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El orden nuclear mundial

El orden nuclear mundial
Jorge Cachinero el

Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) celebraron, del 19 al 21 de noviembre de 1985, en Ginebra, una cumbre, al frente de cuyas delegaciones respectivas se encontraban el presidente de EE. UU., Ronald Reagan, y el secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Mijaíl Gorbachov.

El equipo estadounidense incluyó, entre otros, al secretario de Estado, George Shultz, al jefe del gabinete presidencial, Donald Regan, al asistente del presidente, Robert McFarlane, al embajador en Moscú, Arthur Hartman, o al asesor especial del presidente y secretario de Estado para el control de armamentos, Paul H. Nitze.

Por parte soviética asistieron el miembro del Politburó del Comité Central del PCUS y ministro de Asuntos Exteriores, E. A. Shevardnadze, el primer viceministro de Asuntos Exteriores, G. M. Korniyenko, el embajador en Washington, D.C., A. F. Dobryni, el jefe del departamento de propaganda del Comité Central del PCUS, A. N. Yakovlev o el asistente del secretario general del Comité Central del PCUS, A. M. Aleksandrov.

Sentados en el sofá rojo: Reagan (i), Gorbachev (d)

La reunión concluyó con acuerdos entre las partes que cubrían una gran variedad de asuntos de seguridad, entre otros, armamento nuclear, armas químicas, reducción de riesgos, espacio exterior o medidas para generar confianza mutua.

Todos ellos quedaron reflejados en una declaración conjunta, emitida el 21 de noviembre de aquel año, en la que se incluyó una frase, que pasó a la historia de las relaciones entre estas dos grandes potencias y que se ha incorporado, desde entonces, como parte habitual del lenguaje político y diplomático tanto de organismos internacionales como de las relaciones bilaterales y multilaterales entre potencias: “Las partes, habiendo discutido cuestiones clave de seguridad, y conscientes de la especial responsabilidad de la URSS y de EE. UU. en el mantenimiento de la paz, han acordado que una guerra nuclear no se puede ganar y que nunca se debe librar”.

Sin duda, fue un pequeño paso para las dos grandes potencias rivales de aquel momento, pero constituyó un gran salto para la humanidad.

Desde entonces, no obstante, el número de potencias y de cabezas nucleares existentes en el mundo no ha dejado de crecer.

En 2021, se estimaba que los países con capacidades armamentísticas nucleares y el número de armas nucleares que éstos poseen son, por orden numérico descendiente, la Federación Rusa, con 6.257 y creciendo, EE. UU., con 5.550, China, con 350 y creciendo, Francia, con 290, el Reino Unido, con 225 y creciendo, Pakistán, con 165 y creciendo, India, con 160 y creciendo, Israel, con 90, y Corea del Norte, con 45 y creciendo.

Además, Irán está a punto de traspasar el umbral que le permitiría convertirse en un país con capacidad para la fabricación de armas nucleares, si esto no se impide o bien a través de las negociaciones en curso, a tal efecto, que se están desarrollando en Viena, lo cual parece poco probable, o bien porque el Estado de Israel elimine esta posibilidad a la que considera una amenaza existencial inaceptable para su nación.

En resumen, existen almacenadas en el mundo unas 13.000 cabezas nucleares, que componen un complejo entorno de capacidades militares nucleares: misiles, submarinos, aviones, laboratorios, fábricas, reactores, minas, materiales fisionables, universidades, centros de pensamiento, alianzas, paradigmas disuasorios intelectualizados y conceptualizados y sistemas de mando y control.

Todas las actividades anteriores representan un gasto estimado anual de 72,6 millardos de dólares dedicado al desarrollo de estos armamentos y de estos recursos, que incluyen nuevos tipos de armas, planes de modernización de las actuales, aplicaciones derivadas de tecnologías emergentes y procesos de gestión de los riesgos asociados a éstas.

Es cierto que, recientemente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 2017, adoptó -con 122 votos a favor, 1 voto en contra y 1 abstención- el llamado Tratado sobre la prohibición de armas nucleares –Treaty on the Prohibition of Nuclear Weapons (TPNW), en inglés-, que entró en vigor en enero de 2021, tras recibir un mandato -el 71/258-, para hacerlo posible, de la Asamblea General de esa organización en 2016.

TPNW

No obstante, el TPNW no contó con el apoyo, para su adopción en 2017, de ninguno de los 5 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU -China, EE. UU., Francia, Reino Unido y Rusia, es decir, lo que se conoce como el P5-, todos ellos, potencias nucleares.

El TPNW establece una prohibición robusta y completa de las armas nucleares -sus desarrollo, ensayos o adquisición-, refuerza las obligaciones legales existentes al respecto, crea, de hecho, un nuevo paradigma para abordar las amenazas que se derivan de este tipo de armamento, se vincula con otros cuerpos legales del derecho internacional en esta materia, acompaña consideraciones humanitarias sobre asistencia a posibles víctimas y sobre acciones de remedio sobre el entorno, en el caso de su uso, encaja dentro de la arquitectura existente de tratados internacionales de la ONU sobre armas nucleares –Treaty on the Non-Proliferation of Nuclear Weapons (NPT), en inglés, o Tratado sobre la no proliferación de armas nucleares, Nuclear-Weapon-Free Zones (NWFZ), en inglés, o zonas libres de armas nucleares y Comprehensive Nuclear-Test-Ban Treaty (CTBT), en inglés, o Tratado de prohibición completa de los ensayos nucleares- y abre la puerta para que los países que, todavía, no son firmantes del mismo puedan serlo en el futuro.

En definitiva, el TPNW cuestiona el concepto de la disuasión nuclear y deslegitima la producción o el uso de las armas nucleares, creando un estigma social y político en torno a ellas.

Sin embargo, no parece que esa deslegitimación sea suficiente cuando se somete al contraste con la política internacional real y realista, que siempre acaba por desbordar las mejores intenciones.

En este asunto, los hechos combinados de que los miembros del P5 no se sumaran a la adopción del TPNW, de que haya temores fundados de que Biden quiera que EE. UU. permita a Irán acceder a la fabricación de armas nucleares, algo inaceptable para el Estado de Israel, o de que EE. UU. haya provocado -a través de su apoderado local en Ucrania- un conflicto militar con la Federación Rusa, ambas potencias nucleares, que ya han amenazado con el uso de dicho armamento, añaden un poco de sobriedad a la complejidad de saber equilibrar las ambiciones y los intereses de las naciones con sus expectativas respectivas de seguridad, todas ellas legítimas, como la vía para hacer posible, en la práctica, y no, a través de declaraciones bien intencionadas, el que no se libren guerras nucleares en el futuro.

 

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