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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Los grandes sanguinarios fueron siempre niños maltratados

Gema Lendoiro el

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vi el otro día en TVE un interesante documental llamado Las esposas de los dictadores, las cocineras del terror. En él pueden verse cómo actuaron las mujeres que compartieron la vida de sanguinarios como Hitler, Stalin, Gadafi, Sadam Hussein, Pol Pot, el ruandés Habyarimana, Mussolini…Todas ellas (salvo la de Stalin que terminó aparentemente suicidándose estando su marido en el poder), permanecieron impasibles al lado de sus maridos, cómplices de su barbaries. Unas barbaries que aceptaron como algo normal. ¿Crecieron esas mujeres en un ambiente familiar violento para luego normalizar esas terribles situaciones?

La victimización de los niños no está prohibida pero sí escribir sobre ella

 

Me acordé entonces del pensamiento de Alice Miller. Miller, judía de origen polaco (Polonia, 1923-Francia, 2010)y que ha sido una de las pensadoras más importantes del siglo XX. Probablemente por ser mujer no ha calado tanto su obra pero me atrevería a decir que es tan importante como la de Freud, del que renegó hasta tal punto de abandonar su profesión de psiconalista. Miller estudió (y así publicó en sus numerosos libros) cuál es el origen de las maldades del ser humano y señaló que la violencia ejercida por determinados padres hace que esos hijos se conviertan en adultos violentos y, en ocasiones, despiadados. Una tesis que hoy puede parecernos bastante normal e incluso aceptada pero que en su día fue totalmente revolucionaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando he hablado en este blog tantas veces sobre la violencia que se ejerce de manera casi siempre inconsciente sobre los niños muchos comentarios me han tachado de exagerada. Es obvio que todo el mundo acepta que pegar con un cinturón es maltrato pero muy pocos reconocen que un bofetón lo es. O una cachetada en el culo. De hecho la frase “un bofetón a tiempo cura muchas tonterías“, es un clásico en nuestra sociedad. Curiosamente se ha prohibido totalmente en los colegios y por ley también en los hogares pero esto último parece difícil controlarlo. Lo que sí podemos hacer es concienciar de la importancia de no ejercer jamás la violencia sobre los niños para evitar adultos violentos, enfermos. Pueden empezar por Michel Odent, que habla del primer paso de la violencia, la que nos sucede en el instante del nacimiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se hace difícil que alguien que levanta la mano a sus hijos reconozca que está recurriendo a una forma de maltrato que, por cierto, no es la única. Cuando unos padres levantan la mano es porque a ellos también les pegaron y es muy común y un recurso de autoprotección creer que lo que tus padres hicieron contigo es lo válido. Es una manera de homenajear a los progenitores, de no llevarles la contraria, pero sobre todo de reafirmarnos en que no estamos equivocados. Otros, sin embargo, rompen con esa idea y se dan cuenta de que la violencia nunca es el camino. En romper con esa idea está un proceso doloroso de asumir que hemos sido educados de una forma violenta por unos padres que, con casi toda probabilidad queremos y admiramos. Un buen ejercicio sanador es entender sus propias infancias y asumir que la violencia se hereda.

Desde luego que en la violencia hay grados. No es lo mismo una cachetada que una paliza pero porque sea menos no deja de ser violencia. Tampoco es lo mismo robar 20 euros del bolso cuando se levanta al baño que robar con una pistola un banco pero ambas cosas son robos. Una con pena y la otra sin ella pero éticamente reprobables.

Hitler siendo un bebé, momento en el que todo estaba por hacer. ¿Quién puede ver un asesino potencial en esta angelical cara?

He dicho antes que la violencia física no es la única que puede ser ejercida, también está la psíquica, tan poderosa y tan dañina. Los insultos hacia los hijos, repetirles que son unos vagos, unos inútiles, que no valen para nada, hacer constante referencias a su físico (por gordos, por flacos, por orejas grandes…), a su manera de ser, ponerles etiquetas ofensivas, también genera adultos enfermos, con problemas que, tarde o temprano saldrán en forma de comportamientos agresivos contra los demás o contra sí mismos (anorexias, bulimias, alcoholismo, drogadicción…) Nada de esas actitudes contra los hijos queda impune, todo pasa factura. En unos grados diferentes pero la pasa. Todos los dictadores y sápratas tienen en común una infancia llena de maltrato. Bien sea por la violencia ejercida físicamente sobre ellos o por la falta de amor e interés de sus padres sobre ellos que también es otra forma terrorífica de maltrato. Quizás de las más crueles ya que para la mente infantil se hace muy complicado entender que tus propios padres no te entiendan. Y cabe pensar que las mujeres que estuvieron a su lado, si de verdad eran conscientes de lo que sus maridos hacían, entonces es bastante probable que crecieran en ambientes violentos interiorizando como normal, esa forma de actuar.

Los padres de Hitler. Él siempre sufrió haber nacido de una madre soltera

Cuando los sesudos historiadores analizan las causas de la crueldad de los dictadores suelen centrarse en qué tipo de fuentes ideológicas alimentaron su pensamiento e, inexplicablemente, olvidan analizar qué infancias tuvieron. Tomemos como ejemplo a uno de los grandes monstruos del siglo XX: Adolf Hitler. Se sabe que tuvo una infancia desgraciada por un padre autoritario y una madre que puso en práctica otro maltrato muy repetido: hacer oídos sordos de lo que el padre le hacía a su propio hijos, mirar hacia otro lado, ser pasiva. El padre de Hitler probablemente utilizó la violencia física con su hijo, el futuro fhürer. Pero si vamos más hacia atrás veremos que este padre, de nombre Alois, también había tenido una infancia llena de violencia y malos tratos pero sobre todo de una gran frustración ya que su madre era soltera cuando lo tuvo a él, algo que en aquella época era de una gran deshonra. ¿Es probable que si Alois hubiera superado esa “vergüenza” hubiese tratado con amor a Adolf Hitler? ¿Si Hitler hubiese crecido en un ambiente lleno de amor no se hubiese convertido en lo que fue? Nunca lo sabremos pero es bastante probable que sí. En las infancias de los hombres más crueles se encuentran las explicaciones (que no las justificaciones) a sus actos.

Sadam Hussein sufrió un constante abuso sexual y maltrato por su padrastro y la indiferencia de una madre que jamás deseó su naciemiento

Pero veamos más dictadores. Sadam Hussein. Su historia es realmente conmovedora. Su propia madre quiso abortar de él en dos ocasiones y con un embarazo ya muy avanzado. Se había quedado viuda y ya no deseaba ser madre. De hecho, al nacer Sadam, se desprendió de él y se lo entregó a unos familiares que lo criaron hasta los 3 años, edad en la que volvió a vivir con su madre, casada de nuevo con un hombre que abusó de Sadam y lo maltrató de manera continuada. Esas experiencias, sin duda, se quedan grabadas como única forma de supervivencia. Por no hablar del dolor de saberte no querido por tu propia madre para la que eres un auténtico estorbo.

Parece obvio que no todos los niños maltratados terminan sus vidas siendo dictadores por una mera cuestión estadística pero sí que todos los dictadores sanguinarios fueron maltratados de una manera u otra en la infancia. Como también parece obvio que no todos los maltratados tienen capacidad para hacer daño en la vida de adulto pero la mayoría tienen traumas que se pueden manifestar en, por ejemplo, enfermedades del cuerpo (tesis del libro El cuerpo nunca miente de Alice Miller)

Por lo tanto, cuando escucho a tantas personas en mi entorno decir y asegurar que los que defendemos una infancia libre de cachetes y llena de entendimiento y acompañamiento hacia los hijos, somos poco menos que unos hippies modernos educando maleducados me gustaría hacerles entender que eso no es así, que no es cierto. Especialmente porque automáticamente creen que somos unos padres que dejamos hacer a nuestros hijos lo que les da la gana cuando eso tampoco es así ni mucho menos. Educamos igual pero en otro camino, el de la no violencia. Por cierto yo a veces grito a mis hijas aunque enseguida me doy cuenta y les pido perdón por haberme equivocado (yo también tengo que hacer esfuerzos por desaprender lo aprendido en mi infancia). Eso no implica que no las esté educando, al contrario, creo que demostrándoles que tengo errores y que esos son, por ejemplo, gritar, les aporto una visión enriquecedora que es la de ser capaz de reconocer los fallos y pedir perdón a los destinatarios de tu ira.

Os dejo con las conclusiones de la tesis de Alice Miller que la he sacado del blog Tenemos Tetas (de un post publicado en 2010):

  • Cada niño viene al mundo para expandirse, desarrollarse, amar, expresar sus necesidades y sus sentimientos.
  • Para poder desarrollarse, el niño necesita el respeto y la protección de los adultos, tomándolo en serio, amándolo y ayudándolo a orientarse.
  • Cuando explotamos al niño para satisfacer nuestras necesidades de adulto, cuando le pegamos, castigamos, manipulamos, descuidamos, abusamos de él, o lo engañamos, sin que jamás ningún testigo intervenga en su favor, su integridad sufrirá de una herida incurable.
  • La reacción normal del niño a esta herida sería la cólera y el dolor. Pero, en su soledad, la experiencia del dolor le sería insoportable, y la cólera la tiene prohibida. No le queda otro remedio que el de contener sus sentimientos, reprimir el recuerdo del traumatismo e idealizar a sus agresores. Más tarde no le quedará ningún recuerdo de lo que le han hecho.
  • Estos sentimientos de cólera, de impotencia, de desesperación, de nostalgia, de angustia y de dolor, desconectados de su verdadero origen, tratan por todos los medios de expresarse a través de actos destructores, que se dirigirán contra otros (criminalidad, genocidio), o contra sí mismo ( toxicomanía, alcoholismo , prostitución, trastornos psíquicos, suicidio).
  • Cuando nos hacemos padres, utilizamos a menudo a nuestros propios hijos como víctimas propiciatorias: persecución, por otra parte, totalmente legitimada por la sociedad, gozando incluso de un cierto prestigio desde el momento en que se engalana con el título de educación. El drama es que el padre o la madre maltratan a su hijo para no sentir lo que le hicieron a ellos sus propios padres. Así se asienta la raíz de la futura violencia.
  • Para que un niño maltratado no se convierta ni en un criminal, ni en un enfermo mental es necesario que encuentre, al menos una vez en su vida, a alguien que sepa pertinentemente que no es él quien está enfermo, sino las personas que lo rodean. Es únicamente de esta forma que la lucidez o ausencia de lucidez por parte de la sociedad puede ayudar a salvar la vida del niño o contribuir a destruirla. Esta es la responsabilidad de las personas que trabajan en el terreno del auxilio social, terapeutas, enseñantes, psiquiatras, médicos, funcionarios, enfermeros.
  • Hasta ahora, la sociedad ha sostenido a los adultos y acusado a las víctimas. Se ha reconfortado en su ceguera con teorías, que están perfectamente de acuerdo con aquellas de la educación de nuestros abuelos, y que ven en el niño a un ser falso , con malos instintos, mentiroso, que agrede a sus inocentes padres o los desea sexualmente. La verdad es que cada niño tiende a sentirse culpable de la crueldad de sus padres. Y como, a pesar de todo, sigue queriéndolos, los disculpa así de su responsabilidad .
  • Hace solamente unos años, se ha podido comprobar, gracias a nuevos métodos terapeúticos, que las experiencias traumatizantes de la infancia, reprimidas, están inscritas en el organismo y repercuten inconscientemente durante toda la vida de la persona. Por otra parte, los ordenadores que han grabado las reacciones del niño en el vientre de su madre, han demostrado que el bebé siente y aprende desde el principio de su vida la ternura, de la misma manera que puede aprender la crueldad.
  • Con esta manera de ver, cada comportamiento absurdo revela su lógica , hasta ahora ocultada, en el mismo instante en que las experiencias traumatizantes salen a la luz.
    Una vez conscientes de los traumatismos de la infancia y de sus efectos podremos poner término a la perpetuación de la violencia de generación en generación.
  • Los niños, cuya integridad no ha sido dañada, que han obtenido de sus padres la protección, el respeto y la sinceridad necesaria, se convertirán en adolescentes y adultos inteligentes, sensibles, comprensivos y abiertos. Amarán la vida y no tendrán necesidad de ir en contra de los otros, ni de ellos mismos, menos aún de suicidarse. Utilizarán su fuerza únicamente para defenderse. Protegerán y respetarán naturalmente a los más débiles y por consecuencia a sus propios hijos porque habrán conocido ellos mismos la experiencia de este respeto y protección y será este recuerdo y no el de la crueldad el que estará grabado en ellos.
Más sobre Alice Miller:http://www.screamsfromchildhood.com/articulos_alice_miller.htmlhttp://www.alice-miller.com/

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