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Blogs El rincón del gato por Roberto Macedonio

Así era Paco, el perro que tiene una estatua en la calle Huertas

Este domingo se celebra el día internacional del chucho

Así era Paco, el perro que tiene una estatua en la calle Huertas
Estatua del perro Paco en la calle Huertas, Madrid
Roberto Macedonio el

Que el perro es el mejor amigo del hombre nadie lo duda. A lo largo de la historia este animal ha sido parte de la vida de muchos humanos. En algunas culturas, como las prehispánicas, determinadas razas estaban consideradas incluso una deidad. Es el caso del Xoloitzcuintle, patrimonio cultural y símbolo de la Ciudad de México, una insignia de este país que fue muy importante para la mitología mexica. En el Antiguo Egipto, también fue un animal divinizado. Por su carácter cariñoso y simpático o por su habilidad para la caza e incluso la guerra en algunos episodios de la historia, este fiel compañero ha sido valedor de ser considerado nuestro mejor amigo.

Actualmente no se suelen ver perros callejeros en las grandes ciudades como Madrid. Esto no ha ocurrido siempre.  En el pasado, muchos de estos animales han vagado por la capital en busca de comida o cobijo, algunos con más suerte que otros. Muy afortunado fue el perro Paco, que en el siglo XIX llegó a protagonizar incluso las crónicas de los periódicos después de ganarse el cariño de  la aristocracia, la burguesía y el resto de la ciudadanía. Su hogar: el barrio de las letras, donde ahora, siglos después, el Ayuntamiento le ha honrado con una estatua. 

Estatua del perro Paco en la calle Huertas, Madrid

Son muchas las historias que corrían por el Madrid de entonces acerca del que acabó siendo la mascota de la Villa y Corte, algunas más fantástica que otras. Dicen que incluso el rey Alfonso XIII se interesaba por las numerosas y simpáticas anécdotas que protagonizaba el perro Paco, por eso las empezó a recoger la prensa. Pero fue otro aristócrata quien le abrió la puerta de la alta sociedad a este can: el marqués de Bogaraya, cliente habitual del Café de Fornos, un lugar de moda entre los intelectuales y la flor y nata del momento. Aquí organizaban tertulias los grandes literatos de la época y se reunían los poderosos para conspirar o llegar a acuerdos en el mejor de los casos. El chucho, sabedor del continuo ir y venir de personas en este local, lo empezó a visitar con la esperanza de que le cayera algo de comida. Siempre se colocaba a las puertas. Un día, el marqués, que lo había visto ya en varias ocasiones, le hizo pasar. Nadie contravino al aristócrata que, además de sentar al animal a su lado, pidió comida para él, como si fuera otro cliente más. Al hombre, que acabó siendo alcalde de Madrid, le cayó tan simpático el perro que no dudó en bautizarle conforme al santoral de aquel día, Paco. 

Todos los que fueron testigos en el Fornos de la simpatía que el perro causó en don Gonzalo de Saavedra y Cueto, empezaron a dispensarle un trato especial. Este comenzó a visitar enseguida otros cafés. Y no solo eso. Paco se hizo tan popular que le abrían las puertas de todo lugar al que llegaba, hasta el punto de ser un visitante recurrente del hipódromo o el teatro. También usaba el tranvía cuando quería recorrer largas distancias en la ciudad, como un vecino cualquiera.

Un vividor

Si por algo se caracterizó este sabueso, es por ser un vividor. Allí donde había una fiesta, estaba él. Es por eso que frecuentaba la plaza de toros. Era tan asiduo que siempre le reservaban una localidad en el coso taurino. El 21 de junio de 1882 no se quiso perder la corrida a cargo de Pepe de los Galápagos. En un momento dado el can salta al ruedo y comienza a ladrar al inexperto novillero, dicen que por no gustarle la faena. Esto no hizo más que provocar el nerviosismo de Pepe que, preocupado por la espectáculo que estaba dando y por los ladridos del perro, le clavó su estaca. Aquello provocó la indignación de los asistentes que lincharon al matador. El perro Paco había muerto. Madrid se conmocionó ante aquel suceso que acabó con la vida de la mascota más querida por los vecinos. Por primera vez, perros y gatos se entendieron. 

Tras morir, se convirtió en todo un icono y una insignia de la capital, no se dejaron de contar leyendas y hazañas heroicas de este animal. Aunque siempre fue un perro callejero, fueron muchas las familias que le abrían las puertas de su casa en las noches de frío. Él accedía a dormir bajo techo, pero no le gustaba pasar demasiado tiempo, dicen las crónicas, en casa de nadie. El perro Paco era un animal callejero y siempre acababa volviendo al asfalto de Madrid en busca de nuevas historias. 

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