En Singapur uno se cruza con miles de rostros planos, con dos ojales inclinados bajo las cejas, pero en ningún momento se tiene la impresión de estar en China. Las ciudades sin raíces, sin historia, sin pobres, sin alma, son muy difíciles de explicar y de entender. Esta isla/ciudad/estado constituye un crisol donde se funden y confunden las más importantes culturas asiáticas, cada una con su barrio, con sus templos, con sus restaurantes, con sus tiendas y con sus costumbres. A partir de ahí, todo es aséptico, moderno, ordenado, eficaz y, si se me permite, añadiré occidental. Es un caso único de ciudad de aluvión, donde todos los habitantes son sobrevenidos de otros lugares y se han organizado para prosperar.
Pocos viajeros recalan más de 48 horas en esta ciudad de paso, punto de encuentro, rosa de los vientos, encrucijada de los mares, pero de ese tiempo, no nos engañemos, la mayor parte lo dedican a comprar. Singapur es un gran bazar en manos de los mejores y más antiguos comerciantes del mundo: los indios y los chinos. Curiosamente, aquí no se produce absolutamente nada, pero se comercia con los más selectos productos internacionales a precios competitivos.

Situado en el punto más meridional de Asia continental, Singapur, un pequeño enclave de no más de treinta kilómetros, donde viven tres millones y medio de chinos (75%), indios y malayos, cuenta con el puerto de mayor tráfico de Asia, con el mejor aeropuerto y la universalmente considerada como una de las mejores compañías aéreas del mundo, Singapur Airlines. Curiosamente, la ciudad actual fue fundada el año 1819 por el el británico Stamford Raffles, quien, según se dice, con el dinero saqueado en las Haciendas Españolas de América estableció un asentamiento en el sitio donde actualmente se encuentra la moderna ciudad, cuyo nombre, procedente del malayo indio, significa ‘ciudad de los leones’. ¿Cuál es el secreto que hace que este pequeño país, que cabe en una ciudad, sea el paradigma de la prosperidad?. Sin duda, el trabajo, el orden y una legislación totalmente favorable al comercio y las transacciones bancarias. Baste decir que más de quinientos bancos, mayormente occidentales, tienen sede en este diminuto paraíso fiscal.
¿Y qué puede hacer un occidental en una ciudad donde tirar un papel o una colilla al suelo o fumar dentro de un edifico está penalizado con multas estratosféricas de varios cientos de euros y el tráfico de drogas, salvo minucias, puede acarrear la pena de muerte? Comprar, desde luego. Comprar hasta la saciedad. Bueno, bonito y barato, pero peleado hasta el fin. Los precios en Singapur no son mas que un punto de partida de una negociación que puede ser larga y laboriosa y que, cuanto más corta y cómoda, más favorable resulta a los intereses del artero vendedor. Como norma, hay que esperar que el precio final de las cosas se fije entre un treinta y un cincuenta por ciento por debajo del precio inicial. Nadie debe conformarse con menos.

Si te queda tiempo o agotas tu presupuesto en la primera jornada, puedes apartar la vista de los escaparates y comprobar que estás en una auténtica ciudad-jardín, en la que, además de árboles y plantas, crecen enormes rascacielos, edificios inteligentes de diseño audaz que se recortan limpiamente contra el cielo, junto a otros de inconfundible estilo colonial. Tal es el caso del legendario Hotel Raffles, de visita obligada. Aunque para ahorrase los más de 500 € por noche que cuesta la estancia, tal vez sea aconsejable limitarse a tomar una cerveza en el bar, mientras se contempla todo el esplendor del imperio y, de paso, echar una miradita de reojo a las lujosas boutiques de la arcada comercial, sin duda la más exclusiva de la ciudad. Después, una cenita al aire libre en las terrazas de Clarke Quay, junto al río, te devolverán el sabor popular de la noche y, con suerte, hasta podrás disfrutar de un concierto de opera china. Otra visita obligada es la isla de Sentosa, un lugar de expansión y entretenimiento que cuenta con una cuidadísima playa y con un aquarium con más de cinco mil especies de peces tropicales, además de una de las mayores colecciones de mariposas del mundo.

CHIJMES es un acrónimo de Convent of the Holly Infant Jesus. En su día fue el único convento católico de la ciudad. Aún puede visitarse su iglesia de estilo gótico -aunque vacía y desacralizada- y el hermoso claustro, donde ahora se ubican lujosas boutiques. Este antiguo orfanato es hoy un curioso y popular complejo de restaurantes, boutiques, pubs y locales de entretenimiento.
Las visitas a Singapur suelen ser breves, pero intensas. El pulso de la ciudad late con fuerza en sus calles, principalmente en Orchard Road, una de las arterias comerciales más importantes del mundo. A la sombra de hermosos árboles, sus amplias aceras, jalonadas de centros comerciales, son un hervidero de gentes de todas las razas que se afanan por consumir. Las miradas asiáticas siempre han encerrado un enigma para los occidentales. Singapur está lleno de asiáticos y de enigmas, pero para mí, el mayor de todos, el que nadie ha conseguido explicarme, es cómo una ciudad donde todos sus habitantes son taoístas, hindúes o musulmanes, gasta millones de dólares en engalanar sus calles para la Navidad con dos meses de antelación. ¡Cosas veredes!
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