A diferencia del Bwindi Impenetrable, una selva enmarañada y hostil de Uganda, donde se ocultan los últimos gorilas de montaña que quedan en el mundo, el Parque Nacional Kibale, al sur de Fort Portal, es un bosque espeso y amable, en el que conviven en perfecta armonía grandes elefantes y pequeños chimpancés, y en el que cualquiera puede adentrarse sin mayores dificultades que las que se derivan de transitar por un territorio sin desbravar. Bastan unas buenas chirucas, pantalón y mangas largas, sombrero de campaña y una cámara fotográfica de reducidas dimensiones. Y, por supuesto, un guía. No olvidemos que estamos en un mundo salvaje e impredecible, que yo recorrí fascinado hace tiempo acompañado de un experimentado guía.

Lo importante no es allí el bosque, sino el encuentro con las criaturas más inteligentes del mundo animal y las más próximas a nosotros. Los chimpancés viven en ‘tribus’ de más de cien individuos, lo que ya supone una organización social compleja, máxime cuando cada uno parece tener una gran libertad de movimientos. Es muy frecuente, por ejemplo, encontrar a una hembra vagando a su aire con sus hijos, apartada del grupo. Lo hacen a menudo para proteger a los pequeños de las chanzas y agresiones de los machos. A los chimpancés se les oye mucho antes de verlos. Primero, un grito agudo rompe el silencio del bosque, después, un coro de voces de distintos tonos e intensidades se van sumando al primero hasta formar un pandemonio. Los chimpancés no necesitan verse, todos saben dónde están los otros miembros del grupo por el sonido peculiar que emite cada uno. En este bosque de Kibale, tan cerrado que apenas llega el sol, el oído es mucho más importante que la vista. Mientras yo trataba de descubrir algún primate en las ramas de los enormes banianos, Aston, mi experimentado guía, sólo se concentraba en escuchar con los ojos cerrados. De pronto, el singular canto de un ave nos llegó con nitidez.
– “Un tucano”, anticipé precipitadamente.
- “No -sonrió Aston-, es un Capucha Roja, el pájaro más listo del bosque. Para camuflarse imita el canto de cualquier especie. Ya verás”. Se puso a silbar un trino melódico y, acto seguido, recibió una respuesta idéntica. Su sonrisa se ensanchó.
- “¿Te das cuenta?” Repitió con un nuevo trino, y de inmediato escuchamos una réplica mimética.
- “¡Qué oído! Me encanta jugar con este pájaro, pero vamos a lo nuestro…”, y comenzó a hablarme con pasión de los chimpancés mientras nos adentrábamos en el bosque.

Recientemente se ha publicado en El Mundo un exhaustivo estudio que muestra cómo los chimpancés macho no tienen otra función que la de fecundar y defender la tribu, mientras las hembras y sus familias se hacen cargo de cuidar y educar a sus bebés. Eso ya me lo había explicado a mí hace muchos años Aston, el guía que me condujo por los asombrosos vericuetos de Kibale:
– “Entre los chimpancés no existen parejas estables más que por algún breve período de tiempo. Por lo general, cuando un macho quiere copular, agita las ramas con fuerza y enseguida se le acerca una hembra dispuesta. Los hijos son de todos, aunque las madres los amamantan y cargan con ellos durante varios años. Si se les muere alguno, lo llevan en brazos cuatro días, entre la tristeza y el dolor de toda la tribu, que comparte su aflicción. A veces, cuando es muy pequeño, comen el cadáver, nadie sabe por qué. Otras, lo abandonan cubriéndole con hojas. Son frugívoros, les encantan los higos, pero ocasionalmente cazan monos más pequeños. Se organizan en grupos de hasta diez machos y desarrollan una elaborada estrategia de caza, con tretas y engaños, hasta que logran atrapar alguno. Para matarlo, lo cogen de un brazo y lo voltean con fuerza contra un árbol. Sólo lo comen quienes han participado en la caza y algunas hembras que les ofrecen sexo a cambio de una ración. Es muy gracioso verlas ofrecerse mostrando la popa y señalándose los genitales con el dedo”.

Justo en ese momento nos topamos con una pareja de chimpancés que venían cargados con un ramo de plátanos. Muy cerca había una hembra que los contemplaba. Uno de los chimpancés se acercó a ella sin recato y le ofreció los plátanos. Sin dudarlo ni un momento la hembra los cogió y se abrió de piernas. Aston se paró y me detuvo con un gesto.
-“Mira, van a copular”.
En efecto, la pareja se acopló sin el menor recato ante nuestros ojos atónitos y en menos que canta un gallo el macho se retiró, buscó una hoja grande y se limpió la herramienta con ella.
– “¿Ya está?”, pregunté anonadado.
- “Si, sólo tardan tres segundos mal contados, es lo que podría llamarse inseminación por inyección” -me dijo riendo a carcajada batiente. Y añadió:
– “Los chimpancés actúan como auténticos seres humanos. El macho dominante no es un dictador con derecho de pernada como en otras especies, sino algo así como el presidente de un consejo de ancianos en el que todos opinan.
Me contó muchas otras cosas sobre la vida de estos inteligentes simios, con los que compartimos mas del noventa y cinco por ciento de nuestros genes. No quiero hacer esto más largo, pero te aseguro que hay tema para mucho más. Tal vez algún día podamos retomar el hilo y avanzar en la estructura social y costumbres de estas increíbles criaturas….
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