El mundo está viviendo cambios profundos y sin precedentes conocidos.
Para hacer inteligible la aseveración anterior debería recordarse que, por ejemplo, China desbordará a Estados Unidos (EE. UU.) como la primera potencia económica global dentro de los próximos diez años, como muy tarde, o que, por mencionar la trayectoria ascendente de otra nación, India ya ha superado, en 2022, al Reino Unido como la quinta economía más grande del planeta, sobrepasará, en 2025, a Alemania como la cuarta y, en 2032, a Japón como la tercera, en anticipo de que, en 2042, se convierta en la segunda economía mundial.
Conviene hacer una pausa para digerir esta afirmación porque lo que significa realmente es que, a medida que se aproxime la mitad del presente siglo, las cuatro primeras economías de la Tierra serán, entonces, y por este orden, China, India, EE. UU. y Japón.
Esta hipótesis provoca, inmediatamente, la pregunta necesaria sobre dónde estará, en términos económicos, Europa, llegados a 2042.
La respuesta a ese interrogante deja sin respiración ya que supone admitir que ningún país de Europa, por primera vez en los 500 años anteriores, figurará entre las cuatro economías más grandes del mundo.
Expresado de forma más simple y descarnada, Europa está en declive.
Este ocaso está sucediendo al mismo tiempo que una estructura económica y un orden geopolítico mundiales nuevos están aflorando.
Los signos del surgimiento de un mundo multipolar se han hecho visibles de forma notable tras los tres choques estratégicos que han sacudido a la humanidad, a los países y a los gobernantes en los tres años anteriores, es decir,
- la pandemia del COVID19, desde el comienzo de 2020,
- la retirada vergonzosa de EE. UU. y de sus aliados de Afganistán, en agosto de 2021 y
- el desencadenamiento del conflicto militar en el este de Europa, que está enfrentando a EE. UU. y a sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de la Unión Europea (UE), por un lado, a través de su apoderado, Ucrania, y a Rusia, por otro.
Las características de un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo -conceptualizado por los militares estadounidenses, al final de la década de los años 80 del siglo pasado, mediante el acrónimo VUCA por volatility, uncertainty, complexity, and ambiguity, en inglés- se han hecho más evidentes tras la ocurrencia de los tres choques anteriores.
En términos geopolíticos, la cooperación está retrocediendo, la competición se está volviendo más agresiva y el conflicto es mucho más eminente.
La pugna sobre una cosmovisión del mundo -entre varias de las existentes-, la criticidad creciente de recursos nuevos -microchips, semiconductores o materiales, metales y tierras raras- o las disputas comerciales o tecnológicas están armando las economías nacionales y están profundizando la división entre Occidente y Oriente.
La pax americana, denominación que se ha utilizado para definir el periodo de paz y de estabilidad relativas vivido, al final de la II Guerra Mundial, en todo el área de influencia estadounidense -concepto que remedó el de la pax romana, es decir, aquella época de concordia que se extendió por todo el mundo mediterráneo, durante los años de los emperadores Augusto (27 a.C.-14 d.C.) y Marco Aurelio (160-180 d.C.), en los que los Estados que formaban parte del Imperio Romano no se vieron envueltos en grandes guerras, mientras que el gobierno imperial les proporcionaba estabilidad, servicios básicos y cierto grado de autonomía-, está siendo cuestionada, cuando no, se encuentra en retroceso.
Un nuevo orden mundial está porfiando por emerger en el que la revelación de China como potencia global, el resurgimiento de Rusia en el corazón terrestre de Eurasia y la eclosión de potencias medianas como India es incontestable.
Estos vectores de fuerza están obligando a un realineamiento geopolítico mediante el cual
- Rusia y China, en la práctica, han formado un partenariado estratégico “sin límites”, como los dirigentes chinos gustan de calificarlo,
- la alianza euroatlántica está necesitada de consolidarse y de reforzarse y
- las potencias más pequeñas o medianas están protegiéndose ante la nueva era al reevaluar sus alianzas anteriores con las grandes potencias globales, especialmente, aquellas que habían estado al amparo de EE. UU., y al realizar, en algunos casos, un ejercicio de equilibrismo para no alejarse ni de China, ni de Rusia.
China sabe perfectamente cuál es la trayectoria de su nación para las próximas décadas.
Rusia, por su parte, se ve integrada profundamente dentro del nuevo impulso euroasiático, al que China contribuye tan decisivamente, para lo que aquella cuenta con una ciudad ribereña del Océano Pacífico, Vladivostok -vecina de tres regiones de China, que suman una población de 100 millones de habitantes-, que podría jugar el papel que bien Hong Kong o bien San Francisco han desempeñado como motores económicos de sus respectivas regiones o naciones.
Finalmente, India apuesta por reforzar su asociación con Rusia -a la vez que confía en que su pertenencia al agrupamiento llamado QUAD, es decir, el Quadrilateral Security Dialogue, en inglés, del que forma parte junto a Australia, a EE. UU. y a Japón, no le perjudique en sus relaciones con Moscú y con Pekín-, como se puso de manifiesto con la declaración conjunta que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el primer ministro de India, Narendra Modi, hicieron, en octubre de 2018, para que el volumen del comercio mutuo entre ambas naciones crezca hasta los 30 millardos de dólares -quizás, habría que decir ahora que hasta su equivalente bien en rublos o bien en rupias- en 2025.
Para ello, India espera que pueda colaborar con Rusia en la construcción de nuevos corredores de transporte y de agua, de norte a sur, entre los dos países.
Detrás de esta referencia de los 30 millardos late la ambición de India de convertirse en una economía de 5 billones de dólares en 2024 o en 2025.
La gran incertidumbre sobre la materialización de todas estas tendencias y de todos estos proyectos es la reacción probable de EE. UU. ante la pérdida progresiva de sus influencias política, económica y militar en Eurasia.
La pregunta que se repite en las capitales de Rusia, de China o de India es si EE. UU. estaría dispuesta a provocar un conflicto militar en el Lejano Oriente, como ha hecho en Europa, para obstaculizar el declive progresivo de su pax americana frente a los competidores que vienen del este.
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