Madrid puede presumir de tener una de las mejores redes de bibliotecas públicas de España. Solo en la capital hay cerca de 50. Las bibliotecas son una parte fundamental de nuestras ciudades hoy en día. Y es que el origen de estos templos de la lectura es tan antiguo como el de los libros mismos. Las bibliotecas han acompañado al ser humano desde que se inventó la escritura. Es bien sabido que ya en tiempos del Imperio Romano, el de bibliotecario, servidor de la domus imperial, era un oficio de lo más respetado en la sociedad. Lo mismo ocurría en el Antiguo Egipto, del que han pasado a la historia las bibliotecas de Tebas y de Karnak como las mayores de aquella civilización.
La obsesión por el conocimiento es algo intrínseco del ser humano, es lo que nos ha diferenciado como especie. Desde que las primeras civilizaciones comenzaron a dejar por escrito sus teorías, estas se han intentado conservar, con mayor o menor éxito, en las bibliotecas. Gracias a ello hoy conocemos mejor de dónde venimos. En el día mundial de las bibliotecas, que se celebra hoy, hay que poner en valor estos espacios que tanto hacen por la difusión de la cultura y, por qué no decirlo, por el entretenimiento, también.
No hay duda de que la Biblioteca Nacional es la más importante de España y una de las más respetables del mundo. No por la solemnidad de su sede, en el histórico Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales que comparte con el Museo Arqueológico Nacional, sino por los 28 millones de publicaciones que dan forma a sus valiosísimos fondos, entre los que hay numerosos manuscritos, incunables, monografías… y libros, muchos libros, todos guardados a buen recaudo en el palacio cuya primera piedra puso la reina Isabel II en 1866.
Alfonso X el Sabio custodia la entrada de este templo con su mirada intimidatoria. Junto a él, otras enormes estatuas de algunos ilustres de nuestra historia: Miguel de Cervantes, Lope de Vega o Antonio de Nebrija, entre otros, todos ellos en la escalinata principal que da acceso al edificio. Pero la idea de dotar al reino de una biblioteca a su altura que recopilara toda publicación de valor se la debemos, no a Alfonso X el Sabio, sino a otro rey: Felipe V. En 1711 abrió sus puertas como Real Biblioteca Pública, aunque su actual sede llegaría más de un siglo después.
Con el paso de los años, numerosos títulos se han ido incorporando a los fondos de la biblioteca, hasta el punto de contar en la actualidad con tesoros de incalculable valor, como el primer ejemplar del Quijote, por ejemplo. Pero, sin duda, quizás sean los manuscritos lo que más llamen la atención.
Federico García Lorca
Seguramente, cuando Federico García Lorca perdió su poema “Crucifixión”, nunca pensó que acabaría a buen recaudo en la Biblioteca Nacional de España. El granadino se enteró de que lo tenía su amigo Miguel Benítez Inglott y se lo reclamó en numerosas ocasiones mediante cartas. En la actualidad, tanto el propio poema como las cartas entre ambos, son algunos de los tesoros que hay en la Biblioteca Nacional.
Antonio Machado estuvo toda su vida ocultando el verdadero nombre de la Guiomar de sus poemas. Ella era una mujer casada y, aunque el poeta se enamoró perdidamente, ninguno de los dos lo hizo público. Él utilizó ese pseudónimo que escondía en realidad el nombre de su amada Pilar de Valderrama. Las cartas más secretas entre ambos, prueba de un amor prohibido en la España de entonces, también se encuentran en los fondos de la biblioteca y sirvieron de inspiración a la periodista y escritora Nieves Herrero para escribir su novela “Esos días azules”.
En el siglo XVI, los mejores pintores y escultores estaban en Italia. Es por eso que Felipe II hizo venir a uno de los mejores de la época, Pompeo Leoni. Lo curioso es que el milanés trajo consigo un importante manuscrito sobre mecánica de uno de los mayores genios de la historia de la humanidad: Leonardo da Vinci. Los Códices Madrid acabaron en manos del monarca y hoy también forman parte de esos tesoros de la biblioteca más importante de España.
Nunca antes alguien pensó que unas cartas de amor estarían guardadas en el mismo lugar y con la misma delicadeza que unas instrucciones sobre mecánica. La pasión y la razón se dan la mano en los fondos de la Biblioteca Nacional, prueba de que el conocimiento del ser humano pasa por ambas.
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