Vasco de Gama, tras atravesar el Cabo de Buena Esperanza, avistó por primera vez las tierras del extremo sudoriental de África el día de Navidad de 1497, así que se tuvo por descubridor de las mismas y decidió llamarlas Natal. Para él no contaban los ocho millones de zulúes que poblaban la región desde tiempo inmemorial. Casi cuatrocientos años más tarde, los ingleses establecieron allí una colonia con una población blanca que no superaba las cinco mil personas. No tuvieron más remedio que traer a cientos de miles de indios para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar.
Los orgullosos zulúes terminaron oponiéndose con lanzas y flechas a la fusilería británica y todo el siglo XX fue una sucesión de conflictos armados por toda la rugosa geografía del reino: primero, zulúes contra británicos, después, zulúes contra boers y, finalmente, dos guerras entre británicos y boers dejaron exhausta la región. Aguerridos y orgullosos, los zulúes se enfrentaron con bravura a los boers e ingleses que invadieron sus tierras. Todo el extenso territorio, a oriente de las montañas Drakensberg, está salpicado de campos de batalla donde tuvieron lugar cruentos encuentros bélicos, algunos bastante recientes. En combate, un guerrero zulú, armado de lanza y escudo de piel de vaca, jamás vuelve la espalda al enemigo. Y si lo hace, le espera la ejecución sumaria. Durante las guerras contra los blancos se hizo muy famoso The Coward’s Bush, el acantilado desde el que se arrojaba a los que regresaban del frente desarmados o con heridas en la espalda.
Hoy día, los zulúes constituyen la etnia más extensa de Sudáfrica. Ocupan cargos importantes en la administración (el propio presidente del país, Zuma, es de etnia zulú) y en la empresa privada y son ciudadanos de pleno derecho de la moderna república sudafricana. Pero aún quedan muchos zulúes que viven a la manera tradicional, en clanes familiares. Cada miembro de la familia tiene su propia choza, incluyendo las distintas esposas del jefe del clan, que suelen darle hijos en abundancia.
Roy Newland, un escocés nacido y crecido entre zulúes, me llevó una tarde a un poblado tradicional que nos esperaba con sus mejores galas. Tras la preceptiva ceremonia de bienvenida, el jefe, ataviado con una impresionante piel de leopardo, nos condujo a la plaza donde presenciamos una demostración folklórica de danzas tradicionales. Me llamó la atención la naturalidad con que las chicas bailaban con los pechos al aire, aunque, bajo la faldita de abalorios, unos diminutos hot pants velaban ahora la otrora total desnudez de su cuerpo. Menos mal.
Pero antes de entrar en uno de estos poblados hay que hacer los honores al jefe y obtener su permiso. Es todo un ritual que incluye estrechar su mano derecha, mientras se mantiene la izquierda sobre el antebrazo opuesto para mostrar que no se ocultan armas. Tras el apretón, hay que empuñar el dedo pulgar del anfitrión en honor a sus antepasados y, finalmente, volver a estrechar su mano. Ahora, sí, el jefe abre de par en par al visitante las puertas de su aldea. ¡Bienvenido al mundo zulú!
Una vez dentro del círculo mágico, lo más llamativo es que la primera choza permanece siempre vacía, dedicada a los antepasados. Cualquier miembro del clan puede entrar en ella en cualquier momento, como si fuera un oratorio, para comunicarse con sus ancestros y pedirles consejo. También hay una especie de hórreo comunal donde se guarda el grano de toda la tribu. Lo demás, son viviendas alrededor de una plaza central que sirve para cualquier propósito. Y, sobre todo, para celebrar con increíbles bailes y danzas cualquier acontecimienteo
Desde la privilegiada plataforma de la cabina de un helicóptero, las agujas de basalto de las montañas Drakensberg, que marcan la frontera con Lesoto, una especie de isla en territorio de Sudáfrica, parecen clavadas en las nubes que las rodean. Todo lo que contemplan mis ojos es de una belleza y esplendor inenarrables: una sinfonía de verdes moteada de parches de tierra roja que contienen un puñado de cabañas. Son las aldeas zulúes que se extienden por toda la región. Las inmensas plantaciones de caña de azúcar contrastan con las dramáticas quebradas y cascadas que marcan el curso del río Umgeni antes de llegar al Valle de las mil Colinas, que une Pietrermaritzburg con Durban, ya en la costa del Índico.
Ya por curiosidad, pregunté por el precio de una esposa. Por lo general basta con once vacas, me dijeron, para casarse con una joven, aunque si ésta es hija de algún notable el precio puede ascender a una cabaña completa de bovinos. Esto no es una reminiscencia cultural, sino algo muy vigente todavía en las pequeñas aldeas de Zululandia. Me disculpé aduciendo que no tenía ni una ternera suelta, aunque algunas chicas eran muy tentadoras.
Lo que un día fuera un reino orgulloso que se extendía por todo el África suroriental, constituye hoy la mayor provincia de Sudáfrica, la más homogénea étnica y culturalmente y la que ofrece mayores atractivos turísticos a sus visitantes: inacabables playas de ensueño, Parques Nacionales con todo tipo de animales salvajes en libertad, paisajes esplendorosos y una fascinante cultura viva que los zulúes muestran con agrado, abriendo sus corazones de par en par. ¿Se animan?
Para dimes y diretes: seivane@seivane.net
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