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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

La sabiduría que nace de la experiencia

José Manuel Otero Lastres el

En mi primera novela, titulada La Niña de Gris, hay algún pasaje que me gustaría reproducir, aunque sea parcialmente, porque el diálogo que mantienen en la Plaza de La Constitución de Cée el protagonista y un limpiabotas ilustra perfectamente la reflexión que deseo compartir con ustedes y que resume perfectamente el título de esta entrada.

– ¿No le gustaría dejar de trabajar? –preguntó José, orientando la conversación hacia cuestiones más personales.

– Poder, podría, porque tengo a todos mis hijos colocados y me insisten en que deje de trabajar, pero no les hago caso. No soy de los que trabajan por dinero, sino porque me gusta estar ocupado y hacer lo que hago, por raro que pueda parecerle.

– La verdad es que no es fácil de creer que a alguien le pueda gustar el oficio de lustrar zapatos…-dijo José con la mayor suavidad posible intentando que no le molestaran sus palabras.

– Por lo que acaba de decir veo que usted es uno más de los muchos que sólo reparan en el hecho de que limpiamos zapatos. Los que opinan como usted, y se lo digo con todo mi respeto, se olvidan de que entramos en contacto con mucha gente, de todo tipo, y de que la gran mayoría, como le está ocurriendo a usted, suele hablar con nosotros mientras prestamos el servicio. Gracias a eso, yo, que no tengo ningún estudio, he podido aprender muchas cosas. Y es que, sin que sea presumir, yo le he lustrado los zapatos a gente muy importante. Aunque le parezca mentira, cuando estuve haciendo la mili en Ferrol se los limpié a Franco, antes de ser el Jefe, y a bastantes almirantes, que llevaban sus uniformes azul marino repletos de bordados en oro, y al escritor don Gonzalo Torrente Ballester. Aquí en Cée, por citarle sólo a algunos, a don Fernando Ortega, a don Benigno Mayán, a don Francisco Leis, a don Argimiro Guillén Cereijo, a don Perfecto Castro Canosa…, todos ellos grandes personalidades que me enseñaron muchas cosas. ¿Cree usted que si yo no fuera limpiabotas iban a pararse a hablar conmigo?

José se quedó perplejo. Una vez más tenía la sensación de haber recibido una lección de quien menos lo esperaba. Y con un gesto reflexivo dijo:

– Creo que no. Casi siempre juzgamos por lo que vemos a primera vista, sin caer en la cuenta de que hay una realidad que se capta a través de otros sentidos que utilizamos mucho menos de lo que deberíamos. Tendré muy presente lo que me acaba de decir…

Y sin dejar de estar impresionado por lo que le había respondido el limpiabotas, añadió:

-Con bastante frecuencia escucha uno reflexiones profundas de personas sin estudios que tienen una gran sabiduría adquirida a través de la experiencia y la observación. Precisamente lo que usted me acaba de indicar, me ha recordado la reflexión de un viejo taxista que me llevaba al aeropuerto de Alvedro. Le iba diciendo  que el hombre acaba cansándose de todo lo que tiene, y me dijo: “De todo no. Hay algo de lo que nunca se cansa el hombre: del dinero. Nunca oí a nadie que en el momento de tener que cobrar rechazara el dinero diciendo que no podía con más”.

Tomás, que había parado de dar lustre para escuchar atentamente las palabras de José, lo miró en silencio unos instantes y volviendo a su faena le empezó a decir:

– Mire, don José, de las enseñanzas que me han dado mis 87 años de vida me quedo con tres. La primera es que la mayor parte de nuestra vida la vivimos ignorando lo que nos espera, porque nadie nos lo dice. La segunda es que cuando van quedando atrás las etapas por las que pasa nuestra vida, nos dedicamos a lamentar no haber sabido saborear y disfrutar  a tiempo todo lo bueno que nos fue deparando cada una de ellas. Y la tercera es que nadie se muere un segundo antes de su hora. Por eso, si tuviera que hacer un resumen de lo que es la vida, le diría que es, en buena parte, un continuo lamento por las ocasiones perdidas que nunca volverán.

– Entiendo lo que quiere decir, Tomás, y comparto al cien por cien su pensamiento –dijo José entusiasmado por la conversación que estaba teniendo.

– Una vez le hice un comentario a don Fernando Ortega, que era un gran abogado de aquí, parecido al que acabo de hacerle a usted y me respondió algo que me llenó de orgullo y que nunca he olvidado. Me dijo que cuando se trabaja a muy poca altura del suelo, como hago yo, se ven las cosas desde muy cerca, a la mano de la humildad. Por eso, aunque se sepa muy poco, se sabe bien, y es difícil equivocarse. Y añadió que es lo contrario de lo que le pasa a los soberbios que se confunden con frecuencia porque ven la vida desde mucha distancia, desde lo alto de su pedestal.

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