Es imposible acercarse a Friburgo atravesando el viejo puente medieval de madera sobre las aguas del Sarín, sin pensar de inmediato en Cuenca. La amplia hoz del río ha comido la piedra arenisca hasta formar un profundo tajo que la defiende naturalmente. Las casas se levantan arriscadas en lo alto del farallón, como si fueran una continuación de éste, de tal manera que las fachadas, que lucen los mismos tonos grises y verdosos de las piedras del entorno, cuelgan sobre el abismo igual que las de la bella ciudad española.
Desde el río, la ciudad alta parece una fortaleza inexpugnable. Y digo la ciudad alta porque abajo, en la suave ladera que se extiende entre la pared del cañón y la amplia ballesta del río, ha nacido una nueva ciudad que antaño ocupaban los pobres y ahora alberga las casas de los pudientes y los mejores restaurantes. Entre ambas, hay una caída de más de cincuenta metros que sus ingeniosos habitantes han salvado por medio de un funicular que funciona desde hace más de cien años utilizando las aguas residuales. El mecanismo no puede ser más práctico y sencillo: el alcantarillado vierte en un depósito que hace de contrapeso y, a medida que éste desciende, va tirando del funicular hacia arriba. Cuando el contrapeso vacía sus aguas en el río, se invierte el proceso y entonces el funicular baja, elevando el depósito vacío hasta el punto de partida.
Lo más destacado de esta villa medieval que se arracima alrededor de su catedral gótica es la singular torre, erizada de gárgolas, que se levanta setenta y cuatro metros sobre los tejados del templo y que a lo largo de los siglos ha servido tanto para otear como para ser vista. Desde sus orígenes, la ciudad fue un bastión del catolicismo y aún tiene a gala contar entre sus hijos a todos los jefes de la Guardia Suiza del Vaticano. Jesuitas, franciscanos, cistercienses… casi no hay orden religiosa que no tenga un pie, un convento o una iglesia allí. En eso, se parece a Segovia, mientras en el trazado y el diseño urbano se asemeja más a Berna.
No olvidemos que Friburgo -“ciudad libre”- fue fundada en el siglo XII por el duque Berchtold IV de Zähringen, padre del cazador de osos que fundaría Berna. Ambas son, por tanto, típicas ciudades Zähringen, caracterizadas por la disposición en cruz de las calles principales. A pesar de que Friburgo permaneció católica en tiempos de la Reforma protestante, un tratado firmado en 1406 la mantuvo al margen de las veleidades expansionistas de Berna e incluso la permitió anexionarse los territorios vecinos de Gruyères. Hoy día, este enclave francófono, católico y conservador, limítrofe con la Suiza germánica y protestante es la capital del Cantón del mismo nombre, convertido por sus parajes, monumentos e historia en uno de los destinos turísticos más buscados del país.
Pero no es sólo la capital lo que atrae a centenares de miles de visitantes cada año. A apenas veinte minutos en tren, Murten es uno de los pueblos con más encanto de Suiza. Situado al borde del lago del mismo nombre, conserva de forma admirable su casco amurallado, en el que las fachadas góticas de las casas se alinean en cruz, al más puro estilo Zähringen. Durante años ha sido una atracción turística de primer orden porque, entre otras cosas, ha sabido combinar a la perfección su valiosa herencia medieval con el confort y la tecnología del siglo XXI. Fue una de las sedes de la Expo 02, un gran acontecimiento que tiene lugar cada veinticinco años en Suiza. El tema elegido en esa ocasión fue de un sorprendente talante filosófico: “Instante y Eternidad”. Entre los sugerentes pabellones que acogió Muerten destacó por su originalidad el llamado Blindekuh –“La vaca ciega”-, un proyecto que trataba de dar una nueva visión del mundo y del hombre, cuando éste se ve privado del más importante de los sentidos: la vista.
En esta ciudad que no llega a los cuarenta mil habitantes, se encuentran algunos de los museos más peculiares de Europa. Por ejemplo, hay un entretenidísimo Museo de Marionetas, abierto sólo los fines de semana. También puede visitarse, con aviso previo, un Museo de Máquinas de Coser. Aunque quizá el más interesante de todos sea el Museo Gutenberg de las Artes Gráficas y la Comunicación.
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