No hay salida a este desastre al que nos han llevado Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. No hay salida a un país que cada noche ve tomar las calles por una turba violenta, alentada desde el Gobierno, que protesta, insólito, porque un delincuente como Hasel está en la cárcel. No hay salida cuando el portavoz del partido que gobierna en coalición es un delincuente No hay salida cuando se quiere derrocar la Monarquía parlamentaria, el poder judicial, la libertad de expresión. Cuando, en definitiva, se quiere demolir una gran nación como es España.
Bueno, sí, hay una salida, que la derecha, que tanto habla de principios y valores, se los aplique a sí misma. Que deje de odiarse, que deje de increparse en las redes sociales, que deje de insultarse, que deje de recurrir al pasado para autoproclamarse la derecha verdadera porque tú ya eres un deshecho de la historia. Que deje de utilizar la testosterona como argumento de superioridad, y que entienda que, con nada de esto, se consigue el objetivo: desalojar del poder a esta podredumbre que amenaza con aniquilar el país.
Si la derecha dejara de odiarse, si la derecha dejara de preguntarse ¿cómo hemos llegado a esto? porque la respuesta es peor que la pregunta, sí porque “tú no has comprendido la magnitud del desastre que venía cuando odiabas al de al lado”; quizás, habría salida. Pero para ello hay que poner en práctica una visión realista de la historia, una visión a largo plazo del futuro de España, y no la victoria momentánea de unos sobre otros, que no sirve para nada. Y, sobre todo, dejar de lado ambiciones y protagonismos absurdos.
Si en este momento la derecha española no tiene altura de miras, es incapaz de dejar de reprocharse los errores del pasado, si no sale a la calle para pedir a sus dirigentes que solo el acuerdo entre todos es la única esperanza, habrá perdido el tren de la historia. Y lo que es peor, habrá condenado a España, a este país que dicen querer y amar tanto, al furgón de cola de la pobreza en Europa.
España