Uno de los lugares donde más me gusta pasearme como Espía Mayor es por el despacho de Felipe II en su Palacio Monasterio sanlorentino. Un rey absoluto. Con poder sobre vida y haciendas. Un monarca de su época. Con un poder ilimitado. ¿Ilimitado? Pues… tampoco tanto, ¡Pero que dice usté! ¿El soberano más poderoso de su tiempo no ostentaba un poder omnímodo? A ver, le explico. Mandar mandaba. ¡Y mucho! Pero es que esas Españas que él gobernaba siempre han sido muy especiales. Y el carácter hispano es algo rebelde vaya a saber por qué genes de esta península de locos. Y ya desde la Hispania romana nos tenían por algo brutotes en opinión de Estrabón. O en palabras de Tito Livio, el hispano era «ágil, belicoso, inquieto. Hispania es distinta a Itálica, más dispuesta para la guerra a causa de lo áspero del terreno y del genio de los hombres».
Vamos que, ¡como para ser fácil el gobierno en estos lares! En la España visigoda, el pandemónium entre reyes, pretendientes y familiares de la interminable lista que la gente decía que alguna vez estudió de carrerilla (un mito, seguro), haciendo que apenas sepamos de ese periodo mucho más que el que a Favila le comiera un oso (¡vaya una manera de pasar a la Historia!), llevaría a que en el IV Concilio de Toledo de 633 el rey sería elegido de manera consensuada entre los poderes del momento, y no sólo por derecho de sangre. Intentar en un breve párrafo explicar la Monarquía Visigótica es algo así como querer poner el argumento de Juego de Tronos en un trino de 280 caracteres. Y seguramente esto último sería más fácil.
Pero el caso es que, seguramente adelantándonos una vez más en la Historia, el llamado Canon LXXV de ese Concilio puede ser considerado posiblemente la primera constitución de Europa. ¡No nos vayamos al XIX con la nación y esas cosas! Que estamos en el VII todavía. Pero el avance fue más que interesante. Tanto, que lo que se quiere establecer es un pacto. Un pacto mutuo. En el que quien sea elegido rey respete las leyes del pueblo. Y el pueblo no le derroque por intereses espurios si no ha roto el monarca dicho pacto. «Que nadie excite las discordias civiles entre los ciudadanos. Que nadie prepare la muerte de los reyes, sino que muerto pacíficamente el rey, la nobleza de todo el pueblo, en unión de los obispos, designarán de común acuerdo al sucesor en el trono, para que se conserve por nosotros la concordia de la unidad, y no se origine alguna división de la patria y del pueblo a causa de la violencia y la ambición». ¡Acohonante!
Ya les veo a algunos arquear la ceja. Obispos y nobles. Curas y poderosos como siempre decidiendo por el pueblo. Habida cuenta de que hace un año que ha muerto Mahoma, y que falta uno para que Northumbria quede unificada por Oswaldo de Bernicia, y que el reino de los francos es reinado por Dagoberto I, pues no les digo más que para los tiempos de Maricastaña… ¡aún quedan siete siglos! Pero cuando en un territorio en esos remotos tiempos no, ¡lo anterior!, se estipulan cosas como que si el rey «en contra de la reverencia debida a las leyes, ejerciere sobre el pueblo un poder despótico con autoridad, soberbia y regia altanería, entre delitos crímenes y ambiciones, sea condenado con sentencia de anatema», la cosa va por buen camino.
Este sistema de la elección del rey quedaría tan metida en nuestras tradiciones, que cuando se vaya ese reino unificado a hacer puñetas tras la entrada en 711 del bereber Tariq, nuevos reinos irán surgiendo posteriormente durante la Reconquista nominando territorios antaño llamados Hispania. Y reyes habrá, pero como suele decirse, antes estaban la leyes. Fórmulas como las de los de Aragón, que decían aquello de «Nos, que valemos tanto como vos y juntos podemos más que vos, os hacemos nuestro Rey y Señor, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades; y si no, no». Hay quien dice que estas cosas son leyendas, mitos de fueros medievales. ¡Pero buena la tuvo el Prudente con el Justicia de Aragón por un tal Antonio Pérez!
Leyenda o no, el caso es que los reyes tenían que, para ser considerados tales, ser reconocidos ante las Cortes, Juntas o Parlamentos. Como cuando Isabel I la Católica juró los fueros de Vizcaya en Guernica. Juramento recíproco, claro, y que unía en un pacto que, cuando se dejaba de lado por parte de una de ellas, como pasó cuando el Consell del Cent catalán traicionó a Felipe V, a quien había jurado lealtad el 4 de noviembre de 1701, pues la cosa… mal final tendría. Aunque la culpa se la quieran echar en este caso al Borbón y no al problema del textil (ah, la economía…). Y otro añadido fue que, a partir de Juan I de Castilla en 1379, ya no va a haber siquiera coronación. Sólo se proclamarían. ¡Que no es poca cosa!
¿Es entonces la Monarquía Hispánica, democrática? Depende de si queremos referirnos a la democracia de la oración fúnebre de Pericles del siglo V a.C. o al concepto de democracia liberal moderna. Pero si en España hubo hasta el primer parlamento con ciudadanos libres, el de León de 1188, y una tradición constitucional tan arraigada, ya les digo que bien podríamos decir que sí. Y no. No me vengan con Franco. Que veo que algunos arquean la otra ceja. Franco no se inventa la monarquía, que por acá estuvo desde Argantonio. Impondría un rey, Juan Carlos, pero cuya legitimidad se basa actualmente en que le votamos. ¿Pero cuándo hemos votado al rey?
Le votamos con el 94% de los votos a favor, el 15 de diciembre de 1976, en un referéndum sobre la reforma política que establecía que «La democracia, en el Estado español, se basa en la supremacía de la Ley, expresión de la voluntad soberana del pueblo. […] La potestad de elaborar y aprobar las leyes reside en las Cortes. El Rey sanciona y promulga las leyes». De esta ley saldrían unas Cortes, que elaboraron la Constitución de 1978, que juraría, tanto Juan Carlos, como el rey Felipe VI. Y tras ese momento, y sólo en ese, sería proclamado rey.
Rey refrendado por Ley Orgánica aprobada por los plenos del Congreso y del Senado. De las Cortes. ¿Y qué dice la Constitución de éstas? Que las Cortes Generales representan al pueblo español. ¿Y qué dice la Constitución de él? Que la soberanía nacional reside en el pueblo español. Por tanto, ¿quién es el soberano en España? ¡El pueblo! Que es quien ha designado como Jefe de Estado, a Felipe. Sexto de su nombre. ¿Qué cosas, eh?
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