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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

El fútbol, esa pasión maravillosa

José Manuel Otero Lastres el

Algo debe tener el fútbol cuando es el “espectaporte” (espectáculo y deporte) preferido de cientos de millones de personas en el mundo y cada vez son más. Mirado desde sus distintas facetas es un juego, que puede llegar a ser arte, que implica competencia, que ayuda a la convivencia, que propugna valores, que genera ilusión y que es la única riqueza de la que pueden disfrutar los más desfavorecidos. Es, en suma, parte esencial de la vida misma.

El futbol es, ante todo, un juego, esto es, “un ejercicio recreativo sometido a reglas en el que se gana o se pierde”. Se trata de una actividad desarrollada con varias partes de nuestro cuerpo, siendo los pies los elementos primordiales (la propia etimología de la palabra “fútbol o balompié” alude a esta parte del cuerpo humano). Aunque consiste en un ejercicio físico, la mente desempeña un papel esencial: es el intelecto el que transmite las órdenes a las partes del cuerpo que deben entrar en acción en cada jugada y el que controla la presión anímica que conlleva la práctica del juego, sobre todo cuando hay una dedicación profesional.

Ese ejercicio físico y mental se practica, desde la óptica del protagonista generalmente para divertirse, y desde la vertiente del espectador para deleitarse con su contemplación. Se trata de una actividad reglada tanto en lo que se refiere al número de practicantes que pueden intervenir por cada equipo como en las normas que disciplinan el propio juego, y se encomienda a terceros, los árbitros o jueces, que vigilen su cumplimiento. Como en las demás acciones sujetas a reglas, las infracciones se castigan de manera inmediata en el terreno de juego, y a veces, tras el partido, con penas de suspensión para determinados partidos. Por último, ese ejercicio recreativo se practica con la finalidad de que gane uno de los dos equipos contendientes, lo que significa inevitablemente que el otro pierde, aunque también cabe el resultado de empate.

Aunque se trata de un juego tan atractivo que lo practican millones de jóvenes, son muy pocos los que triunfan y muchísimos menos aún -solo algunos privilegiados- los que llegan al virtuosismo de convertirlo en un arte. Desde luego, ha habido y hay futbolistas que han tenido el don de elevar la practica del juego hasta alcanzar su máxima belleza expresiva. Cosa que puede lograr, a veces, todo un equipo.

Un ingrediente esencial que explica el éxito del fútbol es la competencia inherente al juego mismo: se juega para ganar, pero dentro de un torneo en el que participan varios contendientes que luchan entre sí aspirando al triunfo final que está reservado para un solo equipo. Y esta competencia que existe en el campo de juego se contagia a los espectadores. Es tan importante el elemento competitivo que los partidos simplemente amistosos tienen muchísimo menos interés. El hecho mismo de competir permite a los espectadores convertirse en hinchas de un equipo y rivalizar con los aficionados de los demás: cada partido es un combate incruento que satisface las ancestrales ansias de pelea que tienen los seres humanos.

Pero el hecho de que sea solo un juego permite que, una vez finalizada la lucha, pueda volver a reinar la convivencia, la deportividad entre los jugadores y las respectivas aficiones: se trata solo de contender para ganar el correspondiente partido, no de sostener la enemistad peleándose indefinidamente.

Se trata, por lo demás, de un juego en el que ha de reinar la nobleza, en el que se deben propugnar valores, como el de la deportividad o juego limpio, el respeto al contrario, saber perder y -lo que es más difícil- saber ganar. Es, en definitiva, una actividad que nos permite sacar lo mejor de nosotros mismos.

Otra de las características del fútbol es que es una actividad ilusionante: genera ilusión por ganar antes de cada partido entre los propios futbolistas y los aficionados, e impregna al que gana de una felicidad que dura, al menos, hasta el próximo encuentro.

Finalmente, el futbol es, a veces,  de lo único que pueden disfrutar los más desfavorecidos, porque si gana su equipo llenan gratuitamente de entusiasmo su espíritu. Y en eso son tan ricos como los más adinerados.

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