El escándalo ha estallado recientemente con gran estrépito en todos los mentideros del país. La hasta ahora discreta Fundación Selgas-Fagalde ha sido puesta en el ojo del huracán por extrañas maquinaciones que incluyen la descatalogación y venta de dos de los cuadros más valiosos de su colección, un Goya y un Greco (éste en grado de tentativa), así que muchos se preguntan estos días quién diablos eran los Selgas-Fagalde.
La Quinta de los Selgas en El Pito (Cudillero) es un lujoso palacio del siglo XIX, rodeado de fabulosos jardines, fuentes y estatuas. Baste decir que por allí lo denominan el Versalles asturiano. Evidentemente se trata de una exageración, aunque el soberbio edificio renacentista construido por los hermanos Selgas constituya una obra extraordinaria y sin paralelo en la región.
En su día lo recorrí despacio, paso a paso, piso a piso, sala a sala, y mi asombro no paraba de crecer por la abrumadora sobreabundancia de objetos de valor allí acumulados, hasta el punto de parecerme que acababa de entrar en la cueva del tesoro de Alí Babá. Ya se sabe que un obra no es lo mismo sin un contexto adecuado. Y el contexto de este palacio no es otro que sus hermosos jardines, uno de los cuales, de estilo francés, recuerda por su armonía, líneas, espacios abiertos y cuidados detalles a los jardines de Versalles, aunque en versión pedánea. Sin necesidad de establecer comparaciones, siempre odiosas, Víctor de la Serna describió la Quinta de los Selgas como “la perla de la costa asturiana y una de las últimas grandes obras de una época que no volverá“. Esto ya parece más razonable.
Una vez en el interior, ya quisieran las vacías salas del Palacio de Versalles asemejarse a las del Palacio de los Selgas, tan repletas de obras de arte, pinturas y fabulosos muebles de época, que más parecen el sueño erótico de un anticuario. Siendo muy impresionante el edifico renacentista, lo más valioso del palacio es, sin duda, la exclusiva y extraordinaria colección de arte que atesora y que, lamentablemente, sólo puede admirarse de julio a septiembre cada dos años. Y aún eso, si a la Fundación no se le ocurre otra cosa.
Quizá lo que más recuerde a Versalles sea el Salón de Baile, pomposamente llamado Sala Luis XVI. Con sus paredes cubiertas de espejos y un afrancesamiento sin pudor, constituye una recreación descarada de los salones versallescos, hasta tal extremo que los doce brazos de luz de la estancia son una réplica de los del Petit Trianon del palacio francés, mientras a través de los ventanales se divisa una vista panorámica del jardín. Lujosamente decorada y amueblada sobre un espléndido parqué, es la sala más amplia del palacio.
Muy cerca se halla la sala Luis XV, del más puro estilo rococó, recargadísima de estatuas de porcelana, espejos, jarrones, relojes… Falta de ahí un cuadro del General Ricardos, pintado por Goya en 1794 y adquirido por Fortunato en una tienda de antigüedades de la calle Fuencarral de Madrid por el precio de mil quinientas pesetas. Actualmente, según me dijeron, se halla en el Pabellón de Tapices de la Fundación Selgas-Fagalde. La Biblioteca tiene las paredes cubiertas de vitrinas llenas de libros impecablemente encuadernados y que uno se pregunta si alguna vez habrán sido abiertos.
Por lo demás, la colección pictórica está compuesta por nombres como Goya, El Greco, Morales, Rubens, Giaquinto, Jean Courtois, Maellas, Van Loo… Es una lástima que tantas y tan extraordinarias obras de arte duerman allí el sueño de los justos durante los largos meses, a veces años, en que las puertas del palacio permanecen cerradas a cal y canto. Incluso cuando están abiertas, en verano, la visita resulta incómoda por las estrictas medidas que impone la Fundación a los visitantes, a quienes no permiten ni sacar el móvil para tomar notas, ni siquiera hacer fotos en el exterior. En Cudillero nadie comprende el hermetismo de la Fundación, ni para qué sirve una institución que mantiene sus bienes cerrados y vedados al público, si el único propósito de toda obra de arte no es otro que ser admirada. Todo el mundo respeta en la villa la memoria de los hermanos Selgas y son muchos los que piensan que, de estar vivos, desaprobarían hoy la antipática actitud de la institución que cuida de su legado.
Se dice a menudo que toda institución no es sino la sombra alargada de un solo hombre, en este caso de una familia. O mejor, de dos hermanos de una familia de ocho, que recibieron una apreciable herencia de sus padres, propietario de un negocio de ultramarinos en Cudillero. De los ocho hermanos, sólo sobrevivieron tres, Ezequiel, Fortunato y Francisca. El mayor de ellos, Ezequiel, se trasladó muy joven a Madrid, donde enseguida hizo fortuna, debido a su gran talento para los negocios y a sus afortunadas inversiones en bolsa. Esta notable prosperidad le abrió las puertas de la aristocracia y le permitió hacer amigos importantes, como los marqueses de Urquijo o el marqués de Salamanca, con quien se asoció para llevar a cabo el ensanche de Madrid, el famoso Barrio de Salamanca. Con sus inversiones y olfato, Ezequiel no cesó de incrementar su fortuna y dedicó parte de ella a dar una educación exquisita a su hermano pequeño, Fortunato, quien terminaría convirtiéndose en un hombre muy culto, abogado, historiador, amante del arte, buen conocedor de la pintura y de la escultura, particularmente desde el Renacimiento. Fue además un gran viajero, que no cesaba de adquirir obras de arte por donde quiera que pasara, tal como hacían entonces muchas familias pudientes. Ambos constituían un perfecto maridaje entre el dinero y la cultura, en apariencia dos principios antitéticos, pero en la práctica absolutamente complementarios. Lo que seguramente Fortunato hacía guiado por su amor al arte, para Ezequiel no era sino una manera de ennoblecer su fortuna y preservarla de los vaivenes del mercado. Al fin y al cabo, las obras de arte siempre se revalorizan con el tiempo
Los tres hermanos fallecieron en el primer tercio del siglo XX, los dos mayores sin descendencia, siendo los hijos de Fortunato, casados con dos hermanas Fagalde, los que heredarían las propiedades y el patrimonio familiar con la condición de mantenerlo unido, cosa que cumplieron hasta su fallecimiento sin descendencia. Sus bienes fueron entonces legados a una fundación que lleva su nombre y tiene dos premisas: la conservación y la divulgación de sus bienes. La primera parecen haberla cumplido satisfactoriamente… hasta hace poco, pero sobre la segunda siempre hubo muy serias dudas en Cudillero.
El Patronato de la Fundación Selgas-Fagalde está constituido en la actualidad por la Consejería de Cultura del Principado de Asturias, el Arzobispado, la Universidad de Oviedo y el Ayuntamiento de Cudillero, una serie de cargos institucionales, ajenos por completo al arte, que apenas hacen otra cosa que secundar las decisiones del presidente, un tal Gregorio Peña, un abogado de Madrid que ahora se encuentra en el ojo del huracán y a quien algunos acusan de administración desleal. A ver cómo explican tan ilustres instituciones la descatalogación y venta del valioso cuadro de Goya ‘Aníbal Vencedor’ y el intento de vender un Greco a un museo de Budapest, algo que no sólo va contra los estatutos, sino también contra el espíritu mismo de la Fundación e incluso del Patrimonio Nacional.
Concluyo con una divertida paradoja. Aparte la fabulosa colección de arte, lo más llamativo de la Quinta de los Selgas quizá sean sus fantásticos jardines, uno francés, otro inglés y un tercero italiano, que, en su conjunto, fueron declarados como ‘el mejor jardín español’ por la Asamblea General de la Sociedad de Amigos del Real Jardín Botánico. ¡Cosas veredes, amigo Sancho!
Escucha aquí mis Crónicas de un nómada en Radio5 (RNE)
España