La Guardia Civil no es franquista. La Guardia Civil no da golpes de Estado. Por más que en la retina quede ya para siempre la imagen del Teniente Coronel Tejero, pistola en mano, en el Congreso de los Diputados. Ese mismo Congreso que ya fuera también desalojado 107 años antes por miembros del citado instituto armado, en el Golpe de Pavía contra la situación de la República federal existente. Y la conocida como Benemérita, no es la que nos refleja uno de nuestros grandes poetas, que flaco favor le hizo. «Los caballos negros son. /Las herraduras son negras. /Sobre las capas relucen /manchas de tinta y de cera./ Tienen, por eso no lloran, /de plomo las calaveras. /Con el alma de charol /vienen por la carretera. /Jorobados y nocturnos, /por donde animan ordenan /silencios de goma oscura /y miedos de fina arena». García Lorca no pudo, cuando escribiera este romance en 1928, sino ahondar en el peor de los tópicos hacia estos miembros de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
¿Es por todo esto por lo que la neoizquierda populista nunca ha podido sino ver a los integrantes de esta institución, como el paradigma de la opresión y de todos los males que el Leviatán Estado puede hacer caer sobre el ciudadano? Cierto es que, como consecuencia de la auctoritas que aureolaba a este Cuerpo sobrepasando su potestas, se llegaron a fabular cosas tan peregrinas como que las multas que siempre hay que pagar son las de la Guardia Civil. Las otras… como que se recurren pero fijo. ¡Cómo comparar a un guindilla municipal a los herederos del capote y la capelina que a veces complementaba el mal llamado tricornio (que no es tal, pues no está reflejada el uso de tal prenda en ningún sitio, y era, además, una mala traducción del francés del sombrero de tres picos que, en cualquier caso, no es el que calaron nunca, pues en su origen y desarrollo, siempre fue un bicornio… pero esta es otra historia).
Caso es que estamos en que la que montara en tiempos de la segunda Isabel (que se pareció a su primera tocaya como el séptimo Fernando al quinto de su nombre), su fundador el Duque de Ahumada, para luchar contra el bandolerismo, los maquis de la época de la primera carlistada, y la inseguridad de los caminos y rutas de nuestra España. Ha sido un elemento vertebrador, siempre presente en cualquier pueblo, villa o aldea, por remota que fuera. Con su mosquetón mauser al hombro, a caballo o a pie, en pareja y con sus mostachos para, bien saludar con un «a la paz de Dios» tocando con dos dedos el frontís del hule de su montera, bien dar la voz que al maleante aterra: «¡Alto a la Guardia Civil!». Que eso sí que era un plus de que nadie se andara con chiquitas ante quien representaba, nada menos, que el orden y la ley.
Como bisnieto del cuerpo, recuerdo las historias que mi abuelo me contaba de su padre, Paulino del Pozo, de los rurales de León, comandante del puesto de Cistierna que llegara a ser, de noches de patrulla, de asistencia cuando la montaña se ponía brava y las tormentas se llevaban vidas y haciendas. Como tantas veces ha pasado. Y ahí siempre ha estado la Guardia Civil. Recorriendo los caminos para dar seguridad al que no nada teme, y para ayudar al que lo necesitare. Claro, me dirán, siendo familia, se le ve algo como proclive. ¡Pues no señores! No es así. ¡Me deberían de ver MUY proclive! Porque también tuve el honor de ver su trabajo en Misiones Internacionales, dando ejemplo allá donde les tocara marchar lejos de casa. De comprobar su humanidad y su profesionalidad. Y esa visión hace que me sea más fácil su defensa, ahora que parece ponerse en entredicho su bonhomía e integridad, más que cualquier lazo de sangre.
Sangre que tantas veces ha sido derramada por la vesania del terrorismo que nunca tuvo reparos en atacarles cobardemente. Sin importarles dónde ni cómo. Hasta en sus propias casas. Hasta matando a sus propios hijos. ¿De verdad que hará falta recordar los atentados a la casa cuartel de Zaragoza por parte de ETA? Esa ETA cuya rama política legal hoy se dedica a pontificar sobre libertades y democracia, y tiene hasta la llave de leyes, presupuestos y decretos. ¡Qué rápido hemos olvidado aquél bestial atentado contra un furgón de guardias jóvenes, donde doce de ellos murieron atrozmente mutilados, con más de 60 heridos, en la plaza de la República Dominicana de Madrid! Qué pronto hemos quitado de nuestra memoria cuántos han caído en el cumplimiento de su deber haciendo bueno el lema de «El honor es mi divisa». Artificieros, miembros de rescate, del GAR…
Ángeles custodios que bien que se ganaron el apelativo, más bien calificativo, de Benemérita, esto es, bene meritus, «digno de gran estimación por sus servicios», algo que en su primer reglamento de 1844 ya apuntaba como fin primordial de un cuerpo que se pretendía «benéfico y protector». Como así ha sido. Un Cuerpo con historia de ya 176 años. Que durante la Guerra Civil, se mantuvo fiel al gobierno entendiendo que era garante de la legalidad que siempre se le encomendó… aunque su lealtad fuera extrañamente reconocida siendo en agosto del 36 sustituida por la Guardia Nacional Republicana. No haciendo sino que luego la historia hiciera pasar un cuerpo entero por político tras una guerra civil donde España entera se hizo añicos en dos partes que creíamos partes reconciliadas hasta que, a los 80 años de aquella locura, algunos se empeñen en explotar pústulas en vez de sanarlas.
Hoy el Espía Mayor quiere hacer un reconocimiento a esos hombre y mujeres a los que no podemos dejar de lado, convirtiendo anécdotas en categorías, cayendo en el error de politizar quien tuvo claro a lo largo de su historia, que su labor era hacia por y para el Estado; siendo fiel al gobierno, que no vasallo sino a las órdenes de la legitimidad y legalidad. Y, desde luego, estando siempre al servicio del pueblo de donde ellos mismos proceden. Por eso su empatía. Por eso hasta llegaron a salvar a quienes incluso luego les escupieron o asesinaron en momentos que debería de ser de vergüenza eterna, más para quienes defiendan tal ralea de asesinos. No luchadores por ninguna libertad. Porque si hoy en día gozamos de libertad, es precisamente porque hay instituciones como la Guardia Civil, en las que fiar la seguridad que una democracia consolidada como la española, no va a caer jamás. Y sugerir que por hacer su labor, es por tanto llamada a insubordinación alguna, es que no conocen a quienes han demostrado cientos de ocasiones, un pacto que han firmado con su propia sangre.
Por eso, y en estos tiempos más que nunca, conviene estar muy orgullosos de todos ellos. De sus números, suboficiales, oficiales y mandos. Y gritar, sin complejos ni artificios, ¡viva la Guardia Civil!
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