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Dos siglos en las cabezas de los vascos

La txapela más que una moda es una seña de identidad y tiene su museo en Balmaseda

Dos siglos en las cabezas de los vascos
Txistularis en la calle Salcedo de Portugalete. Foto: Pilar Arcos.
F. Pastrano el

El Diccionario Enciclopédico Vasco de Auñamendi (1969) define la boina como una gorra sin visera, redonda y achatada, de lana y de una sola pieza. Pero la “txapela”, que es su nombre en euskera, es más que un accesorio o una moda, es una seña de identidad de todo un pueblo. Una marca diferencial que comprende desde la forma de ponérsela (“Que no somos de aquí, que somos de Bilbao, por eso llevamos, txapela a medio lao”) hasta los momentos para usarla (fiestas, tradiciones, conmemoraciones, el día a día).

Dibujo hecho en 1930 por Pedro Antequera Azpiri para los nietos de Antonio Elósegui. Colección de Boinas Elósegui.

La palabra “txapela”, voz que se utiliza en Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra meridional, viene del francés arcaico “chapel” que con el tiempo derivó en “chapeau”, es decir, sombrero. Sus orígenes no son muy claros aunque se admite que era el tocado de los labradores bearneses (sur de Francia) que atravesó los Pirineos a través del río Bidasoa. De lo que no hay duda es de que su uso se extendió a partir de la Primera Guerra Carlista (1834) ya que el general Zumalacárregui dotó de boinas rojas a sus soldados.
A principios del siglo XX el uso de la boina ya estaba generalizado en buena parte de la España rural y de allí pasó al entorno urbano primero a través de los obreros industriales y luego de la mano de artistas, escritores e intelectuales. Recordemos las fotos archiconocidas de Baroja o Unamuno, quien la definía como una “prenda niveladora”, ya que al ser más cómoda y más barata que otros sombreros fué ganando terreno y pasó a convertirse en una prenda típica y, en cierto modo, tradicional del vasco.

Figurillas de aizkolari (cortador de troncos con hacha) y Olentzero (una especie de Papá Noel vasco), ambos con txapela. Foto: P. Arcos.

Tras un periodo de declive en el que los jóvenes han preferido el uso de la gorra de béisbol, la txapela ha resurgido en el País Vasco y cada día son más los “no mayores” que se deciden a llevarla. Por ejemplo, los txapeldunes (literalmente “que llevan txapela”) son los ganadores de juegos y deportes tradicionales que reciben como trofeo una de estas boinas.

Y como no podía ser de otra manera, la txapela tiene su museo y está en Balmaseda, a una veintena de kilómetros de Bilbao, donde hasta hace treinta años funcionó una fábrica inaugurada un siglo antes.
En 1859 se abrió en Tolosa (Guipúzcoa) Boinas Elósegui. Su éxito fue tal que 33 años después apareció otra en Balmaseda (Vizcaya), Boinas La Encartada.

 

Paisaje típico de la mancomunidad de las Encartaciones en Balmaseda. Foto: P. Arcos.

Las Encartaciones (Enkarterri) es una mancomuidad que agrupa a una decena de municipios. Balmaseda, fundada en 1199, es la villa más antigua de Vizcaya. Además de sus incomparables paisajes montañosos, entre sus atractivos turísticos se encuentra la mayor colección privada de coches Rolls-Royce, una ferrería del siglo XV aún en funcionamiento, el Museo de la Minería del País Vasco, y una de las mejores fábricas de chocolate artesano y café ecológico: Kaitxo.

Tradicional tienda de Sombreros Gorostiaga, en Viktor Kalea 9, en la Parte Vieja de Bilbao. Foto: P. Arcos.

Una curiosidad. En los montes de Triano (zona minera de las Encartaciones) nació a principios del siglo XX el grito “¡Alirón!” con el que se festejan las victorias futbolísticas del Athletic de Bilbao. ¡Alirón, alirón, el Athletic es campeón! Y es que cuando los mineros encontraban una beta de hierro puro, los patronos ingleses confirmaban que se trataba de “all iron” (todo hierro) y entregaban una paga extra al descubridor, que salía de la oficina gritando “¡Alirón, alirón!”.

Reproducción de la cocina de principios del siglo XX en el Museo de La Encartada. Foto: P. Arcos.

 

Reproducción de una escuela de principios del siglo XX en el Museo de La Encartada. Foto: P. Arcos.

Pues en La Encartada, a menos de 2 kilómetros del casco histórico de Balmaseda, se construyó la fábrica de txapelas y otros tejidos de lana 100% de oveja merina, que hoy es un magnífico ejemplo de la ingeniería industrial del siglo XIX.
Después de funcionar durante un siglo y de recibir el título de Conjunto Monumental Calificado, en 2007 fue rehabilitada como museo, siendo la única fábrica de Europa que mantiene al completo las máquinas de época, de las que funcionan la mitad. Se pueden visitar las naves de la fábrica; sus oficinas; el bloque de viviendas de los obreros, conocido como “La Plazuela”; la reproducción de la casa de los directivos; la capilla, que también servía de escuela; la presa sobre el río Cadagua, su canal de captación…

La máquina “batuar” servía para eliminar todas las impurezas de los vellones de lana. Foto: P. Arcos.

Una de las máquinas más interesantes es la que se conoce como “batuar”, que forma parte del proceso previo al hilado y que servía para eliminar todas las impurezas de los vellones ya lavados. Fue construida en Inglaterra en 1892 y no existe ninguna igual en toda Europa. Hay otras 16 máquinas de finales del siglo XIX y principios del XX que podrían funcionar a pleno rendimiento.

Carretes de hilo devanados por las bobinadoras. Foto: P. Arcos.

En la planta baja, además de la tienda, hay una exposición sobre la historia de la fábrica con fotos originales. Un vídeo de 15 minutos recoge testimonios de antiguos trabajadores. Se pueden ver los talleres auxiliares (el mecánico, la carpintería, el de embalaje) y una furgoneta Dos Caballos de mediados del siglo XX.

La txapela casi acabada aunque todavía su tamaño es el doble de que tendrá finalmente. Foto: P. Arcos.

La fabricación de una txapela sigue un largo y complejo proceso y unos pasos muy concretos. Primero se lava el vellón de lana para eliminar la grasa e impurezas y luego se seca. El “diablo” deja los copos esponjados para que las cardas los escarmenen (peinen) con cardos naturales llamados cardenchas.
Las mechas se tuercen en la máquina selfactina y hacen el hilado. A continuación el hilo pasa a las bobinadoras, que lo devanan en carretes. Los telares entrelazan automáticamente los hilos para obtener una malla triangular, base de la boina. Los dos extremos de la malla se cosen con una costura invisible y se añade el cordón o rabillo (txertena, en euskera) en el centro. En este momento su tamaño es el doble del que tendrá finalmente.
La boina se compone de varias triángulos isósceles cosidos por sus lados largos, lo que hace que el centro quede sin rematar. El rabillo es la pieza que sustenta la costura de los vértices.

Vista general de la nave de la fábrica de boinas La Encartada. Foto: P. Arcos.

En los batanes el agua jabonosa y el golpe regular de los mazos, va apretando poco a poco el tejido hasta darle la consistencia de paño, pasando después al tinte. Las boinas se colocan entonces en moldes u hormas que las estiran y moldean en el proceso de secado. Una vez secas, la “percha”, un cilindro con cardos vegetales, saca el pelo del paño. Después, la “tundidora”, máquina provista de cuchillas, corta e iguala el pelo de la boina.
En el taller de acabado se les añade forro y badana, además de los accesorios necesarios (cintas, etiquetas, emblemas, escudos), empaquetándose para su expedición y venta.

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