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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Ser y sentirse

José Manuel Otero Lastres el

Con motivo de las elecciones vascos, el reportero Cake Minuesa preguntó a Iñigo Urkullu sobre los dos obreros muertos el pasado 6 de febrero por un desprendimiento en el vertedero de Zaldibar, cuyos cadáveres siguen sin ser rescatados. Y Urkullu le preguntó de dónde era, respondiendo el reportero “español, como usted”. A lo que el candidato a lehendakari contestó “yo no soy español, solo me siento vasco”. Si tenemos en cuenta lo que determina qué es uno respecto de su nacionalidad y lo que se siente o puede sentirse, el candidato a lendakari solo acertó en la mitad de lo que dijo.

En efecto, por mucho que se empeñe en negarlo Urkullu es español porque nació  en España de padres españoles y no ha perdido la nacionalidad. Y es que si no fuera español no podría ser candidato a lehendakari, ya que carecería del llamado derecho de sufragio pasivo (ser elegible), que el artículo 6.1 de la LO 5/1985, de 19 de enero, del Régimen electoral General (aplicable a las elecciones autonómicas en virtud de su Disposición Adiciona Primera) reconoce solo a los españoles, al establecer “Son elegibles los españoles mayores de edad, que poseyendo la cualidad de elector, no se encuentren incursos en alguna de las siguientes causas de inelegibilidad”.

Otra cosa es que el señor Urkullu se sienta vasco. En esto no tiene límites puede sentirse el más vasco del mundo. Y podría sentirse también ciudadano del mundo, o del planeta Marte. En esto la libertad de sentimiento es ilimitada. Y es que una cosa es “ser” y otra “sentirse”. Se es inevitablemente del país de donde uno tiene la nacionalidad y uno se siente de donde prefiera, aunque generalmente será de donde tiene sus raíces.

Yo soy español, también gallego y me siento ambas cosas. Porque, lejos de ser excluyentes o incompatibles, son complementarias y enriquecedoras. Y es que en lo que se siente cada uno no tienen cabida ni el dogma ni los espíritus excluyentes. Mas allá, pues, de cualquier otra contaminación originada por concepciones ideológicas, ser y sentirse gallego, como es mi caso, supone llevar Galicia en lo más hondo del alma.

Lo cual, para los que nos sentimos profundamente gallegos es fruto especialmente de circunstancias vitales tan profundas y reales, como haber nacido en Galicia, lo mismo que nuestros padres; ser el aire de Galicia el primero que respiraron nuestros pulmones; su luz la primera que impresionaron nuestros ojos; sus ruidos y los murmullos de su gente los primeros que despertaron nuestros oídos; y, en fin, su atmósfera la primera que rodeó nuestro cuerpo.

Por eso, sentirse gallego, lo mismo que de cualquier otro sitio de España, no puede ser más que un gran orgullo, y presumir de ello es pagar una deuda imperecedera que se tiene con el lugar en el que iniciamos la dura profesión que es vivir.

Sociedad
José Manuel Otero Lastres el

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