José Manuel Otero Lastres el 01 ago, 2017 Seguramente, muchos de ustedes habrán visto la película “Thelma y Louise” de 1991, una “Road movie” que narra las peripecias de una ama de casa con una vida terriblemente aburrida y una camarera con una vida enloquecida y frustrante. En la escena final deciden acelerar el coche y caer por un precipicio en lugar de entregarse a la policía. Pues bien, ayer Puigdemont-Thelma y Junqueras-Louise pisaron un poco más el acelerador hacia el precipicio del fracaso de la intentona secesionista, presentando a registro en el Parlamento catalán la proposición de ley del referéndum de autodeterminación, que saben que no va a celebrarse. ¡Cuánta energía política desperdiciada! Desde luego, no sé otros países, pero España no tiene suerte. Cuando todo parecía indicar que con la Constitución se abriría un tiempo de tranquilidad y concordia entre los españoles, nuestra marcha se ha visto lastrada por dos separatismos periféricos, a pesar de los cuales España ha llegado a ser una Nación admirada y respetada en el concierto internacional. Durante la transición democrática prendió en el pueblo español la idea de iniciar una nueva etapa de convivencia pacífica cimentada en los valores de la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Por fortuna, hubo entonces entre nosotros grandes personalidades que supieron encauzar y dirigir estos valores, logrando plasmarlos en la Constitución de 1978, bajo cuya vigencia hemos vivido el período más fructífero de nuestra reciente historia. A pesar del tiempo transcurrido, se puede afirmar que siguen vigentes los ideales de aquella generación que hizo la transición democrática. Pero hemos pasado de unos tiempos ilusionantes en los que se construyó un Estado social y democrático de Derecho, basado en la indisoluble unidad de la nación española, pero reconociendo y garantizando el derecho a la autonomía de las distintas nacionalidades y regiones (artículos 1 y 2 de la Constitución), a los desconcertantes tiempos actuales, en los que los secesionistas catalanes, con un desprecio absoluta a la voluntad del pueblo español, desafían la unidad de España proclamada como el valor fundamental de nuestra Constitución, que, por cierto aprobó el 94% de los catalanes, superando la media nacional que fue el 88%. Pasados 38 años, los miopes secesionistas piensan que ya ha llegado la época de recoger la siembra que comenzaron a plantar, paulatina pero incesantemente, desde el inicio mismo de la transición democrática. Con una desvergonzada deslealtad constitucional, los soberanistas usaron la libertad que les garantizaba la propia Constitución para ir adoctrinando a las nuevas generaciones en la idea de que son un «pueblo sometido» (perdónenme pero me sale ¡manda carallo!) que solo puede ser redimido por medio de la secesión. Si, como escribió Stefan Zweig, «para el portador de una idea, solo representa un peligro verdadero el hombre que se opone a él con un pensamiento diferente», los que pertenecemos a la mayoría callada y perezosa deberíamos responder a las intimidaciones de los separatistas catalanes, oponiéndoles un pensamiento diferente: la defensa constitucional. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 01 ago, 2017