No imagino qué hubiera pensado el conquistador de Tenochtitlán si hubiera conocido el Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial. ¿Quedaría tan maravillado como cuando entró por los puentes del lago Texcoco a la capital mexica? Quién sabe. Como Espía Mayor me da por pensar que, seguramente las cartas que Hernán Cortés mandara al César Carlos, hubieran tenido más predicamento si hubieran llegado a ser leídas por su hijo, el Segundo Felipe. Y eso que su padre, gran lector de novelas de caballerías aún en esa época, como lo era Isabel de Portugal, madre del Prudente, no le daría buen trato al extremeño. Escritos donde la hazaña de Cortés no se acercaban a los hechos de los Amadises o Tirantes. ¡Los superaba! Sin embargo, tal vez Felipe hubiera tratado mejor los destinos del Marqués del Valle de Oaxaca en sus postreros días que lo hiciera el emperador Carlos V.
La historia de Hernán Cortés es de esas que de crío querrías ver interpretada en la pantalla por, qué se yo, Charlton Heston o Kirk Douglas. Nos tuvimos que contentar con César Romero y Tyrone (léase tirone) Power en aquella infumable «Capitán de Castilla», y gracias. Pero de vez en cuando a los aniversarios parece que sí que se le hace caso. Aunque no desde luego desde las instancias gubernamentales, claro. Y tenemos serie que echarnos al coleto los fanáticos de este género. ¡Que no se entiende cómo la Lonja sanlorentina y enderredores no son un permanente plató para producciones históricas como la ya lejana «La conjura del Escorial»! El caso es que tenemos en la catódica y a voluntad de darnos un atracón de seis horas y media, «Hernán». Una serie de esas que cuando tiene nombre hereje a todos se nos van las muelas por verla y ponernos culturetas hablando de ella.
Pero ¿no será otro horror de Leyenda Negra, con conquistadores rijosos, ávidos de oros y de fornicio, con un Cortés de risa sardónica y pobres indígenas genocidiados por mor de la cruz y la espada? Que miren que ya vamos bien aviados en cuanto a la imagen hispana que sale cada vez que se proyecta algo. Que bien vamos en burro y cantando flamenco, bien salimos cuales fanáticos yihadistas católicos sorbidos el seso por la Inquisición. El horror, vaya. Y miren por donde, no. O no del todo. Lo que ya es un avance. ¡Aunque en avanzar y retroceder en la historia, más que una narración parece que el espectador esté bailando la yenca (izquierda izquierda derecha derecha, adelante detras un dos tres…), o que el script ha tenido el baile de San Vito en la sala de montaje. ¡Qué sé yo!
Porque tanto salto temporal a mí no me ha gustado. Tanta bota de mosquetero, chambergo de Alatriste, y corazas de Vlad Dracul con espadas de Isildur, tampoco (¡con las magníficas armerías que tenemos en los Reales Sitios podiós…!). Pero venga va. Es lo de menos. No seamos tiquismiquis. Los guerreros tlaxcaltecas parecen recién salidos del Lienzo de Tlaxcala. La ciudad de Tenochtitlán luce bonita en los planos generales (aunque se les olvidó a los de del CGI ese darle al CopyPaste varias veces para rellenar con gente, aunque fuera de Los Sims). Y se ven detalles históricos que antes habían sido dejados de lado.
Cortés no parece un villano de opereta, y el actor Oscar Jaenada hace el titánico esfuerzo por dar la talla a un personaje tan complejo. Un personaje que manda, negocia, lucha, ama, sufre… ¡Caramba! ¿A ver si va a ser un ser humano? Moctezuma anda cabreado toda la serie porque sabe que está perdiendo; porque ha perdido de antemano. Es difícil una historia de buenos y malos cuando cada uno tiene razón para ser ambas cosas. Cuando unos y otros se matan entre sí. Como cuando Pánfilo viene a prender a Cortés. O los mexicas van a verse odiados y atacados por los pueblos que oprimían.
La serie es de agradecer que se acerque a uno de los momentos más complejos de la Historia entre dos mundos, que van a chocar de manera irremediable. Una historia tan compleja en sí misma, que me pregunto sobre el porqué de ciertos errores que me parecen imperdonables. No así la muerte de Moctezuma, que es una brillante interpretación a mi modo de ver. Pero no permite que los personajes crezcan. Ninguno. Siquiera la que más lo hace: doña Marina. Malitzin. La verdadera protagonista a la que dejan en la Noche Triste de manera innoble e inexacta según las crónicas. ¿Licencias del guión? Sin duda. Es ficción basada en realidad. Pero es una pena haber gastado metros de cinta o TB de memoria, en brochazos de Leyenda Negra innecesarios. No lo era, por supuesto, ver que aquello como lo que fue: un mundo y una época cruel.
Pero el presentismo y el poner ideas morales de nuestros tiempos, puede desvirtuar la visión de unos hechos épicos en cualquier caso. Ha sido pena dejar pasar personajes como Juana de Olid como si nada, quedando sin aparecer una María de Estrada, luchadora la primera con arma en mano, empoderada como la que más. O hacer aparecer al conquistador negro Juan Garrido, no como el soldado que fue, sino como el sirviente cubano del conquistador. Tontunas. Pejiguerías de amante de la Historia. Pero al que le da mil cólicos misereres no haber empleado el tiempo negrolegendario en dar cuenta mejor de estas historias. En desarrollar lo complejo de personas como la gran doña Marina. Y no seguir aventando los rescoldos de nuestra Historia con los tópicos manidos que debemos ya superar.
Deseamos que así sea para la temporada segunda que esperamos ya ávidos, de «Hernán».
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