José Manuel Otero Lastres el 09 oct, 2017 Vaya por delante que creo que nadie es responsable de sus sueños por muy disparatados que sean. Porque si soñar es representarse en la fantasía sucesos mientras se duerme, y cuando uno está en este estado tiene suspendidos los sentidos, es obvio que en tal estado mental no podemos evitar en absoluto que se represente en nuestra mente cualquier relato debido a la fantasía. Tal vez se deba a todo lo que llevo escrito los últimos días sobre el golpe de Estado que han puesto en marcha los secesionistas catalanes, pero tuve un sueño (o tal vez no) que me gustaría contarles. Había una lujosa sala de reuniones con las paredes cubiertas por una librería repleta de ejemplares perfectamente encuadernados y una gran mesa en el centro en la que estaban sentadas veinte personas. Del techo colgaban dos arañas gemelas cada una con varios brazos en cuyo extremo estaban las bombillas protegidas por tulipas de fino cristal tallado. Al fondo se veía un gran cuadro de un hombre canoso sentado en un sillón fumando un puro con una de su pierna derecha sobre la rodilla izquierda y con un gesto serio. El retrato estaba ligeramente iluminado por un aplique con un globo verde. Sin saber muy bien por qué me vi detrás del cuadro mirando hacia el interior de la sala a través de sendos agujeros que tenían las pupilas del anciano. No me di cuenta de que también podía oír hasta que, desde la cabecera de la mesa, una voz rompió el silencio y ordenó a los ujieres que entrara el emisario. Se abrieron las puertas y apareció un sujeto grueso, de mediana estatura, con mirada torva, no muy bien vestido, las mangas de la chaqueta tan largas que le cubrían las manos y un botón de la camisa desabrochado a la altura del cinturón. No pude ver quien era porque la luz le daba de espaldas y su rostro quedaba en penumbra. Cuando empezó a hablar su voz me resultaba familiar por haberla oído reiteradamente, pero era incapaz de saber de quién era. Lo importante fue lo que les dijo a los allí reunidos. No lo recuerdo textualmente, pero el sentido era darles cuenta de que, tal y como les habían ordenado, él y los suyos habían llevado las cosas casi hasta el final. Esta vez habían logrado más adhesiones de fanáticos que nunca. Pero la reacción de las instituciones del Estado y la de los propios españoles –añadió que esto último los había cogido de sorpresa- les impedía seguir con la hoja de ruta y llevar las cosas hasta el punto final. Añadió que sentía que los allí congregados no pudieran hacerse con el poder de la república que habían planeado instaurar. Y agregó que lamentaba no haber podido conseguir siquiera pactar el diálogo, ni tampoco la variante de la mediación. La sala escuchaba en silencio aquellas desastrosas noticias. Hasta que el que había ordenado que enterara le preguntó si al menos había podido conseguir la impunidad fiscal ante lo mucho que habían evadido y no habían podido regularizar. El emisario, tras carraspear, respondió que no estaba muy seguro, que él y los suyos se habían quemado y que eso era algo que tenían que negociar los allí presentes. Se despidió lamentando que hubieran montado todo aquel guirigay de la independencia para no haber podido ni siquiera evitar que tuvieran que acabar contribuyendo, según su saneada capacidad económica, al sostenimiento de los gastos públicos de España. Y cuando ya estaba a punto de cruzar la puerta, se volvió apesadumbrado y les rogó que presionaran todo lo que estuviera en sus poderosas manos para que él y los demás cabecillas salieran pronto de la cárcel. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 09 oct, 2017