Pío Baroja es sin duda uno de los mayores exponentes de la literatura española. Este autor llevó a la generación del 98 a su máxima expresión con obras de la talla de “Memorias de un hombre de acción”, “Zalacaín el aventurero” o “El árbol de la ciencia”, un relato con tintes autobiográficos protagonizado por un médico bastante desdichado. El propio Pío Baroja estudió medicina aunque la vida le llevó por otros derroteros a mayor gloria de la literatura universal.
Madrid le debe mucho a Pío Baroja, él describe como pocos en sus novelas aquella capital de entre los siglos XIX y XX. Pero Baroja no era gato sino donostiarra, aunque la mayor parte de su vida la pasó en Madrid, ciudad que pisó por primera vez con 7 años y en la que vivió la mayor parte de su vida, desde 1886 hasta 1956, fecha en la que muere. Hay rincones de la ciudad que puso de moda, como la hoy de sobra conocida cuesta de Moyano. En su honor hay una escultura dedicada a este autor en la cima de la cuesta. Al verla, es como si siguiese paseando día tras día en busca de libros perdidos, pero ahora son sus obras los tesoros más valiosos que se pueden hallar en las casetas de los libreros. Quizás por eso, en este punto de Madrid se han organizado todo tipo de homenajes y actividades para recordar al autor en su 150 aniversario.
Pío Baroja ya llegó al mundo llamando la atención, y es que el autor, uno de los mejores de la literatura en español, no nació en cualquier fecha, sino el 28 de diciembre de 1872, día de los Santos Inocentes. En este aniversario, desde el Ayuntamiento se han organizado un gran número de actos para rendirle homenaje: mesas redondas, visitas guiadas, mapas… Todo parece quedarse pequeño cuando se trata de recordar a un hombre que se convirtió en uno de los vecinos más ilustres de Madrid.
Pío Baroja vivió en los alrededores de la plaza de Ópera, sobre todo en sus primeros años en la capital. Pero él acostumbraba a pasear por toda la ciudad, desde el extrarradio al parque del Retiro, el parque del Oeste o las Vistillas. Baroja frecuentaba El Rastro y era de costumbres castizas. Así, el Madrid más céntrico y el más marginal se acabaron convirtiendo en el telón de fondo de su vida e, inevitablemente, también de su obra.
Vivir de la escritura
Convertirse en un escritor de reconocido prestigio no es tarea fácil. Vivir de la escritura, tampoco. Es por ello que un jovencísimo Pío Baroja tuvo que compaginar, primero sus estudios de medicina y posteriormente sus primeros años en la bohemia con trabajos que le permitieran mantenerse. Aquellos oficios acabarían marcando su carácter y le llevarían a vivir experiencias inspiradoras e inolvidables.
La vida a finales del siglo XIX tampoco era fácil y menos si te querías dedicar a la escritura. Pero Pio Baroja encontró el trabajo que le dio todo lo que en ese momento necesitaba: estar en contacto con la gente, conocer cientos de historias y ganar dinero. Siendo bastante joven se incorporó a la plantilla de Viena Capellanes, una de las cafeterías más antiguas de Madrid fundada en 1873. Entre el aroma a café y a pasteles recién hechos que caracteriza a este sitio centenario, el literato estuvo años atendiendo a los madrileños en un lugar al que acudían familias de alta sociedad y de lo más humilde.
Ser camarero era poca cosa para Pío Baroja, por eso él pronto se empezaría a distinguir de sus compañeros, sobre todo cuando empezó a organizar las primeras tertulias literarias. No hay duda alguna de que la trastienda de la primera tahona de Capellanes, en la calle Misericordia, se convirtió en una fuente de inspiración para el autor, pues allí escribiría algunas de sus obras durante los descansos que tenía. Grandes títulos como “Vidas sombrías”, “La casa de Aizgorri”, “Silvestre Paradox” o “Camino de perfección” surgieron durante los ratos libres de su trabajo. Nunca alguien antes pensó que de un horno de bollos podrían surgir ideas tan brillantes e historias, eso sí, demasiado amargas para una pastelería.
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