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Marisa Gallero el

En la primera jornada del juicio del caso Nóos, todos han representado el papel que habían anunciado durante la fase de instrucción. La infanta Doña Cristina, acompañada de su marido Iñaki Urdangarin, con su alianza de boda, para demostrar que siguen muy juntos. A cara descubierta, con ojeras, sin un gramo de maquillaje, con expresión hierática, transmitiendo con su semblante y mirada fija que no va a ceder a presiones ni renunciar a sus derechos dinásticos.

A Urdangarin se le veía con ganas de salir corriendo como hizo por las calles de Washington cuando atisbo a unos periodistas, después de que la Zarzuela anunciará que había sido apartado por su comportamiento «no ejemplar» en los negocios, o como montar una entidad sin ánimo de lucro para expoliar a su antojo hasta 6,2 millones de euros públicos.

Diego Torres entró con su trolley emulando a la jueza Alaya, quizá con los 300 correos electrónicos que dice que «tienen que ver con la Casa Real» y los «discos duros con unos 500.000 documentos» que todavía no ha podido leer, como le confeso a Ana Pastor en El Objetivo. En su rostro el aviso a navegantes de que no guardará silencio en el banquillo: «Quizás yo he cometido un error: que es estar callado hasta ahora».

Su exigencia de que declaren como testigos desde Felipe VI a el Rey emérito, como Corinna zu Sayn-Wittgenstein o Irene de Grecia, ha sido rechazada por el tribunal para no «convertir este juicio en un reality show» ni en una «ceremonia para distracción del vecindario». Y menos mal que el fiscal Pedro Horrach, con su informe sorpresa para exculpar a Doña Cristina de dos delitos fiscales, no apareció con el carrito de Mercadona lleno de expedientes con el tesafix de la Guardia Civil que tiene en su despacho.

Mientras conocemos si aplican o no la doctrina Botín antes de que empiecen las declaraciones de los testigos el 9 de febrero, el golpe de realidad anunciada, que ya todos intuíamos, pero no teníamos la confirmación, es escuchar a Dolores Ripoll, abogada del Estado decir que es sólo un eslogan publicitario el lema de «Hacienda somos todos». A lo mejor ha leído a Naomi Klein en «No Logo» cuando recuerda las palabras del mítico publicista Bruce Barton: «Me gusta pensar que la publicidad es algo grande, espléndido, que penetra profundamente en las instituciones y llega hasta su alma».

De esta forma, Hacienda no sólo pretendería llegar a nuestro bolsillo, sino que codiciaría traspasar nuestra alma. Y nuestra candidez si pensamos que la «Justicia es igual para todos». ¿O esas palabras también eran un anuncio?

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