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Terceira, una isla que huele a toros

Terceira, una isla que huele a toros
F. Pastrano el

Porto Judeu es un pueblo de 2.500 habitantes, a 12 km. de Angra do Heroísmo, capital de Terceira, una de las Azores, Portugal. Según la tradición, aquí habrían llegado en el s. XV los primeros pobladores de la isla que tuvieron que hacer un desembarco de urgencia en medio de una tormenta. Como la ensenada era pequeña y de difícil acceso, la llamaron Puerto Judío, porque por aquel entonces “judío” y “judiada” eran términos peyorativos. ¡Cómo cambian los tiempos!

La Unión Europea financia la reconstrucción de la red viaria de Porto Judeu.

Hoy es una localidad habitualmente tranquila ¿aburrida?, salvo los días de “tourada”, que es como llaman en Portugal a las corridas de toros. Hay touradas de dos tipos, las que se celebran en plazas cerradas y las “touradas à corda” que se realizan en calles y lugares abiertos como en Porto Judeu.

Angra do Heroismo desde el Alto da Memoria.

En las portuguesas Azores hay todavía una gran afición a estos espectáculos. Angra tiene una plaza de toros con capacidad para 5.000 espectadores, y eso que la población total es de solo 35.000 habitantes. Siguiendo esta proporción, Madrid, por ejemplo, debería de tener un coso para unos 460.000 personas, y sin embargo el aforo de las Ventas, la tercera plaza más grande del mundo, es de poco menos de 24.000. Y es que Angra huele a toros.

Vacas Holstein pastando en un prado del interior de Terceira.

En la isla de Terceira hay más vacas que personas, lo dicen los folletos y los guías. Unas 150.000, es decir, 4 bobinos por cada humano. Vacas, en su mayoría de raza Holstein, que producen la leche de sus renombrados quesos y la carne para, entre otros, el plato local más famoso, la alcatra. Terceira sabe a toros.

Mapa de Terceira del año 1595.

En Terceira hay una veintena de ganaderías bravas que los españoles (entre ellos Cervantes y Lope de Vega) padecieron directamente cuando en 1581 las tropas españolas pretendieron tomar la isla que no reconocía a Felipe II. Los terceirenses azuzaron a las reses contra ellos impidiéndoles el avance. Terceira ya olía a toros.
Y aunque se celebran en todo el archipiélago, en Terceira es donde hay más afición a las “touradas à corda”, que se consideran como una de las tradiciones más antiguas. Algunos creen que es una herencia dejada por los españoles. Durante 60 años (1580-1640) las Azores estuvieron bajo la soberanía española.

Un toro enmaromado en Porto Judeu.

El toro enmaromado o ensogado es un espectáculo muy extendido por toda la Península Ibérica, desde Benavente (Zamora) hasta los bous capllaçats catalanes, pasando por el País Vasco donde se llaman sokamuturra.
En Terceira, de mayo a octubre se realizan más de dos centenares de estos festejos. El registro más antiguo conocido data de 1622.
Cuando yo llego a Porto Judeu el ambiente es totalmente festivo. Aunque es sábado, la gente (hombres, mujeres, niños), que pasa nerviosa por la carretera que atraviesa el pueblo, lleva sus mejores galas domingueras y grita sin complejos. Son amables, todavía no se han maleado con los forasteros como en Tordesillas, por citar solo un caso. Nos invitan a subir al remolque de un tractor que hace las veces de palco. Hay quien se encarama a las tapias o a las farolas, otros lo ven más cómodamente desde las ventanas.

Un vendedor de chuches y un espectador encaramado a un muro.

Pasan vendedores ambulantes con cestas de chuches. En los chiringuitos se vende todo tipo de alcohol, desde botellines de cerveza Super Bock, a ginjinhas lisboetas. El personal se anima.
De repente sube de tono el griterío. Abajo, en la curva de la carretera llega un camión y con una grúa bajan cuatro jaulas metálicas reforzadas con madera en las que intuimos que van los toros, aunque por el tamaño de las cajas a penas puedan caber. La calle huele a toros.

Cajones en los que se transportan los toros.

Antes de soltarlos son atados al cuello con una cuerda que mide de 85 a 90 metros. Hace años la soga era de sisal, ahora es de nylon. En los pitones les colocan unos protectores metálicos que se fijan a rosca. Acaban en una punta redondeada para impedir que el toro clave sus defensas. Vistas de cerca, las astas presentan unas marcas de rosca, lo que evidencia que no es la primera vez que las han llevado.

Dos niños tiran de la soga.

Los primeros en estirar la cuerda lo más lejos posible son unos niños de unos diez años que ya apuntan maneras. Van vestidos como los “pastores” mayores, blusas blancas holgadas de lino, pantalones grises de franela y sombrero negro Mazantinni (en honor del torero italo-guipuzcoano del s.XIX). Antiguamente llevaban sombreros de fieltro cónicos e iban descalzos. Hoy pequeños y grandes calzan zapatillas deportivas porque hay que correr.
Algunos de los nueve pastores tiran de la maroma para que el toro salga de la jaula. Los animales, uno cada vez, salen a la luz de la calle bastante aturdidos y jadeantes. Todo huele a toros.

Los “pastores” principales de la ganadería Humberto Filipe. José Manuel, segundo por la izquierda, es el “maestro”.

El principal pastor (maestro) da órdenes al resto de la cuadrilla para que obliguen al cornúpeta a correr. El bicho arranca carretera arriba y se para en algunos lugares donde le llaman la atención las ropas, generalmente rojizas, que agitan los espectadores. Algunos abren y cierran las portezuelas de madera que sirven de burladeros para darles en la testuz. Embiste. Si intenta saltar las barreras, los pastores intermedios tiran de la cuerda y lo impiden. Muchas veces el tirón acaba con el morlaco por los suelos. Huele a toro, toro.

Un “capinha” llama la atención del toro con un paraguas.

Entre griterío y tirones el animal recorre no más de 500 metros hasta que es obligado a volver al toril. En el trayecto, que dura una media hora por toro, se unen los “capinhas”, espontáneos la mayoría de ellos habituales, que burlan al toro con paraguas, varas o pequeños capotes.

Cualquier objeto vale para provocar la embestida del toro.

La señora que está sentada a mi lado solo para de soltar risotadas para lanzar gritos. Literalmente se desgañita y anima a una niña de pocos años que le acompaña a que agite su rebequita roja por encima del burladero para atraer al toro. No lo encuentra peligroso. Cuando se produce alguna “marrada”, es decir cuando el toro se cabrea más de lo normal o algún mozo resbala, la hilaridad cunde entre la parroquia. Ya no sé ni a qué huele.

Uno de los toros enmaromados.

Hoy afortunadamente no ha habido heridos de consideración, solo magullados, pero no siempre hay tanta suerte. El Movimiento Cívico Abolicionista de la Tauromaquia en las Azores (MCATA) viene denunciando desde hace tiempo lo que ellos consideran un maltrato animal en estos festejos y alertando sobre las “trágicas consecuencias” de las touradas à corda en las que se producen, “al menos una muerte y más de 300 heridos cada año”. En algunos blogs se ha denunciado la falta de información en los medios locales sobre la muerte de una turista extranjera en una tourada. No quieren alarmar.

Burladeros instalados a lo largo de la carretera que atraviesa Porto Judeu.

Igual que la salida la marca el lanzamiento de un cohete, ¡pum!, la vuelta a la jaula la marcan dos cohetes, ¡pum, pum!. Tras el festejo, los animales vuelven a las dehesas y serán reutilizados en el futuro en otras touradas. Me acuerdo de la película Calabuch, de Berlanga, en la que José Luis Ozores (pura coincidencia su apellido con el nombre de estas islas, aunque su hermano Antonio escribió una biografía que se llamaba “El anticiclón de los Ozores”) interpretaba a un torero ambulante que iba de pueblo en pueblo repitiendo la lidia con el mismo toro.

Camión (foodtruck) convertido en una tasca ambulante.

Y como “venimos a lo que venimos”, en toda fiesta terceirense que se precie no pueden faltar los “comes e bebes”. De ello se encargan las tascas móviles, furgonetas (foodtrucks) habilitadas como bares ambulantes. Habas escurridas, jureles, caballas, cangrejos, salchichas, y otras delicias por el estilo.
Cuando ya me iba, entre el tufo a fritanga noté que en Porto Judeu, como en toda la isla, predomina el olor a toros.

FOTOS: PILAR ARCOS

 

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