El choque de energía que vive el mundo tras el inicio de la guerra provocada por Estados Unidos (EE. UU.), junto a sus aliados, a través de su apoderado, Ucrania, contra Rusia es mucho peor que, por ejemplo, la crisis del Canal de Suez, que estalló en 1956.
Aquella crisis internacional se precipitó cuando el presidente egipcio, Gamal Abdel Nasser, nacionalizó el Canal de Suez, hasta ese momento, propiedad de la compañía del mismo nombre, que estaba controlada por franceses y por británicos.
La crisis de Suez fue provocada por las decisiones de estadounidenses y de británicos de no financiar la construcción de la presa de Asuán, como habían prometido, en respuesta a los vínculos crecientes de Egipto con la Checoslovaquia comunista y con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Nasser reaccionó declarando la ley marcial en la zona del canal y Gran Bretaña y Francia temieron que Nasser cerrara el canal y cortara, de esa forma, los envíos de petróleo que fluían desde el Golfo Pérsico a Europa occidental.
Cuando fracasaron los esfuerzos diplomáticos para resolver la crisis, Gran Bretaña y Francia prepararon en secreto, con el apoyo de Israel, una acción militar para recuperar el control del canal y, si hubiera sido posible, para deponer a Nasser.
Este plan fracasó gracias a que el presidente estadounidense, Dwight D. Eisenhower, la URSS y la Organización de Naciones Unidas (ONU), de forma combinada, se organizaron para ponerle fin a comienzos de 1957.
Las cosas son más complejas desde febrero de 2022.
Para empezar, las sanciones impuestas a Rusia por EE. UU., por los países del G7 -Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido, además de EE. UU.- y por la Unión Europea (UE), especialmente, están teniendo un efecto retroceso sobre las economías de todas esas naciones, que, en realidad, están siendo las más perjudicadas por sus propias decisiones.
En efecto, entre todas estas restricciones, destacan:
- aquellas que impiden importar gas natural de Rusia,
- la que impone un precio máximo al petróleo al que los países productores estarían obligados a vendérselo a sus clientes o
- la de la UE que prohíbe la importación de petróleo ruso por vía marítima.
En Asia, estas políticas irracionales están teniendo un efecto devastador en determinados países, pero no, en China o en India
Estas dos naciones están aprovechando la oportunidad para beneficiarse enormemente de este estado de cosas.
Rusia le está vendiendo gas y petróleo a China y a India con grandes descuentos, en volúmenes desconocidos hasta ahora, y ambas están revendiendo parte de éstos, con un sobreprecio sustancial, a los propios países sancionadores, especialmente, a los de Europa.
De hecho, desde comienzo de 2022, cuando apenas compraba, India se ha convertido en el mayor importador de petróleo ruso del mundo a razón de 1 millón de barriles al día.
Más cerca de Europa, Turquía no sólo está haciendo algo parecido a lo que están haciendo China e India, sino que el presidente Erdogan ha recibido con los brazos abiertos la propuesta del presidente Putin de convertir Turquía en un centro de recepción de gas y de petróleo rusos, a través del TurkStream.
Posteriormente, Turquía los revenderá a su antojo y al precio que ésta fije.
Esta situación sería absurda y cómica, si no fuera trágica.
En el caso de Japón, los recursos gasísticos y de petróleo rusos son de una importancia crucial para su economía, ya que representan, respectivamente, el 9% y el 5% de su matriz energética, y está desarrollando proyectos gasísticos críticos para su nación, en cooperación con Rusia, como el Sakhalin-1 y el Sakhalin-2, que se ubican al noroeste de la mayor isla rusa, del mismo nombre, al norte del Océano Pacífico.
Japón está intentado diversificar sus importaciones de petróleo recurriendo a países proveedores del Próximo Oriente, sin mucho éxito, por el momento, ya que la influencia de Rusia en esa zona está creciendo muy rápidamente.
El sector del gas está siendo sacudido por un crecimiento espectacular de la demanda europea de gas natural licuado (GNL), que necesita sustituir al de procedencia rusa, y está estresando los suministros habituales de dicho producto a países como Pakistán o como Bangladesh, que empiezan a encontrarse en dificultades para acceder al gas natural en volúmenes y precios aceptables para dichos países.
Un mercado de petróleo y de gas que utilice más el transporte marítimo que los gaseoductos y los oleoductos generará muchos problemas, como:
- la escasez y la difícil disponibilidad de buques, con el consiguiente incremento de los costes de transporte,
- la inexistencia de sistemas de aseguramiento de calidad suficientes,
- la extensión de los períodos de entrega a los destinatarios finales,
- el aumento del número de intermediarios, como ya está sucediendo en el sudeste asiático, que están recibiendo gas y petróleo ruso e iraní para, a continuación, ser revendidos a terceros o
- el crecimiento de los costes de cumplimiento dentro de las cadenas de suministro globales de gas y de petróleo para garantizar que las entregas proceden de los mercados correctos.
Por ejemplo, en la actualidad, Malasia le vende a China más petróleo del que produce localmente y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) están haciendo algo parecido.
La respuesta de los países consumidores en Asia es modificar sus matrices energéticas.
- China vuelve a producir carbón masivamente -éste representa el 55% del total de la energía generada- y pone el foco en las energías nuclear e hidroeléctrica para intentar reducir su dependencia del petróleo o del gas -actualmente, el 19% y el 9% de su surtido energético, respectivamente-.
- Japón ha anunciado la reactivación de sus plantas de energía nuclear existentes como forma de reducir su dependencia del GNL, ya que el reinicio de un reactor de una planta de energía nuclear equivaldría a la energía que producirían 1 millón de toneladas de LNG al año.
- Corea del Sur, por último, ha tomado la misma decisión de aumentar su consumo de energía de origen nuclear.
Mientras, EE. UU. y, sobre todo, la UE continúan, de forma imparable, con el suicidio energético iniciado de camino hacia la desindustrialización de sus economías.
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