenga, en plena plaza de la Constitución de Guadix, se encargará de darle a probar la exquisitas especialidades de la región y su excelente bodega de vinos cultivados allí mismo (en una cueva, naturalmente).
En el valle del Zalabí también hay un complejo de cuevas, llamado Trópolis, dedicado a impartir talleres sobre el pan, el vino, el aceite y el queso, productos por excelencia de la región.
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