Con apenas veinte años, el oscense Fidel Pagés Miravé, llegará como segundo oficial médico a Melilla el 24 de julio de 1909. Dos días antes se habían producido casi 300 bajas españolas entre muertos y heridos. A los tres días de su desembarco, ocurrirá el conocido como Desastre del Barranco del Lobo con aún mayor número de bajas. Trabajo estaba claro que no le iba a faltar al joven médico militar. Hacía apenas nada que acababa de sacar su oposición con el número tres de su promoción, tras cursar su carrera en la Universidad de Madrid en las facultades de Medicina, Farmacia y Ciencias. Jurará bandera ante la del Regimiento de Infantería Asturias 31, «el Cangrejo», pues nunca deja de mostrar la cara al enemigo, aún retrocediendo. El 30 de junio sería destinado al Hospital Militar de Carabanchel. Pero ahora va a comenzar su andadura como médico militar sobre el terreno. ¡Y qué terreno! Nada menos que la Guerra de Melilla.
El joven oficial Pagés no tendría un momento de calma. La carencia de medios para asistir a tantos cientos de heridos era palpable. Las formas en que habían de llevar a cabo las intervenciones sanitarias, se encontraban con el problema añadido de la rapidez de atención que muchos de los heridos necesitaban antes de que se produjera o sufrieran un colapso.
La desesperación y la impotencia se incrementaban ante los heridos que llegaban con los estómagos reventados como consecuencia de haber sido alcanzados por los francotiradores que usaban las balas llamadas «dum–dum». Balas de punta hueca que se expanden al hacer impacto y que destrozan literalmente al blanco donde aciertan. Para colmo, apenas había enfermeras que supieran administrar correctamente el éter o el cloroformo, únicos anestésicos al alcance y que en ocasiones era peor (si es que fuera posible) el resultado si excedían la dosis. Directamente, la muerte.
¿Acaso no era posible otro tipo de anestesia? Esta era una pregunta que martilleaba el ánimo del doctor de manera permanente.
De vuelta en el madrileño Hospital Militar de Carabanchel en 1910, poco tiempo tuvo para seguir preparándose pues, casi al año justo, es destinado de nuevo a Melilla, a la Compañía Mixta, donde pondría en marcha el uso práctico de su experiencia anterior. Mejoró todo el material médico con que contaba la dotación de las ambulancias de montaña, y ese bagaje adquirido era de tan grande utilidad, que fue nombrado instructor de los reclutas de la compañía de sanidad. Tanto su labor de enseñanza, como la experiencia que adquiría día a día en esa peligrosa zona del Rif, fueron pronto motivo de alabanza y reconocimiento.
Destinado de nuevo en Madrid sigue teniendo, tanto en el Gabinete del Ministerio de la Guerra como en el Estado Mayor Central del Ejército, una actividad incansable, logrando que su fama como cirujano vaya aumentando de manera imparable. Ingresa en el Hospital Provincial de la Beneficencia y alcanza, gracias a su prestigio, ser médico de la Casa Real, donde atiende a la Reina Regente María Cristina, de la que acabaría siendo incluso amigo. El destino en el Estado Mayor, y el hecho de que dominara varios idiomas, especialmente el alemán, hará que le sea concedido un nuevo destino. Esta vez será en Austria–Hungría. La fecha de su salida de Madrid, el 24 de febrero de 1917. Estamos en plena Primera Guerra Mundial.
La labor que llevaba encomendada era la de trabajar dentro de la legación española en Viena, con un claro cometido humanitario: la inspección de los campos de concentración donde se hacinaban los prisioneros. Su labor no quedó simplemente en un trabajo administrativo o de mero observador. El capitán Fidel Pagés llevó a cabo numerosas intervenciones quirúrgicas en el Hospital Militar de Viena a los prisioneros que lograban ser enviados a dicho centro. Al año siguiente de su repatriación podría lucir orgullosamente en su guerrera, la medalla de la Cruz Roja Española por su altruista y profesional desempeño en los campos austríacos.
A su vuelta a España, Fidel Pagés siguió demostrando su capacidad de trabajo de manera incansable. Será nombrado en 1918 secretario de la Revista de Sanidad Militar, aunque no contento con ello, fundará la Revista Española de Cirugía conjuntamente con el doctor Ramírez de la Mata, en 1919. Va a ser en esta revista donde publicará el descubrimiento que le hará pasar a los anales de la Historia como uno de los benefactores de la Humanidad. Hablamos nada menos, que del descubrimiento de la ANESTESIA EPIDURAL.
El procedimiento que Fidel Pagés ha investigado a fondo va a permitir privar de sensibilidad a un segmento del cuerpo, dejando con ello a las proporciones que estén por encima y por debajo del segmento medular de donde proceden las raíces nerviosas, bloqueadas por la administración del anestésico. Pagés describirá por primera vez en el mundo una nueva técnica anestésica regional consistente en el abordaje del espacio epidural por punción lumbar con fines de uso práctico e inmediato para intervenciones quirúrgicas. La publicación con fecha de 1921, tendrá el título de Anestesia metamérica.
Gracias a las 43 operaciones llevadas a cabo, como dejará constatadas el propio Fidel Pagés, el éxito de su sistema quedó más que verificado. Nos encontrábamos ante un avance con pocos precedentes en la Historia de la Cirugía. Todo un triunfo que quedará comprobado definitivamente, aunque de manera triste otra vez más, en el Rif en 1921.
Pese a sus artículos y sus confirmados éxitos, la comunidad médica internacional no parece hacerse eco del gran descubrimiento del médico español. Y será en un congreso internacional de cirugía, celebrado en Madrid en 1932, donde un médico italiano, Achilles Dogliotti, presentará un trabajo precisamente sobre anestesia epidural que era prácticamente un calco del procedimiento de Pagés.
Obviamente el italiano se llevó el mayor de los reconocimientos, mientras que Pagés cayó en el más absoluto de los olvidos. En 1935, el propio Dogliotti reconocería al fin que su técnica no era propia pese a que en 1931, cuando presentara por primera vez su estudio, el italiano hubiese negado conocer el trabajo del médico español, legítimo descubridor nada menos que diez años antes. Los estudios de Pagés no serán traducidos ni publicados hasta el año 1961 en inglés, y al francés en 1975.
La prematura muerte de Fidel Pagés Miravé el 21 de septiembre de 1923, a los 37 años, en un accidente automovilístico cuando viajaba con su familia, truncó una carrera y quién sabe qué más aportes para la Humanidad de este genio apenas recordado. Su revolucionario método se lleva usando desde 1935 en obstetricia y así como en otras especialidades médicas.
En el Hospital Militar de San Sebastián, colocada a iniciativa de la reina María Cristina, existe una placa puesta a “la memoria del eminente cirujano Comandante médico Don Fidel Pagés Miravé, compendio de ciencia, bondad, modestia y altruismo, que inauguró esta sala, en agosto del corriente año, y practicó en ella su última intervención, veinticuatro horas antes de su trágica muerte”. No puede haber mejor retrato de lo que fue una persona cuya humanidad ha de quedar como ejemplo para el mundo. Por tanto, me pregunto: en el centenario de su revolucionario invento, ¿acaso no merece una calle en la capital de España? Yo creo que sin duda. Y ya estamos tardando.
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