De todos es sabido que el Dalai Lama, la mayor autoridad política y espiritual del Tibet, tuvo que salir huyendo de su palacio en Lhasa en 1962, cuando los soldados chinos invadieron el país. Aquello no fue una toma pacífica precisamente. Tras una agónica marcha que duró semanas, encontró finalmente acogida en Daramsala, al otro lado de la frontera india. Daramsala es una ciudad enclavada en el valle de Kangra, al pie de los Himalayas, que se extiende en barrios o poblaciones que trepan por las empinadas laderas que la flanquean. Uno de estos núcleos, McLeodganj, a casi dos mil metros de altura, empezó siendo una estación de montaña durante la ocupación inglesa y ha terminado convirtiéndose en la sede del gobierno tibetano en el exilio y residencia oficial del Dalai Lama. Cuando uno se va acercando por la serpenteante carretera y, de pronto, se encuentra con las casas de McLeodganj encastradas en lo más alto de la boscosa pendiente es imposible no pensar en Lhasa y sus arracimados lamasterios. En total, mas de quince mil tibetanos viven aquí, pagando sus impuestos (20%) al gobierno democrático tibetano en el exilio, que se renueva cada cinco años.
No debió de ser fácil la salida del Dalai Lama de su país, hace ya más de cincuenta años, huyendo de los invasores chinos. El viaje, a pie, duró más de un mes a través de los descarnados pedregales del Tibet occidental, primero, para adentrarse después en los difíciles pasos de montaña que conducen a la India, cruzando la cordillera más alta del mundo. Junto a la comitiva de notables que acompañaban al Lama viajaba cuanto pudieron llevarse consigo: antiguas escrituras, valiosos objetos religiosos, reliquias… Me lo cuenta todo con detalle Tenchoe, una joven cuyos padres, siendo aún niños, siguieron al Dalai Lama a su incierto exilio. Tenchoe rondará la treintena y es la encargada del pequeño museo donde se exhiben hasta cuatrocientas obras de arte en la Biblioteca Tibetana de McLeodganj. Nació aquí y jamás ha puesto el pie en su amado Tibet, pero está convencida de que su generación lo logrará. Cenamos en un restaurante tibetano asomado al abismo. Ella elige el menú y me adiestra sobre cómo negociarlo. “Todo está organizado aquí, me dice, para que nuestra lengua, nuestra cultura, nuestras tradiciones y nuestra forma de vida se perpetúen. Los niños estudian en tibetano, aunque aprendiendo a la vez el hindi, el idioma del país que nos acoge”. También hay una Escuela de Estudios Tibetanos, una especie de universidad, en la que Tenchoe se graduó en filosofía budista, una asignatura del mayor prestigio entre los tibetanos. Los hindúes los doblan en número, así que le pregunto si no se dan matrimonios mixtos. “Ningún tibetano se casará jamás con alguien de otra cultura. Nuestro deber es procrear nuevas generaciones de niños que mantengan viva la cultura y sigan luchando por recuperar el Tibet” ¿De qué viven los exiliados? “Básicamente del comercio. Venden jerseys de lana y telas. También hay restaurantes, hoteles y un buen número de funcionarios que cobran del gobierno, como yo”.
La presencia del Dalai Lama atrae a muchos visitantes extranjeros, simpatizantes del budismo, en general, y de la causa tibetana, en particular, con la consiguiente prosperidad para la zona. Por aquí pasaron Richard Geere y Gwyneth Paltrow, entre otras muchas celebridades. El turismo espiritual está al alza en todo el mundo. Una mañana me encontré en un recodo de la carretera con un grupo considerable de ucranianos con la cabeza rapada. Se dirigían a la residencia de Su Santidad, tal vez sin saber que éste se encontraba ausente. Probablemente, ni llegaron a enterarse de su ausencia. El hombre viaja sin parar, y cuando no lo hace, permanece aislado en su residencia, aledaña al gran complejo budista que todos visitan con emoción, haciendo girar los rodillos de oración, encendiendo velas o meditando en los amplios espacios al aire libre que rodean el templo. Su casa está protegida por altas verjas y guardias que impiden amablemente el paso a todos los curiosos. Hubo una época en la que no era infrecuente encontrase con él o incluso pasar a saludarle, pero hace mucho que un encuentro con el Dalai Lama es casi tan complicado de obtener como una audiencia con el Papa.
Y eso que hace ya algún tiempo que el Dalai Lama renunció a sus responsabilidades políticas, anticipando que la institución que representa, que ha prestado un gran servicio al país durante siglos, podría desaparecer tras él si así lo decidiera democráticamente el gobierno. El asunto es de gran calado, porque, o mucho me equivoco, o eso equivaldría a dar prevalencia al poder temporal frente al divino en una de las pocas teocracias que quedan en el mundo. Aunque Tenchoe no cree que eso vaya a ocurrir. O, tal vez, no quiere creerlo…
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