A Soraya Sáenz de Santamaría nunca la quiso el PP. Por eso no entendí que una mujer, de la que todo el mundo ponía en valor su inteligencia, su preparación y su capacidad de trabajo, no fuera capaz de ver que nunca podría ser la sucesora de Mariano Rajoy al frente del partido.
Ni ella, ni su núcleo cercano, ni sus seguidores, ni los que la adulaban, fueron capaces de hacerle ver que el día que anunció su candidatura a las primarias del PP se embarcaba en una aventura imposible.
Cegados todos por la ambición de poder (ya se habían repartido los cargos y el control del partido situando el epicentro del poder en Andalucía, que le dio la victoria en el voto de la militancia) la hicieron creer que sería la primera mujer en presidir el Partido Popular y, en un tiempo razonable, la primera en llegar a la Moncloa.
En esta alocada carrera en la que la embarcaron los Juanma Moreno, Javier Arenas, Antonio Sanz, Elías Bendodo, entre otros, desdeñaron el poder de las bases, de los cientos de militantes que pegan carteles y que pocas veces vieron a la exvicepresidenta recorrer los pueblos para ir a un mitin o visitarlos en las sedes del partido, de los dirigentes que tuvieron que dar la cara frente a los casos de corrupción mientras ella se refugiaba en la mesa del Consejo de Ministros, de la fuerza que María Dolores de Cospedal tenía entre los suyos.
A todo eso le dieron la espalda y pensaron que desde La Moncloa se podía pasar a la planta séptima de la calle Génova sin despeinarse.
Es que no era posible. Yo ya escribí un blog en el que explicaba que ningún escenario le favorecía porque al final, en la segunda fase, Pablo Casado y Cospedal unirían sus votos. Siempre serían dos contra una, y no precisamente la que más simpatía generaba.
A Soraya Sáenz de Santamaría la han tumbado sus enemigos, los que dejó en el camino del ejercicio de un poder férreo, sin alma, sin vínculo alguno con el Partido Popular, como así se vio en el desastroso discurso que pronunció en el Congreso de julio para presentar su candidatura a la sucesión.
Algunos hablan de una segunda oportunidad, en el futuro, pero yo creo que no será posible. Si la opción Casado falla, ese puesto siempre estará reservado para Alberto Núñez Feijóo.
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