Es Patrimonio de la Humanidad desde 2003, pero eso es lo de menos. Valparaíso, la segunda mayor ciudad de Chile y el principal puerto del país, es un arco iris de colores, “La joya del Pacífico” de Víctor Acosta. Hace hora y media estaba pisando las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada… y ahora trepo (es un decir) por estas costanillas empinadas. Valpo, que así la llaman los del lugar, tiene hasta 42 cerros.
Cerros de Valparaíso desde el Paseo Atkinson.
Anfiteatro que va a dar al mar, cuajado de barracas con clase y con arte, es mucho más que una favela, es decadencia atractiva. Rúas adoquinadas en las que los viejos echan el bofe para llegar a los ascensores (funiculares). Miradores desde los que los niños echan el volantín (cometa) y los músicos lanzan sus canciones evocadoras. El mar, siempre al fondo. Y aquí hasta un reggae de Bob Marley suena a habanera.
Como dijo Osvaldo (Gitano) Rodríguez, “Este puerto amarra como el hambre” y es porque contagia su tristeza alegre, popular y bohemia. A lo lejos, en la costa, Viña del Mar es casi un barrio de Valparaíso, una ciudad jardín residencial muy diferente, más distinguida, más señorial, pelín pija.
“Usa la bici” y otros graffitis de Valpo.
“Museo a cielo abierto”, capital chilena del graffiti, muchas de las fachadas de Valpo están cubiertas por murales de todo tipo y condición. El primero, de 1963, pedía el voto para Salvador Allende. Hoy otro recomienda “Usa la bici”. Han pasado muchos años y muchas cosas. Después del gran incendio de 2014, que acabó con buena parte de las casas de estos cerros, se organizaron “mingas” de trabajo (especie de cooperativas voluntarias) para pintar nuevos murales. Hoy hay más de dos centenares.
“Paseo de Atkinson – La niña con aro” (1869), óleo de Alfredo Helsby. Museo Municipal de Valparaíso.
En el Cerro de la Concepción, donde estaba un fuerte español destinado a proteger la ciudad y desde el que nunca se pegó un tiro, se encuentran varios de sus paseos más evocadores. Uno de los más concurridos por visitantes y vendedores de arte es el de Atkinson, inmortalizado por Alfredo Helsby en su cuadro conocido como La niña con aro (1896).
Antonio Parra Labarca en el Cerro de la Concepción.
Doblamos una esquina y lo encontramos. Es un personaje que no pasa inadvertido. Su barba salvaje, desvaída y blanca le da un aire de patriarcal bohemia, las patas de gallo de sus ojos denotan lo mucho que han visto. Pilar estaba enfocando un graffiti y se le metió en el encuadre. No era casualidad.
“¿Me ubicó?”, que quiere decir ¿Me conoció? La fotógrafo le responde que sí, claro, no le va a defraudar.
“Parrita” junto a su casa.
Es Antonio Parra Labarca, un auténtico personaje porteño al que todos llaman “Parrita”. Un verdadero “patiperro” (que le gusta callejear), cuya tarjeta de visita dice que es locutor, presentador, actor y poeta. Hablar con él es rememorar el último siglo de la historia de Valpo.
Dice que nació “allá por el 1920”, así que está cercano al centenario. No hay que tirarle de la lengua, le gusta comunicarse con los demás y sabe posar para la cámara. Asegura que nació con fórceps en el Hospital de San Agustín, que hoy es el Congreso, y que era un bebé muy guapo. “He cambiado mucho”, aclara con una sonrisa malévola y seductora. Cuenta que su madre no tenía demasiada leche, así que las enfermeras le paseaban por el hospital y otras madres le daban de mamar. Ahí le nació una costumbre que asegura mantener hasta ahora, “Me sigue gustando chupar tetas”, asegura pícaro.
Uno de los murales políticos de Valparaíso.
Desde pequeño le gustaba también recitar poesías. Recuerda verso a verso el largo poema “Señor” de Alejandro Flores, el autor de “Sapo cancionero”. Y aunque trata de la elegía a la muerte de su esposa (algo que en esa época no llegaba a entender bien), a Antonio Parra no le gusta hablar de su vida sentimental. “He sufrido mucho y me acuerdo muy poco de lo que he disfrutado”. “La soledad de los 25 años es estupenda, pero la que tengo ahora es muy lúgubre, muy dura, muy triste”.
Graffiti en el Cerro de la Concepción.
Vuelve a la infancia y los ojos se le iluminan aún más. Cuando era un mozalbete se pintó bigote con grafito para parecer mayor. Quizá por ello y por su desparpajo consiguió ser el galán joven del teatro del Instituto Comercial y del Ateneo Artístico de Valparaíso.
Trabajó también como actor en la radio, presentador e incluso periodista. Su relato, minucioso, da un salto y nos cuenta que después del terremoto de 1985, en plena dictadura de Pinochet, se fue a Suecia. No quiere entrar en detalles, pero volvió en 1991, cuando ya gobernaba Patricio Aylwin.
Hoy sigue contando cosas al que le quiere oír porque “el que nace chicharra tiene que morir cantando”.
El camaleón es una figura recurrente en los murales de Valpo.
Con su amigo Jaime Lanfranco, técnico en turismo, hizo en 2002 un mapa turístico de Valparaíso y tiene muchos proyectos en mente vinculados siempre a su ciudad, al turismo, a las redes sociales que dice no dominar pero sí necesitar. “Si Dios me lo permite, acabaré un poema en homenaje a una loca pariente, Violeta, que dirá algo así como: Señora Violeta Parra, tu nombre es como la flor, tu garganta de cigarra, Violeta, guitarra y folklor…”
Que así sea.
FOTOS: PILAR ARCOS
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