José Manuel Otero Lastres el 23 abr, 2014 Dedico este artículo a mi admirado Alfredo Conde, Premio Nadal y Nacional de Literatura. “Como todos ustedes saben, la UNESCO, en su Conferencia General de 1995, acordó que el 23 de abril de cada año se celebre el Día del Libro, para rendir un homenaje a los libros y a sus autores y para alentar a todos, en particular a los más jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y respetar la reemplazable contribución de los creadores al progreso social y cultural. El que se eligiera este día y no otro, se debe a que el 23 de abril de 1616, fallecieron los dos escritores más geniales que ha dado la Humanidad: el inglés WILLIAM SHAKESPEARE y el español MIGUEL DE CERVANTES Y SAAVEDRA. Poco se puede añadir a todo lo que se ha dicho sobre la importancia capital que tiene la lectura en el desarrollo de una sociedad. El hombre lleva dejando por escrito su pensamiento prácticamente desde el inicio mismo de su existencia. Atesoramos tal cantidad de palabras escritas por la humanidad, que si pudiéramos amontonarlas unas detrás de otras, ascenderían hasta perderse por el Universo. La gran mayoría de esas palabras se contienen en los libros. Pero no todos mostramos la misma actitud frente a los libros. Hay quienes apenas sienten el más mínimo interés por ellos y hay otros, en cambio, que los veneran. La mayoría de la gente se muestra, como en casi todo, bastante indiferente: para enterarse de lo que le interesa, prefiere escuchar y ver, antes que hacer el esfuerzo de leer. Sin embargo, los libros atesoran riquezas espirituales impagables. Quienes los escriben, lo hacen porque tienen algo que decir o que contar. Han pasado su intelecto por los distintos sectores del saber o de la actualidad, o han adentrado su espíritu en el ámbito de su desbordante imaginación, para comunicarse con nosotros: para instruirnos, informarnos o entretenernos. El sólo hecho de escribir supone un esfuerzo que es propio de un espíritu sumamente generoso. Es posible que el impulso de escribir sea fruto de una necesidad del autor. Y es posible también que la decisión de publicar lo escrito no esté exenta de ciertas dosis de vanidad. Pero es innegable que quien escribe y publica, da en cada una de sus obras una parte de sí mismo, de su saber, de su experiencia, o de su mundo de ficción. Y la mayoría de las veces a cambio de nada o de muy poco. En el momento de escribir, el autor tiene la esperanza de que su obra llegue a ser muy leída. Por eso la escribe. Pero aunque le asalte la duda de que pueda resultar un fracaso de lectores, no deja por ello de escribir. Pueden más sus deseos de dar una parte de sí mismo y de inmiscuirse en las mentes de otros, que el destino que haya de correr su obra: en el momento mismo de escribir acepta ya el porvenir del fruto de su talento. Por eso, la gran mayoría de los que escriben lo hacen sabiendo que su arte no les dará ni siquiera para malvivir. E incluso los pocos que llegan a poder vivir de sus obras, son por encima de todo “autores”: sienten más la necesidad de crear que la de obtener un rédito de su tarea. Al verdadero escritor lo que realmente le interesa es que se lean sus obras. Su esfuerzo, su generosidad, y el bien que, por lo general, éstas nos procuran, merece que las leamos. Porque, como ha escrito Antonio Gala, un libro que no se lee es como un teléfono que suena para darnos una buena noticia y no lo descolgamos. Si no leemos, nos quedamos sin saber algo bueno que ha sido comunicado. Pues bien, en este día del Libro de 2014, les incito a que lean, a que se enteren de lo mucho y bueno que desean contarles los escritores”. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 23 abr, 2014