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Hablar o no hablar con el Talibán

Hablar o no hablar con el Talibán
Jorge Cachinero el

Afganistán vive una situación política, económica y social dramática tras la implosión de su gobierno, que había sido sostenido por Estados Unidos (EE. UU.) y por sus socios occidentales, y tras el cambio consiguiente en la situación interna que ha supuesto la toma del poder, en agosto de 2021, por parte del Talibán.

Durante los últimos diez meses, el Talibán liberó a 8.000 guerrilleros de Al-Qaeda y del Estado Islámico (EI) de las prisiones afganas y se ha conectado con las redes globales del yihadismo terrorista, el sectarismo suní-chiita se agrava, ninguna nación ha reconocido al gobierno del Talibán como el legítimo del país, la economía afgana sufre de una contracción masiva por culpa de la cual, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), un 60% de la población, es decir, 24 millones de afganos, necesitará ayuda humanitaria para sobrevivir y, durante los primeros seis meses del Talibán en el poder, más de 500 miembros del gobierno, de los cuerpos de seguridad y de las Fuerzas Armadas anteriores de Afganistán han sido asesinados o han desaparecido.

El balance del proceso de negociación de Doha, auspiciado por el gobierno de Qatar, entre EE. UU. y el Talibán, sólo puede calificarse como de un fracaso inmenso.

Aquella negociación de Doha fue utilizada por el Talibán para obtener concesiones del gobierno de EE. UU. y para que se le otorgara legitimidad política.

Al final, Doha terminó por abrirle la oportunidad al Talibán de precipitar su toma del poder en Kabul.

Mike Pompeo (c) y representantes del Talibán en Doha, Qatar, 2020

Ante este panorama desolador, Occidente se debate sobre si debe buscar la interlocución con el Talibán, aunque sólo sea con el objetivo de poder facilitar la llegada de ayuda humanitaria a la población del país, o, incluso, si debe ofrecerle al Talibán reconocer oficialmente su gobierno como palanca de presión para imponerle determinados cambios a su forma de actuar.

La realidad es que la invasión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de Afganistán, de 2001 a 2021, ha sido un naufragio político extraordinario, ya que no ha podido llevar a cabo con éxito su plan de cambio de régimenregime change, en inglés- y no ha impedido el regreso del Talibán al poder.

La operación ofensiva de la OTAN en Afganistán fracasó, también, militarmente porque no ha conseguido la victoria -ni, tan siquiera, ha facultado que se ganara tiempo suficiente para permitir la reconstrucción nacional- y no ha facilitado el que aflorara un liderazgo local que pudiera hacerse con las riendas del poder, una vez que los países occidentales se marcharon.

En definitiva, un ejército de 300.000 hombres, entrenado y armado por Occidente, no fue capaz de enfrentarse con éxito a 40.000 combatientes del Talibán.

Ejercicios finales de entrenamiento de soldados afganos, 2018

Los riesgos que esta situación representan para Occidente, para Asia Central y para Rusia o para Pakistán, para China y para el resto de Asia son enormes.

Para empezar, el propio gobierno Talibán, en sí mismo, es una amenaza para el mundo.

Asimismo, los vacíos políticos, territoriales y físicos inmensos que se han generado dentro de Afganistán, desde agosto de 2021, están siendo cubiertos por grupos terroristas yihadistas numerosos que se están reestableciendo en el país, al que están utilizando, una vez más, como un santuario para reagruparse, para entrenarse, para reequiparse y, una vez que estén listos para la acción, para proyectar su fuerza al mundo.

El objetivo de todos ellos es retrasar el reloj de la historia para volver a colocar sus manecillas en el año 1999 y utilizar, de nuevo, el flujo de refugiados afganos, el tráfico de drogas de producción local y el movimiento de terroristas islámicos como armas en los conflictos por provocar más allá de las fronteras de Afganistán.

La competencia entre grupos yihadistas terroristas instalados en Afganistán es muy exigente y todavía es difícil predecir cuáles serán las organizaciones que saldrán ganadores de ésta.

La más importante de todas estas organizaciones islámicas es el propio gobierno del Talibán, que, en sí mismo, es un grupo de militantes y de activistas terroristas.

De nuevo, Afganistán está siendo liderado por una organización terrorista del yihadismo islámico.

Los competidores fundamentales, en estos momentos, del gobierno del Talibán son el Estado Islámico-Khurasan (EI-K) y el Frente Nacional de Resistencia (FNR), aunque no es esperable que éstos sean capaces, en el corto plazo, de sustituir a aquel.

Militantes del EI-K

De estos dos grupos aspirantes a reemplazar al Talibán en el gobierno del país, el FNR representa una mayor amenaza para éste que el EI-K, ya que el FNR es más moderado y, por ello, tiene más potencial de agrupar un mayor apoyo de la población en torno a sus llamados.

Es destacable en Afganistán, aunque no debiera serlo, que los grupos que menos daño hacen a la población son los que más apoyo popular concitan.

La incapacidad del Talibán en alimentar a los afganos y la habilidad del FNR en saber granjearse el reconocimiento internacional podrían ser dos factores críticos que coadyuven a este grupo a hacerse, eventualmente, con el poder.

Los grupos yihadistas terroristas que tienen su base operativa en Afganistán no se limitan al Talibán, al EI-K o al FNR.

Por ejemplo, el gobierno Talibán ha de ser cuidadoso con su relación con Tahrik-i-Taliban Pakistán (TTP), que no puede cortar, sin más, dado que son viejos amigos, y lucharon y vivieron juntos durante años, uno al lado del otro.

De hecho, el líder del TTP, Noor Wali Mehsud, declaró públicamente su lealtad al jefe Talibán afgano, el Mullah Hibatullah Akhundzada, algo que incomodó mucho al gobierno de Pakistán.

Noor Wali Mehsud (c)

Otro grupo cercano al Talibán y que debe tomarse muy en serio es el Grupo Jihad Islámico, un grupo terrorista centroasiático, con base en Afganistán, que es el que se encuentra en un mejor estado de preparación para desarrollar sus actividades terroristas en toda la región.

El Grupo Jihad Islámico es habilidoso en el uso de los principios de la táctica militar y es experto en la fabricación de artefactos explosivos improvisadosImprovised Explosive Devices (IED), en inglés-, sus combatientes operan en las provincias de Badakhshan, de Baghlan y de Kunduz, peleó junto al Talibán contra el anterior gobierno de Afganistán e, incluso, durante el último año, ha recibido financiación del Talibán.

Entre Uzbekistán y Afganistán se encuentra ubicado el Movimiento Islámico de UzbekistánIslamic Movement of Uzbekistan (IMU), en inglés-, que, aunque fue fundado con la ayuda y con la cooperación de Al-Qaeda, luchó junto al Talibán contra el anterior gobierno afgano, específicamente, en la provincia de Faryab, en Afganistán, con el apoyo de los combatientes talibanes uzbekos.

Por último, merece ser destacado el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental/Partido Islámico de TurkestánEastern Turkistan Islamic Movement/Turkistan Islamic Party (ETIM), en inglés-, compuesto por gentes de mayoría musulmana y de lengua turca del occidente de China, que, una vez que el Talibán tomó el poder en Afganistán y éste comenzó sus relaciones con el gobierno de China, alejó a sus militantes uigures de la frontera sino-afgana.

En resumen, a la vista de lo anterior, ninguna de las promesas -aunque, en realidad, sin compromisos de plazos concretos- que el Talibán le hizo, en Doha, a EE. UU. de que cortaría sus relaciones con grupos terroristas yihadistas internacionales han sido cumplidas y el hecho es que más de una docena de otros grupos yihadistas terroristas –Nefaz-i-Shariat/TTP, la Red Haqani, Ansarullah, Lashkar-i-Isalam, Lashkar-i-Taiba o Hizb-u-Tahrir, entre otros- campan a sus anchas en una región a la que amenazan seriamente.

Los actores externos estatales con un interés directo en la evolución futura de la situación en Afganistán son, por distintas razones, Pakistán, específicamente, sus poderosos servicios de Inteligencia –Inter-Services Intelligence (ISIS), en inglés-, que son, desde hace décadas, un jugador crítico en Afganistán, Irán, que trata de desenvolverse en Afganistán de forma menos asertiva que Pakistán, China, cuyo interés fundamental son los recursos naturales afganos, Rusia, que quiere evitar la expansión del terrorismo yihadista hacia Asia Central y, desde ahí, hacia la propia Federación Rusa, Turquía, el único país islámico de la OTAN, que busca estar presente en todas las regiones con huella cultural o lingüística turca, y Qatar, que ha jugado un rol intenso y prolongado en las negociaciones de paz entre EE. UU. y el Talibán, antes de la llegada de estos al gobierno.

Afganistán en Asia

El dilema al que hace frente la comunidad internacional sobre Afganistán no es de fácil resolución.

Por un lado, nadie quiere impedir la llegada de ayuda humanitaria a Afganistán para evitar, así, el que los afganos puedan morir de hambre, mientras que, al mismo tiempo, nadie confía en el nuevo gobierno del país.

Por lo tanto, nadie tiene la solución de cómo enviar cantidades importantes de recursos, una vez más, a Afganistán sin que se corra el riesgo de que el Talibán se beneficie de ellos, en vez de los destinarios finales a los que se pretende ayudar.

Negociar con el Talibán no es una proposición atractiva lo que limita la capacidad de presión de la comunidad internacional sobre el gobierno afgano, que muestra abiertamente su aspiración de obtener un asiento, con todos los derechos, en la ONU antes de empezar a hablar de cualquier otro asunto.

La pregunta pertinente, por tanto, sería si el gobierno del Talibán es sostenible.

Los que creen que es difícil que pueda mantenerse en el poder aducen tres razones para ello.

En primer lugar, su falta de legitimidad interna, que se manifiesta en la imposición violenta de su ideología sobre la población, una vez que los focos de la atención de la opinión internacional se han redirigido hacia otras fuentes de tensión, aparentemente, más acuciantes.

Además, el liderazgo del Talibán está fracturado, fundamentalmente, en dos facciones, aquellos que participaron en el proceso de Doha y el grupo que estuvo ausente de esas negociaciones.

Estos últimos son los comandantes locales y los gobernadores provinciales, que acumulan más poder real que muchos de los ministros y de los responsables que forman los cuadros principales del gobierno Talibán, que sabe que no se puede enfrentar a aquellos por miedo a que abandonen al gobierno y sumen sus fuerzas, contra él, a las de algunos de los múltiples grupos yihadistas presentes en Afganistán.

Por último, el actual gobierno del Talibán carece de la experiencia mínima necesaria para estar al frente de un gobierno, incluso del de un país tan desestructurado como es Afganistán, y sus decisiones están dirigidas por su ideología, que, en nada, se diferencia de la de grupos como el EI o Al-Qaeda.

A medida que la inestabilidad y la incertidumbre se apoderan de la nueva Afganistán, sus vecinos, actores estatales externos, aumentan su presión y su involucración en el país.

Irán ha dado señales de que estaría dispuesto a reorganizar las milicias Fatemyoun de los afganos chiitas para que puedan luchar más eficazmente por los intereses de los suyos, el EI-K ha disparado misiles contra Tayikistán, desde la provincia afgana de Badakhshan, provocación que es de esperar que no quede sin respuesta, Pakistán ha llevado a cabo operaciones militares y bombardeos contra las provincias afganas de Khost y de Kunar, y Uzbekistán y Tayikistán han realizado, recientemente, cada uno de ellos, por separado, maniobras militares en sus fronteras respectivas con Afganistán, en las que, en el caso de Tayikistán, de forma significativa, se incluyó la participación de tropas rusas.

Todos estos hechos recuerdan de forma inquietante a la Siria previa al comienzo de su guerra civil.

 

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