Hace años dediqué un viaje completo a seguir la huella de Neruda en Chile. Paseé por La Chascona, la casa que compartía con su esposa en Santiago y, que según me dijeron, tanto le aburría. No me quedó muy claro si la frase se refería a la ciudad, a la casa, a la mujer o a las tres cosas. Lo cierto es que, con cualquier pretexto, dejaba a su mujer en La Chascona y se iba a su casa de Valparaíso, La Sebastiana, a juerguearse con los amigos y “muchas mujeres”, como me puntualizó acusadoramente la encargada de vender recuerdos junto a la casa de la playa, que no era precisamente una admiradora de la vida privada del Premio Nobel: “Él hablaba muy bonito, pero no trató bien a ninguna mujer”, me aseguró sin ocultar su antipatía por el personaje. Lo cierto es que la vida de Neruda transcurría entre su casa de Santiago, La Chascona, su otra casa en un playa solitaria cerca de Valparaíso, y La Sebastiana, un soberbio edificio en lo alto de un cerro en Valparaíso, donde se juergueaba con sus amigos y muchas mujeres. No está mal para un comunista.

Disculpen ustedes la irreverencia, pero, con sus antecedentes, cuando leí esta frase de Neruda “…y yo comencé a mecerme sin sostén”, no pude evitar imaginarme al poeta de tal guisa, meciéndose sin sostén, y -¡que el cielo me perdone!- solté una carcajada que hizo voltear la cabeza a todos mis vecinos de asiento en el vuelo de Lan que me llevaba a Temuco. Debieron de pensar que mi extemporánea risa era producto de los divertidos gags con que esta compañía entretiene al pasaje en todos sus vuelos interiores, y la cosa pasó más o menos desapercibida.
– “Es aquí donde nació Neruda”, sostienen en Temuco.
- “De ninguna manera, Neruda nació en El Parral”, aseguran otros.
- “No, amigo, en el Parral nació Neftalí Reyes, hijo de un ferroviario que pronto se trasladaría a Temuco…”
Según me aseguran, fue aquí donde el joven Neftalí adoptó el nombre de Pablo Neruda para presentarse a un concurso de poesía sin que se enterara su padre, mucho más aficionado a la prosa de ganarse la vida todos los días que a la lírica de las palabras sin sueldo. El muchacho ganó el concurso y así nació en esta ciudad el gran poeta Pablo Neruda.
No me meto en la discusión. Neruda describe con pasión el bosque chileno, la Araucanía, la lluvia paciente, interminable, infinita que riega desde hace milenios las bellas araucarias, los cohiues, los ñirres, los robles, las lengas, los raulíes, los desnudos arrayanes y los inabarcables alerces que convierten los bosques del sur de Chile en un auténtico santuario de la naturaleza y en fuente de inspiración para sus poetas.

El niño Neftalí apenas salió de Temuco durante su adolescencia, pero Neruda llegaría a conocer muy bien la Araucanía cuando, siendo ya senador de la nación, tuvo que atravesarla clandestinamente por senderos secundarios, camino del exilio, huyendo de la orden de arresto dictada contra él por el presidente González Videla.
Saco a colación este asunto porque me encontraba justamente en Futrono, a mitad de camino entre Villarrica y Puerto Varas, en una región salpicada de bosques, lagos y volcanes cuando Paty Saffery, mi guía y asistente en aquel largo viaje a través de los paisajes más increíbles y maravillosos que he visto jamás, me hizo saber que a este puerto lacustre llegó el senador Neruda en su huída, en diciembre de 1948, a bordo de un deslumbrante chevrolet como jamás se había visto otro en la ciudad. Aquella noche pernoctó allí bajo el nombre de Antonio Ruiz Lagorreta, tal como figuraba en los documentos que le había facilitado el Partido Comunista. A la mañana siguiente, tras horas de navegación por el inmenso lago Ranco, llegó a Puerto Llifén, ya deslumbrado por la magia de los bosques y paisajes sureños y tras otro trecho en automóvil por caminos de tierra y bosques virginales llegaría a Puerto Llolles, para, tras cruzar el más pequeño Lago Maihue, detenerse dos meses en la hacienda Hueinahue. El propósito declarado de esta estancia era acostumbrarle a “andar” a caballo y prepararle para la dura travesía, a través de la cordillera, hasta San Martín de los Andes, en Argentina. Fue en pleno cruce de uno de los ríos de montaña, de aguas bravas, que bajan de los glaciares cuando don Pablo perdió pie y lo contó así: “Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas y yo comencé a mecerme sin sostén. Mis pies se afanaban al garete, mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre…”.

Espero que quede claro ahora que el comienzo de esta crónica es una pequeña chanza, tomando sus palabras fuera de contexto. Aunque mucho me malicio que, dado el gran sentido del humor del eximio poeta, de haber estado vivo, hubiera reído la chanza conmigo de buena gana. Despido esta breve reseña con una insuperable descripción de la Araucanía chilena contada por la inspirada pluma de Neruda:
“Bajo los volcanes, junto a los ventisqueros, entre los grandes lagos, el fragante, el silencioso, el enmarañado bosque chileno… Se hunden los pies en el follaje muerto, los gigantescos raulíes levantan su encrespada estatura… El copihue rojo es la flor de la sangre, el copihue blanco es la flor de la nieve… Me entra por las narices hasta el alma el aroma salvaje del laurel, el aroma oscuro del boldo… Una barranca; abajo, el agua transparente se desliza sobre el granito y el jaspe… Quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta. Pablo Neruda
América