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Blogs Notas del Espía Mayor por Javier Santamarta del Pozo

No me hagan una estatua

No me hagan una estatua
La estatua de Carlos III en Madrid decapitada y tuneada a la moda, según Ricardo Sánchez «Risconegro»
Javier Santamarta del Pozo el

—Hombre, pues la verdad es que no pensábamos. Porque usted, alguien lo que se dice alguien, imagino que para su madre y para poca más gente… ¡Pues tiene usted mucha razón, querido lector! Y eso que tengo la gran suerte de tener como amigo al grandísimo escultor Salvador Amaya, cuyas obras sobre Blas de Lezo, los héroes de Baler, o el general Menacho, son dignas de un Benlliure. Aunque mi favorita siempre fue la que le dedicó a un viejo soldado escritor llamado Cervantes, cuyo molde no me canso de admirar en su mágico taller. Pero entre que, como dicen, uno no es nadie, y que en el futuro uno puede ser considerado menos, casi como que no me atrevo a la presunta inmortalidad que debería darte el ser puesto en bronce, mármol o piedra. Total. Qué mejor legado que el que se dejan en letras en la creencia de que algún día, pasados las décadas y aún los siglos un lector, aún no nacidos sus abuelos, te recordará de nuevo leyéndote, volviéndote así de nuevo a la vida. ¡Eso sí que es ser inmortal! Y qué pocos lo consiguen…

El Espía Mayor con la obra de Salvador Amaya sobre Miguel de Cervantes

Pero ¿estátua? ¡Quiá! Que suena a quedarte como la mujer de Lot, en salina forma, como castigo más que como don. Por no hablar de lo que me marcaría uno de los cuentos más maravillosos y tristes que jamás se pueda leer. Mi favorito sin duda. Aquél que escribiera Oscar Wilde llamado El Príncipe Feliz, cuya historia es la de una estatua y una golondrina. No les quiero destripar la historia, pero les animo a leerla e incluso, releerla. Que mutatis mutandis, va del tema (aparte de ser una de las historias de amor más tremendas nunca escritas). Estatuas, a la postre, que tantas quedan olvidadas pese a no ser mancilladas. Olvidadas sus gestas. Como el destrozado pedestal historiado del cabo Noval en Madrid, en plena Plaza de Oriente. Como el tal Cascorro, que no es apellido sino localidad, y que el día menos pensado lo quitan por terrorista suicida cuando sepan en que consistió su hazaña.

Estatuas que acaban muchas cubiertas del excremento blanco de las palomas o del guano de las gaviotas. Prohombres, próceres de la Patria y de la Matria, que en su tiempo fueron algo o alguien, y que según los vientos de la Historia, acaban siendo destruidas de uno u otro modo. Al fin y al cabo, ¡cómo no mirar con desdén las estatuas de un fascista (literal y avant la lettre) como Octavio Augusto, en sus pedestales en Zaragoza o Gijón! ¡Cómo es posible aguantar por parte de los partidarios de Sertorio, la estatua de Pompeyo, por muy fundador de esa ciudad tras arrasar la primigenia Bengoda! Y ahí está el tío. ¡Tan pancho! Y no podemos permitir que coexistan reyes y repúblicas (menos en Francia, que son unos fenómenos del eclecticismo histórico y, hasta la fecha, adoran por igual el legado Borbón, el revolucionario, a Napoleón y a todo lo que sea la Francia.

Estatua de Felipe III en Madrid, reventada tras la proclamación de la República,

Como en España, que fue proclamarse la República, y meter por la boca del caballo que montaba la estatua de Felipe III en la Plaza Mayor, un pepino para que reventase bien reventada. Me dirán que es normal. Como el retirar las estatuas de Franco (¡chupito!), pese a que el PSOE de antaño supo que lo mejor era no andar hurtando la Historia, sino sumar. Y así, no se le ocurrió mejor cosa que, junto a la del otrora Caudillo, poner una de Indalecio Prieto, y otra de Largo Caballero. Que tenía de demócrata lo que el gallego. Pero que fue parte de nuestra Historia para bien o para mal. Muy cerca está en Madrid la de la reina Isabel I. ¿Cuánto tardarán en mancillarla por racista por la expulsión de los judíos en un presentismo constante que pasea por el mundo? ¡Si han retirado la de Gandhi de la Universidad de Ghana por racista! Pues esperémonos lo peor. ¿Que Colón era esclavista? Pues cierto es. De hecho la propia reina le dio un soberano (nunca mejor dicho) repaso cuando se enteró de que había mandado trescientos indios a Sevilla para ser vendidos como esclavos, exclamando iracunda: «¿Qué poder tiene mío el Almirante para dar a nadie mis vasallos?»

Estatua de Franco en Barcelona, tras la “performance” organizada por la alcaldesa Colau. (Pau Barrena / AFP)

Pero podemos hacer algo también en Barcelona, ya que fueron tan explícitos con alguna estatua (que como dice un dicho que imagino que me puede costar ya una querella) «a moro muerto, gran lanzada». Y reconocer que todo el Eixample (Ensanche) barcelonés, donde se encuentran el paseo de Gracia, las Ramblas, la plaza de Cataluña, la avenida Diagonal y la plaza de la Sagrada Familia, fue sufragado con el dinero de los esclavistas catalanes del XIX. Una lista donde aparecen apellidos como Güell, el del parque tan bonito y visitado, y mecenas de un tal Antonio Gaudí, al que habrá que tirar su inacabada obra señera, claro. ¡O somos consecuentes o no lo somos, ea! Y así con todo. ¡Que no quede un espadón sobre su caballo! Que a todo monarca se le pase por la guillotina popular por no haber sido elegido democráticamente. Que siga la ordalía iconoclasta capitalizada por la ignorancia, el odio, y la estupidez. Todo a partes iguales. ¡Que muera la inteligencia! Y a cantar el cumbayá y el Güiardegürold a ritmo de batucada.

Si Fidias levantara la cabeza…

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