Historias de amor, despedidas, anécdotas, relatos de viajes… Durante décadas las postales formaron una parte fundamental de nuestra vida. Antes de ser sustituidas por las nuevas formas de telecomunicación, constituían una de las pocas maneras que teníamos de comunicarnos. En la actualidad hay románticos que las siguen usando, pero cada vez menos. Este negocio mueve grandes cantidades dinero, sobre todo gracias a los coleccionistas que, por una cartulina, están dispuestos a pagar grandes fortunas.
En la calle Libertad, en el barrio de Chueca, hay un pequeño comercio familiar que atesora un millón de postales. Algunas, las más antiguas, son del siglo XIX. En ellas se puede ver retratado un Madrid añejo, todavía con carros por las calles tirados por caballos y con unos primitivos tranvías que nada sabían entonces de lo que después se llamó “Metro”. Observar estas fotografías es todo un viaje al pasado. De hecho, han servido a multitud de directores de cine para inspirarse, imaginar historias o recrear decorados de época. Es un archivo, sin duda, de gran valor histórico.
Mucho antes de que llegaran las redes sociales, décadas, la forma que los ciudadanos tenían de demostrar y presumir que habían hecho un viaje, era mostrando una cartulina del exótico destino que hubieran visitado. En muchas ocasiones, incluso, las enviaban desde el extranjero pagando unas cuantas pesetas por el sello internacional. Pero, en un mundo sobre el papel, sin pantallas, una postal se podía convertir incluso en un precioso pasatiempo. Muchas de ellas, por ejemplo, mostraban el rostro de un hombre con dos huecos para introducir los dedos y que estos parecieran sus piernas, una forma muy original de entretener en aquellos tiempos donde la imaginación cobraba más importancia que nunca.
Guerra Civil
Todavía se conservan, afortunadamente, cientos de postales de la Guerra Civil. Aportan un testimonio único de la realidad que vivían los ciudadanos en aquel sangriento conflicto bélico que dividió el país. Hay historias de familias rotas y muchas despedidas. Algunas, dependiendo del bando en que se encontraban, tienen marcado un sello que las identifica como “censuradas”. Esas nunca llegaron a su destino. Y las otras, por las dificultades de aquellos tiempos, probablemente tampoco.
Juan Molina es uno de los mayores coleccionistas de postales que hay en España. En su colección privada cuenta con más de 40 mil fotografías de época. La mayoría son de finales del siglo XIX y principios del XX. En ellas se puede ver cómo ha cambiado y evolucionado la capital. Están retratadas las castañeras, los chulapos, los teatros, los cines, las posteriores salas de fiesta… Además, hay entre otros, episodios tan importantes de nuestra historia como la coronación del rey Alfonso XIII.
“Todas las postales están selladas, han circulado y tienen sus dedicatorias”, asegura Molina. Es la prueba de que estamos ante historias reales, alegres, tristes, como la vida misma. Juan llegó a Madrid en la década de los 50 desde su pueblo en Jaén, Campillo de Arenas. Asegura que ha sido “testigo de las transformaciones de la ciudad, ahora las muestro al público en forma de tarjeta postal”.
Su colección está expuesta en el Centro Comercial Moda Shopping. Juan Molina quiere reivindicar, más allá de la curiosidad y el romanticismo que a todos nos suscitan estas fotografías, la importancia histórica que tienen, y es que el paso del tiempo “las ha convertido en testimonios de gran valor, ya que constituyen una importante fuente de documentación gráfica para investigadores y coleccionistas”. Además, “hacen regresar a la infancia a los más mayores del lugar”.
No hay duda de que las postales son uno de los elementos con más encanto de nuestra historia. Lo positivo es que, por su formato, aún se conservan millones de ellas en todo el mundo, muchas de Madrid. Hoy en día la digitalización de todo está llevando a que se pierda el papel y el texto de puño y letra. Nada podrá sustituir todo lo que se puede transmitir a través de la caligrafía, de una fotografía impresa, la fragancia con la que algunas amantes las rociaban o un beso sobre el papel. De momento, la tecnología no ha llegado a eso.
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