En su Discurso “El mundo por dentro” escribió Quevedo que la calle mayor del mundo se llama Hipocresía “calle que empieza con el mundo y se acabará con él: y no hay nadie que casi no tenga una casa, un cuarto o un aposento en ella”. Y es que hoy como entonces seguimos teniendo una extraordinaria afición a fingir cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente tenemos. Lo cual es particularmente cierto en política que vive unos tiempos en que parece invadirlo todo hasta el punto de haberse creado un lenguaje realmente hipócrita que se llama, y no por casualidad, el de lo “políticamente correcto”.
Las palabras que anteceden vienen a cuento porque tras las últimas elecciones locales las nuevas formaciones políticas –sobre todo Ciudadanos- están supeditando los pactos postelectorales, no me atrevo a decir a algo que no sientan verdaderamente, pero sí a aquello que más ha repudiado el pueblo, como es la corrupción, seguramente por los réditos electorales que aún podría darle en el futuro.
Es como si a los dirigentes de los nuevos partidos les hubiera dado de pronto un ataque de acendrada honradez que les llevaría a rehusar todo pacto con un partido en el que hubiera alguien que hubiese sido simplemente imputado por cualquier acto de corrupción.
Como añadía Quevedo refiriéndose a los habitantes de la calle de la Hipocresía “Unos son vecinos y otros paseantes, que hay muchas diferencias de hipócritas, y todos cuantos ves por ahí lo son”. Por eso, para convertirse en obstáculo para pactar, la misma condición tiene el que ha sido imputado por robar a manos llenas lo que es de todos, que el que lo ha sido, por ejemplo, por buscar influencias para dejar de pagar multas, cuando, es obvio, que aunque ambas conductas pueden conducir a la condición de imputado, tienen obviamente diferente significación.
Por lo que antecede, creo que más que una condición única y a modo de “paraguas”: la de no contar con ningún imputado en sus filas, los nuevos partidos políticos deberían perfilar con mayor nitidez las conductas que impedirían la celebración de los pactos. Negarse a pactar con una formación política histórica por el hecho de tener en sus filas un imputado por cualquier causa incluso las de tono menor o las que finalmente acaban quedando en nada tras la correspondiente investigación judicial, además de dificultar en extremo los pactos, supondría un exceso de hipocresía política.
Y es que no habría que descartar que tales partidos pudiesen estar fingiendo un elevado grado de honradez en la administración de lo público, no tanto por estar verdaderamente convencidos de la conveniencia de practicar tal virtud, sino porque “aparentarlo” puede ser una extraordinaria baza para captar nuevos votantes.
A lo mejor convendría recordarles a esos políticos impolutos que ya Diógenes el Cínico caminaba por las calles con una lámpara encendida buscando “hombres honrados”. De aquí que si los nuevos partidos no matizan sus condiciones, será sumamente difícil pactar, con lo que la aparente euforia con que alguna gente ha saludado los recientes resultados electorales podría resultar una profunda decepción.
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