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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Las primeras pinceladas de un Picasso adolescente

Sus primeras obras, su primer amor y la casa donde vivió

Las primeras pinceladas de un Picasso adolescente
Francisco López-Seivane el

En la Plaza de Pontevedra de La Coruña, a espaldas de la Playa de Riazor, se alza un soberbio edificio de corte neoclásico, conocido como Instituto Eusebio da Guarda. Cuando el siglo XIX daba ya sus últimas bocanadas ahí recaló un buen día como catedrático de Bellas Artes el malagueño José Ruiz Blasco, acompañado de su mujer y de su hijo Pablo, que entonces sólo contaba con nueve años de edad. La familia viajó en barco desde Málaga, pero un fuerte temporal les obligó a buscar refugio en el puerto de Vigo. María, la mujer, se negó a continuar el viaje por mar, teniendo que hacer el resto del camino en diligencia. Ya en la Coruña se instalaron en un piso de la calle Payo Gómez, próximo a la Plaza de Pontevedra, donde el padre impartía sus clases de Arte, a las que el niño asistía por las tardes. Dicen los que conocen su vida que, como estudiante, fue desastroso, pero, en cambio, en las clases de dibujo se reveló como un auténtico genio desde el primer día. Naturalmente estamos hablando de Pablo Ruiz Picasso.

Uno de los primeros inspiradores del joven Picasso fue el farmacéutico Gumersindo Pardo, que no paraba de pintar cuadros en su rebotica de la calle Real, 92, muy cerca de la Plaza de La Coruña, donde Picasso haría más tarde la primera exposición de su vida, con apenas catorce años. El crítico de arte de La Voz de Galicia en aquella época, Alejandro Barreiro, terminó su artículo sobre la exposición con las siguientes proféticas palabras, dedicadas al joven Pablo: “Continúa así y no dudes que alcanzarás días de gloria y un porvenir brillante”. A Picasso, un niño solitario, le gustaba visitar la Torre de Hércules, que él llamaba  ‘mi torre de caramelo’. No paraba de dibujar, ya fuera en servilletas, libros de texto, cuadernos, tablas… Llegó incluso a crear un periódico, del que se decía director, editor, redactor y, naturalmente, dibujante. Lo llamaba ‘Blanco y azul’, que para él eran los colores predominantes en La Coruña.

He pasado unos días magníficos en esta ciudad tan cómoda, limpia y permanentemente abrazada al mar. Naturalmente he tenido la oportunidad de visitar la Casa/Museo de Pablo Picasso (abierta al público), un piso de la Coruña burguesa de finales del XIX, donde lo que más me llamó la atención fueron las minúsculas habitaciones, muy oscuras, sin ventanas ni otra cosa que un lecho, una mesita y un orinal bajo la cama. El comedor, asomado a la calle, es la estancia más luminosa. El pasillo está ahora lleno de los cuadros que el artista pintó en su adolescencia y firmó como Pablo Ruiz. Todos  son, sin embargo, réplicas de los originales, cuyo destino desconozco. Ninguno de ellos me pareció deslumbrante, aunque, teniendo en cuenta la corta edad del artista, no dejan de ser extraordinariamente meritorios. Picasso solía decir que en su adolescencia coruñesa pintaba como Miguel Ángel, después se inclinó por el abstracto, para finalmente crear su propio e inconfundible estilo cubista.

Este era el comedor de la casa donde vivió Picasso en La Coruña, sin duda la estancia mas aireada y luminosa.

Suso Martínez, el guía que en diferentes visitas me ha enseñado a amar esta ciudad, me aseguró que al niño Picasso le afectó sobremanera la temprana muerte por difteria de su hermana pequeña, cuando apenas tenía trece años. La niña está enterrada en el cementerio de San Amaro y es muy significativo que la primera hija del pintor recibiera el nombre de su hermana muerta: María de la Concepción. Los expertos aseguran que ahí empezó la etapa oscura, deprimida, pesimista… de Picasso, que ha pasado a la historia como su ‘época azul’, aunque pictóricamente ésta se iniciara con el cuadro que Picasso pintó de su amigo  en el ataúd, tras haberse éste suicidado por un mal de amores.

Hermoso cementerio de San Amaro, donde descansan los restos de María de la Concepción Ruiz Picasso, hermana del artista.

Aunque la extraña paloma que Picasso pintó en La Coruña se ha convertido en la actualidad en un símbolo universal de la paz en todo el mundo, para los coruñeses es también el símbolo de su etapa en La Coruña, ya que, tras abandonar la ciudad, jamás volvió a pintar una paloma. Y quizá por eso también una gran paloma picassiana preside la plaza de Pontevedra, junto al instituto donde el artista estudió y pintó sus primeros cuadros, uno de los cuales, ‘La muchacha de los pies descalzos’, fue ya entonces el cuadro más cotizado pintado por un niño. Aún hay rumores en la ciudad de que la niña del cuadro pudo haber sido su primer amor adolescente, pero ahí quedaría todo al marcharse la familia Ruiz Picasso de la capital gallega poco después. Ignoro si la niña descalza fue el primer amor del gran genio, pero de lo que pueden estar seguros es de que no fue el último…

Este monumento a La Paloma de Picasso adorna la Plaza de Pontevedra de La Coruña, frente al Instituto donde estudió el artista.

 

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